Las relaciones UE-Cuba
Todavía era la noche de Santiago, en Cuba, hace medio siglo, cuando comenzó un evento que cambió la historia del país, con efectos tan duraderos que marcan su presente y hasta su futuro previsible. Nadie en su sano juicio negará que esa nación obtuvo su soberanía, y que la ha defendido con éxito en un mundo que ayer se hacía pequeño por la geopolítica, pero donde hoy la autonomía nacional es un lujo que casi nadie tiene. Tampoco puede negarse que la vida social se transformó a favor de las mayorías en muchísimos aspectos, realidades aceptadas por numerosas
instituciones y observadores independientes. Cuba no logró lo que suele llamarse desarrollo -un anhelo del Tercer Mundo de los sesenta-setenta que hoy está olvidado-, pero su economía no es de las que triunfan mientras la gente común fracasa, una notable política social redistribuye bastante el ingreso nacional y está en la base del sistema político, hay poca corrupción administrativa y los ciudadanos no le tienen miedo a la policía. Tampoco ha inventado la forma de gobierno que deje atrás el camino que va de Aristóteles a las diversas democracias actuales, pero su régimen tiene bien establecida su legitimidad y cuenta con un consenso muy notable en la población.
Estados Unidos ha logrado estar en contra de todo eso durante medio siglo. Tanta tozudez es comprensible: ellos controlaban a Cuba desde aquel 1898, y este país americano y occidental tan pequeño es un peligroso mal ejemplo. Aun así, su incapacidad para negociar algún tipo de normalización con un adversario tan duradero es una muestra ejemplar de subdesarrollo político.
Para Cuba, Europa ha sido otra cosa. Ante todo, una alternativa de relaciones económicas en el mundo desarrollado, beneficiosa para ambas partes. Podría ser también una alternativa de relaciones políticas, en cuanto coincida el interés de ambos en que exista un campo autónomo de Estados Unidos y que limite su omnipotencia. En este campo, el desempeño de Europa registra momentos buenos y malos, aciertos y caídas. Es cierto que emergió de 1945 muy sujeta a Norteamérica, pero en las décadas siguientes volvió a crecer y afirmarse, y ha protagonizado el más exitoso proceso de integración del mundo. Mas hoy debo confesar mi desilusión ante su progresiva ceguera respecto a su identidad y sus intereses perspectivos. La Declaración de la Unión sobre Cuba del 5 de junio, tan agresiva como ajena a todo el derecho, y las prácticas internacionales de las que fue maestra Europa, la muestra como una seguidora obsecuente de la política norteamericana. Mal se protege la Unión Europea de la obvia pretensión de Estados Unidos de llegar a controlar al mundo entero, incluida Europa.
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