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Ciencia recreativa / 4 | GENTE
Columna
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¿Con qué sueñan las moscas?

Javier Sampedro

La razón de que su cuerpo, lector, esté dividido en cabeza, tórax y abdomen, en lugar de consistir en una monótona repetición de, pongamos, 13 estómagos en fila india enjaulados en un horrible túnel de costillas falsas, es una hilera de diez genes, los genes Hox, que se descubrieron en la mosca del vinagre, Drosophila melanogaster. Toque un pelín un gen de la fila y la mosca tendrá cuatro alas en vez de dos, el humano doce vértebras dorsales en vez de seis. Los genes que fabrican los sagaces ojos del lector también se descubrieron en la mosca, y los que generan sus piernas y sus brazos vienen a ser los mismos que construyen las patas y las antenas del volátil. Hasta el gen que hace el ano compartimos con el insecto. Lo de Kafka, más que una metamorfosis fue una sutil modulación del sistema genético en que se basa el diseño de todos los animales de este planeta. El matiz podía haberlo titulado.

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Pero ésas, se dirá usted, son las servidumbres del cuerpo. La mente es otra cosa, ¿no? Ahí sí que no hay perro que nos ladre ni mosca que nos zumbe.

Ralph Greenspan, del Instituto de Neurociencias de San Diego, presentó el mes pasado en Melbourne los siguientes resultados. Cuando un objeto móvil pasa por delante de una mosca, no sólo se activan las áreas cerebrales del insecto que procesan la información visual, sino también otras situadas en su lóbulo frontal (que en la mosca recibe el oprobioso nombre de cuerpo seta, pero que muestra notables parecidos con el lóbulo frontal de nuestro cerebro, donde residen nuestras altas funciones mentales).

Greenspan hizo después un experimento que podríamos denominar la mosca de Pavlov: cada vez que el objeto pasa por delante de la mosca, Greenspan le inflige al bicho un desagradable choque térmico. Tras repetir esto unas cuantas veces a intervalos regulares, las neuronas del cuerpo seta aprenden a predecir cuándo van a venir mal dadas: de hecho, se disparan medio segundo antes de que pase el objeto (y el choque térmico).

Greenspan ha podido determinar que ese efecto pavloviano requiere la activación simultánea y coherente de los cuerpos seta y de otros circuitos distantes a los que podríamos llamar emocionales, con perdón: circuitos relacionados con la atención, con la percepción del peligro, con el recuerdo de otras experiencias placenteras o dolorosas. Emociones, vaya.

La activación coherente de los módulos cerebrales de la razón y la emoción es el fundamento de la consciencia humana, según científicos como el premio Nobel Gerald Edelman. Como dice Greenspan: "Cuando una persona está percibiendo algo conscientemente, su cerebro experimenta una explosión de coherencia".

En mitad de la noche, las moscas experimentan algo muy parecido al sueño profundo, y en ese estado sus cuerpos seta ya no responden al objeto que pasa frente a ellas (aunque sus ojos sin párpados sí lo ven), ni establecen conexiones pavlovianas con las áreas emocionales. Unas y otras neuronas se activan de vez en cuando, pero han perdido la coherencia que caracteriza a la percepción consciente. Felices sueños, mi querido insecto.

Usted siga despierto, que le tengo que contar una teoría de Ernest Hartmann, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Tufts. Dice así: si ahora mismo se declara un incendio en su casa y usted logra escapar, esta noche soñará con fuego, y lo experimentará como un trauma. Dentro de unos días seguirá soñando con fuego, pero su conexión con el trauma se habrá debilitado, y en sus sueños empezarán a aparecer otros acontecimientos difíciles de su pasado, también traumáticos en su momento, pero ya integrados en los dominios de lo aceptable. Su cerebro está intentando archivar el incendio en la carpeta correcta, pero para eso tiene primero que debilitar la coherencia del fuego con el miedo. Ya puede dormirse. Recuerdos a su cuerpo seta.

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