El Estado como demonio
El mejor aliado de la Iglesia es el demonio, no Dios. Hay gentes que no creen en Dios, pero están seguras de que existe el diablo. El mejor aliado del Estado es el terrorismo. Justifica sus peores causas, básicamente su lucha contra el humanismo natural: la defensa de los valores humanos. No es una definición suficiente: la palabra "valores" es equívoca, y las palabras equívocas las crea el demonio del Estado. El hombre, que yo prefiero llamar persona por la cuestión de los sexos, pero la palabra "persona" también es equívoca -hay personas jurídicas, hay (o no) personas divinas-, es un pobre indefenso en este medio brutal que llamamos universo; tiene que luchar contra él para nacer, terminar de hacerse fuera de su querido útero, comer, aparearse, crear otros aterrados personajes; fue dando pasos para unirse entre sí, algunos dieron demasiados e inventaron ser reyes, hidalgos, caballeros, obispos o diputados, a lo largo de una historia controvertida.
Han llegado a lo que consideramos cumbre y esa cumbre ha decidido acabar con el humanismo. A veces el terrorismo le ayuda acabando con humanistas, como Tomás y Valiente o Lluch, aunque se les considere menos que a otras víctimas próximas a las ideas del Estado de fuerza. Son menos utilizables para el demonio del Estado, que necesita un mal dirigido, y que ese mal venga de los humanistas. De los que todavía creen que el mal histórico de este tiempo viene del mal del anterior, del mal franquista: que no es igual un régimen republicano que el asalto a ese régimen por un complejo militar-falangista-monárquico-capitalista-religioso, que no es lo mismo el crimen del amo que el del esclavo.
El terrorismo vasco, desde mi pequeña educación del mundo perdido y desde la formación posterior, no es humanista, y es un mal absoluto. El nacionalismo regional es más bien imposible; el nacionalismo español, retrógrado y con la tendencia criminal franquista que lo exaltó y del que procede. Franco condenó el humanismo, valiéndose de la Iglesia, lo trocó por la mística, con toda sus ideas enloquecidas y reliquias a medio disecar. Condenan el humanismo sus sucesores. Nada de compadecer a las víctimas de las pateras: no podemos reconocer que son nuestros cadáveres. Ni a los iraquíes: iban a destruir al mundo, y si ésta no es una idea teísta, no sé qué puede ser.
(Rajoy, que va a ser el Estado, tiene unos colores rusientes. A los ingenuos les puede recordar al demonio de las estampas).
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