El rey Mohamed VI declara la guerra a los partidos islámicos en Marruecos
El monarca advierte que es la única autoridad del islam en el 4º aniversario de su llegada al trono
El rey Mohamed VI lanzó ayer una andanada contra los islamistas, radicales e incluso moderados, 11 semanas después de los atentados que causaron 44 muertos en Casablanca. En el discurso de la Fiesta del Trono, el monarca marroquí advirtió: "Nunca aceptaremos la utilización del islam como plataforma para mandar en nombre de la religión o cometer actos terroristas". El soberano recalcó su función como Comendador de los Creyentes, "única autoridad de referencia religiosa de la nación" y anunció la promulgación de una ley que impedirá a los partidos reivindicar el islam.
Hace 21 meses Mohamed VI declaraba en una entrevista al semanario Paris-Match que en su reino no había ningún peligro islamista. Ayer dedicó el grueso de su discurso a "sacar las enseñanzas necesarias" de la sacudida terrorista para "enderezar (...) el camino recorrido por la nación".
La primera es impedir la utilización partidista del islam. Para conseguirlo empezó por confirmar su papel de máxima autoridad religiosa. "Así pues, los cargos religiosos son competencia del gran imamato que asumimos", afirmó, y no de imames autoproclamados.
"(...) queremos reafirmar que la relación entre el Estado y la religión ya ha sido zanjada en el país al establecer la Constitución que el Reino de Marruecos es un Estado islámico y que el rey es el Comendador de los Creyentes", añadió.
Los proyectos esbozados años atrás por la Kutla, la agrupación de socialistas, ex comunistas y nacionalistas del Istiqlal, para reformar la Constitución quedan así sepultados como las ideas que barajaban, sin hacerlas públicas, los islamistas moderados del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD).
En segundo lugar, prosiguió el monarca, "se excluye la existencia de partidos o grupos que se autoproclamen como portavoces monopolizadores o protectores del islam". Para lograrlo, el rey instó a "acelerar la promulgación de la ley especial de partidos" que "impida la constitución de formaciones sobre bases religiosas, étnicas, lingüísticas o regionales".
La ley confirmará el veto a la creación de partidos rifeños, pero no debería servir para prohibir al PJD, tercera fuerza política del país en las elecciones de 2002, que formalmente no se declara islamista. Le obligará, sin embargo, a reducir sus referencias al islam.
Mohamed VI insistió, por último, en que "de ningún modo vamos a consentir" la propagación "de doctrinas religiosas extrañas a las tradiciones" de Marruecos, donde está en vigor el rito malekí. En claro, Marruecos cierra las puertas a los vientos de Arabia Saudí que dejó soplar en los noventa y que fueron el alimento espiritual de buena parte de los grupos extremistas cuyos militantes están siendo ahora juzgados. Unos 700 islamistas han sido procesados desde mayo, según el Ministerio de Justicia.
Pero el radicalismo se nutre también de la miseria que rodea las grandes ciudades como la barriada de Sidi Mumen, de dónde procedía la mayoría de los kamikazes que se volaron en Casablanca. Los ayuntamientos "no se ocupan de combatir la proliferación de ciudades de chabolas", denunció el soberano.
Tampoco los responsables de la educación, salpicada a veces de interpretaciones oscurantistas del islam, han sido capaces de "tomar decisiones atrevidas y valientes". "¡Basta ya de un sistema de enseñanza que produce desempleo y ostracismo!", exclamó el rey.
Con motivo de la fiesta, el soberano concedió la gracia real, total o parcial, a 669 presos, pero entre ellos no figura Alí Lmrabet, ex director de las revistas Demain y Douman, condenado a tres años de cárcel por injurias al rey y ahora ingresado en un hospital de Rabat. Su familia manifestó en un comunicado "su profunda decepción", porque "era el momento ideal para zanjar una crisis que ha empañado la imagen de Marruecos".
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