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Arte en la naturaleza cero

Ferran Bono

El alemán Haannsjörg Voth (1940) no encontraba en su país natal espacios vírgenes. La huella del hombre estaba omnipresente. Decidió entonces marcharse a mediados de los años ochenta en busca de la "naturaleza cero", según su propia expresión. La halló en un desierto marroquí, en la meseta de Marha, a los pies del Atlas. En mitad de la nada. Una llanura pedregosa, atravesada de manera discontinua por suaves cordilleras formadas por dunas de arena. Un lugar idóneo para este artista, antiguo carpintero e hijo de arquitecto, que perseguía avanzar en sus creaciones de land-art por el camino de la intervención en el paisaje con proyectos más monumentales. Allí ha levantado tres impactantes construcciones cuyos contornos sólo comienzan a vislumbrarse una hora y media después de abandonar en vehículos todoterreno el último paraje en el que brota el verde.

Voth y Amslinger viven medio año en el desierto, en el ojo de la Espiral Áurea. El otro medio año, Voth trabaja en Alemania para financiar sus proyectos

A partir de este pequeño oasis,

las distintas gamas del ocre y el marrón se proyectan de manera uniforme sobre la inmensa pantalla azul del cielo. Nada perturba el lienzo hasta que paulatinamente surgen en la lejanía los perfiles de lo que parece una antigua fortaleza. Es la impactante Ciudad de Orión, que Voth acaba de terminar con la ayuda de 50 obreros marroquíes. Siete torres de adobe, de entre 15 y 6 metros, que funcionan a modo de observatorio cósmico y representan otras tantas estrellas de la constelación mítica del poema épico de Gilgamesh.

El arte en la naturaleza, el llamado land-art, cobra todo su sentido en la contemplación directa de las obras. El IVAM organizó el pasado mes de febrero un viaje con periodistas al desierto marroquí para ver in situ los trabajos más recientes de Voth. Ahora exhibe hasta el 7 de septiembre las maquetas y los diseños del artista alemán en una exposición, comisariada por Josep Salvador, que revisa 30 años de su trayectoria y que pone de manifiesto la maestría de Voth en el dibujo. También destacan las fotografías de las obras realizadas por su mujer, Ingrid Amslinger. Pero difícilmente sustituyen la impresión de una visita al lugar, experiencia artística y vital radical que se traduce en monumentales hitos escultóricos y arquitectónicos en mitad de la nada.

Voth y Amslinger viven medio año en el desierto, en el ojo de la Espiral Áurea. El otro medio año Voth trabaja en Alemania para financiar sus proyectos. "No soy un arquitecto, a quien le financian sus obras; trabajo con estructuras o con una visión arquitectónica, pero hago lo que quiero", señala el artista. La espiral es, quizá, la imagen más reproducida de su obra. Los muros de 260 metros se van elevando de forma casi imperceptible hasta los seis metros. Desde la zona más alta desciende una escalera de caracol que conduce a la vivienda con vistas al desierto y desemboca en un pozo en cuya agua se ha sumergido un barco dorado. Un montículo cercano permite observar la perfecta apertura de la espiral que se expande uniformemente según la ley de Fibonacci. Mide 60×97 metros.

Voth parece un poco impaciente cuando explica a los informadores cómo han de comportarse en relación con sus obras instaladas en el desierto. Quiere que el viaje llegue a buen puerto habiendo visitado las tres construcciones, separadas entre sí por varios kilómetros. El artista pide sobre todo respeto, el mismo que muestra con los obreros marroquíes cuyo trabajo conjunto forma parte también de su proyecto artístico, según comenta él mismo. Eligió el desierto de la población de Er Rachidia por el modo de construir de sus pobladores y también por la autorización del Gobierno marroquí. El objetivo era y es "trabajar en paz y tranquilidad". Pero últimamente "el interés despertado entre amantes del arte y turistas en visitar las esculturas ha aumentado considerablemente, por desgracia, en contra de mis obras y de mi trabajo artístico", apunta Voth. Algunas de las piezas, que se pueden conocer a través de una visita concertada, han sufrido daños.

Tampoco es muy partidario de

hablar sobre sus instalaciones que llama invariablemente esculturas o construcciones. A los pies de la rotunda Escalera celeste, la primera escultura de 16 metros de altura que hizo en el desierto marroquí y en cuyo interior vivió hasta concluir la espiral, el artista dice sonriendo que sus creaciones hablan por sí mismas. Lo que más le interesa es la relación con el paisaje, la interacción del hombre, la cultura y la naturaleza. Para explicarlo rehúye cualquier expresión altisonante. ¿Qué representa la escalera que se enfila hacia el firmamento, y a la que se puede ascender con mucho cuidado? Es la conexión "entre la tierra y el cielo", contesta. Y en su concepción no anida un componente "especialmente religioso" sino más bien "espiritual", o mejor dicho "ritual y mitológico", como en el resto de sus construcciones erigidas en la llanura de Marha, comenta el artista mientras reprueba con la mirada a un informador sentado sobre uno de los 56 peldaños que se dirigen hacia el cielo.

La 'Espiral áurea', de Haannsjörg Voth, se levanta en la meseta de Marha, a los pies del Atlas.
La 'Espiral áurea', de Haannsjörg Voth, se levanta en la meseta de Marha, a los pies del Atlas.INGRID AMSLINGER

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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