Ya estamos en la ruptura
Mientras miramos a Madrid, a la crisis del socialismo madrileño que ha degenerado en crisis institucional con los ventiladores de la la basura a pleno rendimiento, mientras escuchamos a Egiguren criticar al PP por su visión sectaria de la Carta Magna, la Euskadi de la democracia postfranquista fenece, se nos va de las manos -demasiado tiempo duraba aquí la democracia- y abandonan el Parlamento vasco, aunque sea una comisión primero, el PP y el PSE, tras permitir las fuerzas del Gobierno la presencia del grupo de Batasuna, en claro desacato a los tribunales.
Esto es muy serio. Que el Parlamento se quede para solaz, disfrute e interpretación exclusiva del nacionalismo es muy grave. Simboliza la falta de encuentro de la sociedad vasca sin que se produzca el menor titubeo por parte del nacionalismo, que es evidente que iba a por este fin. Pero no se empiecen a autoinculpar innecesariamente los socialistas por haber llegado a esta situación; es decir, no acaben echándole la culpa al PP por esta situación.
Estaba anunciado que el nacionalismo iba a proseguir a piñón fijo su camino
Todo nacionalismo coherente -con aquella coherencia de que hacía gala HB, no contaminado por elementos del liberalismo- acaba comportándose de esta forma totalitaria. Es decir, estaba anunciado, hicieran lo que hicieran los socialistas, que el nacionalismo iba a proseguir a piñón fijo su camino, por muchos puentes que lanzara Iñaki López en el último congreso del PSE, puentes que ratificó Zapatero allí mismo. Ahora, el Parlamento es ya una Cámara en rebeldía, sostenida por los partidos nacionalistas: en vez de disolver el grupo de Batasuna, los que tienen que marcharse de allí son los constitucionalistas.
Y ahora que se han marchado el PP y el PSE -los mismos partidos cuyos militantes son asesinados por ETA, y por eso el Supremo pide la disolución de Batasuna- vendrá el de siempre exclamando "¡qué barbaridad!" -los suyos hablan de "golpe de Estado" contra el Parlamento vasco-, y presentará a la vuelta de las vacaciones su plan para un estatus de libre asociación, cual ungüento de Fierabrás, en una pirueta lógica digna de pasar a la historia junto algunas de las de Goebbels: "Como estamos tan mal, propongo como solución algo que institucionalice que los que estáis mal sigáis peor". El que no lo acepte es un crispador.
No se da cuenta Ibarretxe de que el Estado se tiene que creer en algún momento que es Estado, so pena de dejar a mucho funcionario en el paro y al resto de la sociedad en el caos, y que tiene que acabar parando los pies a los insurrectos del Legebiltzarra por su actitud "contraria al principio de lealtad constitucional", a la vez que les recuerda que autonomía no significa soberanía.
Sólo queda el último acto de ese libreto llamado El Conflicto, cuando a los nacionalistas se les ocurra presentar al pleno del Parlamento vasco su rechazo a la sentencia judicial. Lo harán solos, porque dudo mucho que ni el PP ni el PSE accedan a estar presentes en la ratificación solemne de este gesto de rebeldía contra España por los escogidos a decidir el futuro del Pueblo Vasco.
Pero no nos pongamos dramáticos, no va a pasar nada a lo que no estemos acostumbrados. Vendrá otro juez y acabará inhabilitando a los parlamentarios que aprueben el rechazo. Ni siquiera pasó nada -por el contrario, todo fue a mejor- cuando se ilegalizó a Batasuna.
Roto unilateralmente el Estatuto, se abrirá la posibilidad de reflexionar, de revisar algunas cuestiones, plantear qué se hizo mal cuando un sistema político puede asentarse sobre particularismos políticos, menoscabando la igualdad de todos los ciudadanos, y diferenciaciones fiscales Habrá que preguntarse, por el contrario, si no hay que fomentar el igualitarismo y racionalizar la descentralización del Estado, porque el Estatuto, que tiene mucho de pacto entre caballeros, no funciona cuando no hay lealtad y las consecuencias de esa falta de correspondencia llegan a la gravedad de la situación actual.
Hubiera sido lo racional un federalismo sin asimetrías, porque la diferencia, lo hemos visto, provoca la ruptura caciquil. Pagamos el error de intentar sintetizar tradición y modernidad en eso que se llamó el sistema del Estado de las Autonomías, y en ciertas partes de España siempre ha ganado la tradición. No nos acordábamos de la mala pasada que ésta, la tradición, le hizo a la II República.
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