El enigma Kirchner
Ningún presidente argentino construye una imagen tan positiva en tan poco tiempo como Néstor Kirchner: 75% de aprobación en las dos semanas que sucedieron al 25 de mayo de 2003, fecha en que empezó su mandato, y 79% en agosto.
Según las mediciones de la Universidad Torcuato di Tella, una de las más prestigiosas del país, la confianza popular en el Gobierno subió un 138% en el mes de junio y un 3% más en julio.
Ningún otro presidente -y menos uno surgido casi de la nada- logró en tres meses la popularidad que Kirchner ha conquistado en su país. No le sucedió a Raúl Alfonsín recitando la Constitución en 1983, después de la atroz dictadura militar, ni a Juan Perón prometiendo la creación de un país nuevo en 1946. Ambos tenían un pasado político, fugaz pero intenso en el caso de Perón, que había sido ya ministro de guerra y vicepresidente de facto el año anterior, y prolongado en el de Alfonsín, que pujaba por la jefatura y la renovación de la Unión Cívica Radical desde antes de 1970.
Su receta parece trivial: Kirchner hace todo lo que prometió durante su breve campaña y dice lo que piensa sin amedrentarse
En los primeros dos meses de Gobierno, Kirchner limpió el tejido de corrupción e intereses creados dejado por el Gobierno de Menem
Pero Kirchner, aun en vísperas de las elecciones del 27 de abril, era un enigma que conocían muy pocos. Durante 11 años había gobernado la más despoblada de las provincias argentinas, Santa Cruz, que tiene casi la misma extensión de Rumania, pero cien veces menos habitantes.
Más que su excelente administración, lo que se conocía de él era su autoritarismo, que le había permitido doblegar a la prensa y disponer de jueces débiles. Ese perfil -frecuente en los caudillos peronistas- hacía temer lo peor. Lo favorecía, en cambio, que la gente común reconociera en él a "uno cualquiera de nosotros", un hombre de clase media, con un lenguaje llano, sin presunciones.
En los primeros dos meses de Gobierno, Kirchner hizo lo que nadie había osado antes: limpió a toda velocidad el tejido de corrupción e intereses creados dejado por el Gobierno de Carlos Menem, y antepuso el interés de la nación al de las corporaciones o aliados políticos.
Actuó tan rápido, y con tanta firmeza, que los afectados no tuvieron tiempo de reaccionar. Además, si hubieran reaccionado, el presidente habría denunciado las presiones o extorsiones por la red nacional de televisión, como lo hizo cuando recibió una amenaza del ex presidente de la Corte Suprema de Justicia, socio de Menem en su bufete de abogado.
A ritmo de relámpago, Néstor Kirchner ordenó el retiro de todos los oficiales del Ejército y la Marina vinculados con la guerra sucia de 1975-1983, descabezó la cúpula corrupta de la Policía Federal, desclasificó los archivos que protegen a ex refugiados nazis y a iraníes complicados en la voladura de la mutual judía en 1994 (un crimen nunca aclarado que dejó 86 muertos), impulsó en el Congreso juicios políticos contra la llamada mayoría automática de la Corte Suprema elegida por Menem y redujo el desempleo del 22% al 15,8%, aunque todavía no acabó con la pobreza. No es poca hazaña para tan poco tiempo.
Pagar la enorme deuda
Su receta parece trivial: Kirchner hace todo lo que prometió durante su breve campaña y dice lo que piensa, sin amedrentarse. En el discurso de la toma de posesión anunció que pagaría la enorme deuda externa de Argentina, pero no a costa del desarrollo nacional ni del hambre de la gente. Nadie le creyó, pero siguió diciéndolo en todas las entrevistas que tuvo con jefes de Estado en Londres, Madrid, París y Washington, así como con las delegaciones del Fondo Monetario Internacional.
Aunque no participó de la lucha armada en los años setenta, simpatizó con la izquierda del peronismo y padeció una breve cárcel durante la dictadura.
"Formo parte de una generación diezmada", dijo el 25 de mayo, luego de jurar como presidente. "Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada. (...). Soñé toda mi vida que éste, nuestro país, se podía cambiar para bien".
Mucha gente supuso que era retórica. Todos los pasos que dio, sin embargo, fueron una reivindicación de esos principios.
Su objetivo es crear "un país de iguales". Para lograrlo, anuló el decreto del ex presidente Fernando de la Rúa que impedía la extradición de militares requeridos desde Europa por crímenes aberrantes y los puso al mismo nivel de los civiles.
Ahora, los propios militares, que podrían enfrentarse a tribunales implacables, prefieren que se deroguen las leyes de obediencia debida y punto final, y que los juzguen en Argentina.
Quizá nunca Néstor Kirchner habría conquistado el Gobierno por sí mismo. Si lo tiene es por el aval que le confirió el ex presidente interino Eduardo Duhalde y también porque el repudio a Carlos Menem superaba con largueza el 50% de los votos.
Argentina, que creía no tener líderes políticos, descubrió de la noche a la mañana que podía confiar en uno. Pero gobernar tres meses es más fácil que gobernar cuatro años.
El talón de Aquiles
El camino que le queda por recorrer al nuevo presidente es todo cuesta arriba. Asegurar la transparencia de las instituciones, destrabar los tejidos de la corrupción, preservar el derecho de los argentinos a la educación, a la salud y al trabajo, todo eso sería ya mucho, pero, sin embargo, no es suficiente en un país tan devastado. Aún haría falta desterrar otro mal mayor, la cultura autoritaria, que ha sido el histérico talón de Aquiles del peronismo.
Durante décadas, Argentina estuvo a la espera de un proyecto de nación que le devolviera la fe en el futuro. Es prematuro afirmar que el Gobierno de Néstor Kirchner encarna ese proyecto, pero al menos ha puesto de pie a un país postrado y exhausto.
Habrá que esperar al menos un año para saber si está despejando de verdad las viejas ruinas, o si su luz es apenas la de un fósforo.
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