Las cuentas de Bush
La actual Administración estadounidense no se está caracterizando precisamente por una conducción ortodoxa de las finanzas públicas. Según acaba de anunciar la oficina presupuestaria de aquel país, el déficit federal con el que se cerrará el presente ejercicio fiscal alcanzará los 455.000 millones de dólares, un 50% por encima de lo previsto a principios de año. El histórico superávit que dejó la Administración demócrata de Bill Clinton se habrá convertido al término de este año en uno de los déficit más elevados de la historia reciente, superior al 4,5% del PIB. Valga como referencia que en el área euro un déficit superior al 3% del PIB pone en marcha un procedimiento disciplinario, "déficit excesivo", como le ha ocurrido, entre otros, a Alemania.
Las causas de ese desequilibrio tienen poco que ver con los compromisos iniciales del presidente Bush. Además de las reducciones de impuestos, hoy consideradas excesivas y favorecedoras de los contribuyentes con mayor nivel de renta y de riqueza, en ese deterioro presupuestario ha jugado un papel fundamental la intensificación de los gastos militares asociados a las escaladas bélicas en Afganistán e Irak y, en menor medida, los vinculados a programas de gasto domésticos. Todo ello, claro está, en un entorno económico manifiestamente más adverso que el vigente en los últimos años de la Administración demócrata, con un impacto severo en la recaudación tributaria.
La reciente revisión de las proyecciones de ingresos y gastos, a la luz de las nuevas y más realistas previsiones de crecimiento económico, así como de los gastos militares comprometidos, no permiten anticipar una significativa corrección de ese agujero en las finanzas públicas. La nueva reducción impositiva sobre las rentas del capital no garantiza el impulso de la actividad económica con el que cuentan los asesores del presidente, pero sí asegura, por el contrario, una importante caída en los ingresos públicos.
Que la economía más poderosa del mundo mantenga durante los próximos años un abultado déficit público no constituye precisamente un factor de estabilidad financiera en la economía mundial, en mayor medida cuando coincide además con un déficit comercial que se encuentra también en niveles máximos. Y que una parte importante de esas necesidades de endeudamiento del resto del mundo procedan de aventuras militares de resultados tan cuestionables como las emprendidas, incorpora elementos de incertidumbre adicionales a los estrictamente económicos. Nada más inconveniente para asentar sobre bases firmes la hoy precaria prosperidad mundial.
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