Brasil y Argentina, un año después
A principios de junio del año pasado George Soros declaraba al diario Folha de São Paulo que una victoria de Lula en las elecciones presidenciales de octubre provocaría el pánico de los inversores ante una posible suspensión de pagos de la economía brasileña, con lo que el país se encontraría sin financiación y abocado efectivamente a la bancarrota. Brasil seguiría así la trayectoria de Argentina, que había suspendido pagos a finales de 2001 y renunciado en enero de 2002 a la insostenible paridad peso-dólar. No faltaban razones para el pesimismo de Soros: la prima de riesgo de los bonos brasileños había llegado al 12,96% ante la perspectiva del posible triunfo electoral de Lula (llegaría a 22,9), lo que, sumado a una fuerte devaluación del real, hacía crecer una deuda pública equivalente al 55% del PIB (llegaría al 64%).
Si tienen éxito, esto repercutirá también en la legitimidad de la democracia
Las expectativas sobre el Gobierno de Lula se han vuelto casi unánimemente positivas
Sin embargo, pese a que las cosas empeoraran en los meses sucesivos la suspensión de pagos no se produjo. A finales de junio Lula anunció un futuro manejo responsable de la política macroeconómica, y tras su arrolladora victoria en octubre siguió enviando señales tranquilizadoras a los mercados: hoy las expectativas sobre su gobierno se han vuelto casi unánimemente positivas. Si logra sacar adelante las reformas pendientes, y recortar los tipos de interés, el país podría volver a crecer rápidamente, y el Gobierno tendría margen para desarrollar una política social coherente y sostenida.
También ha cambiado la perspectiva de Argentina. Hace un año la consigna política más popular ("que se vayan todos") no permitía mucho optimismo sobre la legitimidad de las elecciones convocadas para la sucesión de Duhalde, y el balance del primer trimestre de 2002 era terrible: la economía se había contraído en un 16,3% y el país se había convertido en el sexto más pobre de América Latina. Sin embargo las cosas mejoraron: en el cuarto trimestre de 2002 la inversión creció un 10%, y en el conjunto del año el PIB creció un 3%. Después de cuatro años de estancamiento y crisis, evidentemente, esto sólo era un comienzo, pero el cambio de tendencia se notó en el ánimo de la gente.
En las elecciones del 27 de abril de 2003 participó un 80% del electorado, con lo que el fantasma de un abstencionismo o un "voto bronca" abrumadores se esfumó. Aunque el candidato de Duhalde, Néstor Kirchner, obtuvo en primera vuelta dos puntos menos que su rival, el ex presidente Menem, la conciencia de éste de que en la segunda vuelta todo el voto no menemista se concentraría en Kirchner le llevó a retirarse. El nuevo presidente se encontró así con una reducida legitimidad inicial (el 22% del voto), pero ha puesto en marcha una serie de audaces medidas para demostrar quién manda, con la esperanza de que las elecciones legislativas del próximo octubre le permitan conseguir una fuerte base política de apoyo. Ha cambiado la cúpula del Ejército y de la policía, ha emprendido una ofensiva para hacer saltar de la Corte Suprema a los elementos menemistas y, además, parece haber ganado un pulso a la CGT por el control del PAMI (la asistencia médica a jubilados y pensionistas), un foco de corrupción y mal uso de fondos que provoca gran malestar social.
Que Argentina pueda seguir creciendo depende de que consiga realizar importantes reformas (el Gobierno ya está en la vía de combatir la evasión fiscal) y también de que consiga mantener el apoyo del FMI, pero el ascenso de Lula incorpora un importante elemento regional: la revitalización del Mercosur. Lula apostó claramente por Kirchner (de una forma muy arriesgada) y por potenciar el mercado regional, no necesariamente como alternativa al ALCA promovido por Washington, pero sí como plataforma conjunta desde la que negociar con más fuerza ese tratado de libre comercio. Si creciera el sentimiento de que ambos países pueden crecer conjuntamente, las perspectivas del Cono Sur se harían mucho más optimistas no sólo para los inversores, sino para los ciudadanos de a pie.
Pero, además, si Lula y Kirchner tienen éxito, esto no sólo repercutirá en la economía, sino también en la legitimidad de la democracia. La bancarrota argentina y tres años de bajo crecimiento en Brasil habían extendido un sentimiento de pesimismo e impotencia, cuya expresión parecía ser la ausencia de alternativas, y el triunfo de Lula ha aparecido ante todo como la demostración de que sí era posible el cambio: el PT no había participado nunca en el Gobierno federal, lo que refuerza la percepción del cambio de Gobierno como una verdadera ruptura, pese a que Lula esté obligado a hacer una política económica continuista respecto a la de Cardoso.
En Argentina Kirchner, además de buscar su propia legitimidad, está tratando de provocar ese mismo sentimiento de cambio, mostrando una audacia que Duhalde no podía permitirse y alejándose de forma tajante del modelo menemista. Parece evidente que se abre así en ambos países, y en el conjunto del Cono Sur, una oportunidad histórica: ojalá les acompañe la suerte.
Ludolfo Paramio es profesor del Instituto Universitario Ortega y Gasset y de la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC.
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