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Reportaje:

Felipe III, empapelado

La estatua del rey que quitó y repuso la capitalidad a Madrid permanecerá tres meses oculta en el centro de la plaza Mayor

Felipe III ha sido empapelado. La estatua del rey que en 1619 mandara construir en la plaza Mayor de Madrid, en cuyo centro su efigie parece avanzar solemne sobre un poderoso corcel al paso, acaba de ser recubierta con paneles, peana incluida. Va a ser restaurada. Sus siete metros de altura quedarán así velados a los ojos del público en los próximos tres meses. El envoltorio muestra ahora, a modo de trampantojo, la escultura con sus cuatro facies impostadas de impresiones digitales del monarca a caballo. Bajo la envuelta, cinco pisos de andamios permitirán aplicarle reconstrucción parcial, restauración y limpieza a fondo. Así lo exigen los efectos de actuaciones anteriores desdeñosas o insuficientes, más la corrosión derivada de la abundante cantidad de palomina y otros agentes que ha dañado buena parte de las 12.518 libras de bronce en las que la estatua fuera fundida. La restauración costará para las arcas municipales 59.320,35 euros.

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Semejante a otra efigie a caballo del monarca francés Enrique IV, situada junto al Pont Neuf de París, la estatua ecuestre madrileña fue diseñada en Florencia por Juan de Bolonia, escultor de origen flamenco afincado en la Toscana. Para ello se inspiró en un cuadro de Felipe III surgido del pincel de Juan Pantoja de la Cruz, pintor de Corte en Madrid. Empero, al morir Bolonia, su cincelado y remate fueron culminados en el taller florentino por su discípulo Pedro Tacca, el mismo orfebre que con cálculos de Galileo y retratos de Velázquez y Rubens esculpiera años después la prodigiosa estatua ecuestre, con el caballo en corveta, del rey Felipe IV, que estuvo en el palacio del Buen Retiro y hoy se yergue en la cercana plaza de Oriente.

A la empresa Kérkide le ha correspondido realizar la restauración del équido y del caballero Felipe III en la plaza Mayor, sobre cuyo lar se alza por el merecimiento de haber retraído en 1606 a Madrid la Corte capitalina hispana, que él mismo desplazara cinco años años antes hasta Valladolid. Tras ganar intensa pugna a la imperial Toledo por la centralidad del Estado, Madrid percibió aquel extrañamiento de la Corte al Pisuerga con tanta rabia como postrero gozo al retraerla aquí Felipe III, más amigo de tañer la guitarra que de gobernar, cazar o cabalgar, cuentan sus biógrafos. El hijo de Felipe II careció del talento político de su padre.

Su efigie -cabeza altiva sobre gola, abombado pecho por coraza y en la mano diestra, una bengala- y la de su caballo muestran heridas causadas en las junturas del bronce por la usura del tiempo y por algunas de las zozobras que, por razones políticas, padeció en distintos episodios históricos. La estatua, que había estado previamente instalada en la entrada de Casa de Campo, fue enraizada en 1848 en el centro de la plaza Mayor, que entonces se llamaba de la Constitución y de la que fue desalojada durante el periodo revolucionario entre 1868 y 1872. En aquella etapa se intentó erigir sobre su peana, digna obra de Juan Sánchez Pescador, un monumento a los héroes antiabsolutistas del 7 de julio de 1822, que abortaron un golpe de Estado militar apoyado por Fernando VII.

Repuesto el conjunto escultórico en la plaza Mayor en 1873, bruto y caballero saltaron por los aires en 1931 en un derribo con explosivos situados bajo el vientre del corcel, según algunos testimonios. Tras la Guerra Civil, Juan Cristóbal rehizo cabeza y los fragmentos "con métodos de entonces", explica el escultor Miguel Ángel García. Hoy, las junturas se resienten. Quizá por ello, la regia faz expresa aspaviento más que esa gravedad tan de los Austrias, "de negro hasta los pies vestidos".

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