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Columna
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Hinchar el perro

La guerra de Irak se nos presentó como una necesidad inaplazable en respuesta a la amenaza inminente y gravísima que para todos nosotros representaba el régimen de Sadam Husein. Así lo dijeron en la reunión de las Azores el presidente de EE UU, George Bush, el premier británico, Toñín Blair, y el presidente del Gobierno, José María Aznar, al lanzar el ultimátum previo a la invasión que se inició el 20 de marzo pasado. En realidad se trató de un bombardeo, más o menos selectivo, sin réplica posible por la inexistencia de aviación enemiga o de baterías antiaéreas. Bombardeo que luego hubo de completarse mediante la ocupación del territorio sin que llegaran a registrarse verdaderos combates ni en campo abierto ni en las poblaciones de alguna relevancia.

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Todas las minuciosas descripciones de las unidades de los ejércitos de Sadam presentadas en círculos concéntricos según grados de creciente adiestramiento y fanática fidelidad resultaron fallidas. Ni siquiera la élite de la Guardia Republicana que tanto se ponderaba ofreció muestra alguna de combatividad. En resumen, para que aquello se hubiera parecido a una guerra tendría que haberse librado en otras condiciones con riesgos más repartidos, sin que en modo alguno deba nadie entender por cuanto se lleva dicho que se hubieran deseado bajas propias. Pero la desproporción era absoluta y sin restar méritos criminales a Sadam ni disminuir los padecimientos que infligía a la propia población iraquí quedó confirmada la bien conocida invalidez bélica del dictador de Bagdad.

Treinta y tres días después, el 22 de abril, Bush, ataviado con el mono de vuelo, descendía de un avión de combate en la cubierta del portaaviones para dar por terminadas las operaciones militares. Desde entonces han muerto más soldados que durante la ocupación, crece la inseguridad y los gastos adicionales por encima de los 80 mil millones de dólares empiezan a ser inasumibles. En el Herald Tribune, Paul Krugman titula su columna The superpower has became a supplicant y explica cómo el agresivo unilateralista que era Bush intenta ahora que le rescaten los comedores de queso y fabricantes de chocolate, denominaciones despectivas que se acuñaron para franceses y alemanes e incluso los chinos, que en el inicio de su mandato fueron considerados peligrosos competidores estratégicos. En The Observer señalan que Bush busca una salida a la guerra que amenaza su reelección y dudan de que Blair pueda recuperar la confianza que los británicos le han retirado.

Aquí en nuestro país los datos ofrecidos por la encuesta del Instituto Opina para la SER arrojan pareceres contundentes de los encuestados sobre la forma en que nos ha mentido Aznar en relación con Irak. Aunque tal vez convenga en principio mayor moderación expresiva para evitar el uso de un verbo de esos que dejan secuelas como mentir. Es mejor seguir a Pèter Esterhàzy, quien en su libro Armonía celestial sostiene que "es harto difícil mentir sin conocer la verdad". Pudiera pensarse, pues, a su favor que entonces Aznar estaba lejos de conocer la realidad de Irak, de sus conexiones con el terrorismo de Al Qaeda, de todo lo relativo a la posesión de armas de destrucción masiva nucleares, químicas y bacteriológicas, en breve, de la amenaza que representaba para nuestra seguridad. Claro que, en ese caso, su deber elemental hubiera sido, primero, aplicarse con diligencia a la averiguación de la realidad, contrastar sus hallazgos con los del Centro Nacional de Inteligencia que le advertía en contrario y trasladar, después, sus dudas a los ciudadanos, en lugar de reclamarles la fe del carbonero para el credo de las Azores.

Huido del Congreso de los Diputados desde julio pasado, hemos tenido que seguir al presidente hasta Cerdeña para escucharle que su fuente era lo que andaba publicando alguna prensa internacional. O sea que, eligiendo la vertiente más favorable en este asunto de Irak y Aznar vendría a cumplirse la advertencia de Proust de que "hay convicciones que crean evidencias". Así que hemos ido a la guerra como Mambrú. Pero el problema de hinchar el perro es que pierde aire y se requiere seguir soplando de modo permanente para mantenerlo hinchado sin que se desinfle y pierda volumen. Veremos hasta cuándo resisten hinchadas las falsedades y exageraciones proclamadas como justificación pública de las decisiones sobre Irak, adoptadas sobre bases anteriores de las que mejor no hablar.

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