Treinta
Chile, ceniza. Las manos cortadas, la lengua amputada, oscuridad. Las cosas rotas, las cosas que rompe el hombre. Ahí va el poeta, lleva el bastón como si fuera la tierra, va camino del 26 de septiembre, pero ya está muerto. Ahí está el hombre, lleva un casco y un arma, y una chaqueta, y una corbata, y mira al aire, de ahí le viene la muerte. Te recuerdo, Amanda, la calle mojada. Miles de gritos silenciados. Yo pisaré las calles nuevamente. Nadie en las calles, el poeta llora la impotencia: por un instante escucha el ruido final que hacen los libros incendiados en su biblioteca. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo. Durante años, sangre en las alamedas; los aviones negros mandan al mar el mensaje de los asesinatos. Manos cortadas. Con él, con él, con él, con él. Son cinco minutos. La vida es eterna en cinco minutos. El poeta viaja, en su espalda se ve el tamaño encorvado y gris de la tristeza. Mucho antes, cuando pasó por Barcelona y después por Santa Cruz de Tenerife, pidió vino de España para brindar por lo que iba a ser el principio de una canción; ahora, detrás de él, la canción está envuelta en sangre. El hombre del casco, Salvador Allende, sale a resguardar con su mirada lo que queda del desastre; mientras tanto, el poeta, Pablo Neruda, sacude la última ceniza de los libros; a su alrededor crepita la melancolía de los días en los que brindaba por el fin del crepúsculo, cuando las alamedas iban a ser las rosas que ahora están cortadas. Yo vendré del desierto calcinante y saldré de los bosques y los lagos. Antes de morir ya murió; la tortura comienza en los poetas cuando ya dobla la esquina una canción asesinada, el violento ronquido de un tanque que viene, por ejemplo, envuelto en banderas extranjeras. Hombre del norte, norteamericano. Las cosas rotas, las cosas que nadie rompe pero se rompieron. Más temprano que tarde, sin reposo, retornarán los libros, las canciones. El pueblo unido. A la espalda del poeta sólo hay desolación y miseria. Víctor Jara. Retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas, renacerá mi pueblo de sus ruinas y pagarán su culpa los traidores. Pablo Milanés. Quilapayún. El olvido está lleno de memoria, ponen ahora en estadio los versos de Benedetti. Nunca más olvido. Chile. Allende. Neruda. Memoria. Treinta años fue ayer.
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