Sharon lo quiere todo
Nada irremediable ha sucedido entre palestinos e israelíes desde que hace un mes dieran los primeros pasos hacia una paz precaria. Nadie ha dinamitado irreparablemente la tregua de tres meses pactada por el primer ministro, Abu Mazen, con las organizaciones radicales islámicas. Pero el tiempo corre y es el momento de que Ariel Sharon haga gestos concluyentes para ayudar a la consolidación interna de su homólogo palestino y a mantener viva la llama de la paz.
Hasta ahora esos pasos se han limitado a liberar unos pocos prisioneros -de los seis mil palestinos que hay en las cárceles israelíes- y a suavizar los controles del Ejército en algunas ciudades cisjordanas. Las medidas que de verdad han de señalar el grado de compromomiso de Israel con la Hoja de Ruta, más allá de los gestos humanitarios y propagandísticos, están por adoptarse, y ésas conciernen básicamente al cese de los asentamientos salvajes y a la paralización del muro del apartheid.
Por eso resulta deplorable que tras su octava visita al presidente Bush, después de la de Abu Mazen la semana pasada, Sharon haya anunciado que proseguirá extendiendo la "valla de seguridad" que serpentea por Cisjordania más de 130 kilómetros, rodea Jerusalén y se come un adicional 10% o 15% de tierras palestinas, confiscadas para su construcción. Y a la que el propio presidente de EE UU se había referido previamente como un serio obstáculo al indispensable establecimiento de un clima de confianza entre los dos bandos.
Ese muro de hormigón y alta tecnología electrónica, denunciado por la ONU y la UE, y para el que se acaban de aprobar en Israel otros 170 millones de dólares, asfixia a más de 200.000 palestinos. Y no sólo separa sus ciudades y pueblos del agua y los campos de labor o destruye casas habitadas, sino que se configura como un hecho consumado en el que sus víctimas vislumbran un trazado unilateral de fronteras y la amenaza definitiva, por razones tan inapelables como las de geografía, a su esperanza de un Estado viable, previsto teóricamente en 2005.
Bush ha reiterado en los últimos días el alcance de su compromiso con la pacificación de Oriente Próximo. Una parte fundamental de ese objetivo pasa ahora por elevar ante los suyos la estatura de Abu Mazen, en buena medida una criatura política de Washington. El presidente estadounidense, garante absoluto de la seguridad de Israel, debe aprovechar esta circunstancia y su autoridad tras la guerra de Irak para exigir de Sharon concesiones sustantivas, incompatibles con el avance de esa versión ampliada del muro de la vergüenza y la continuada colonización de las tierras palestinas.
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