Estabilidad y redistribución
Esperamos que el Gobierno de Kirchner en Argentina una fuerzas con el de su vecino Brasil, para emprender juntos una nueva singladura por las turbulentas aguas de América Latina, que los lleve al puerto del desarrollo económico y del progreso social. El éxito de esta empresa en la presente década sería vital para el futuro del continente. Porque se habría encontrado no una fórmula mágica, sino una fórmula sensata para gobernar bien las atormentadas economías de la región. El éxito se podría definir por los siguientes elementos: una estabilización de las economías, en especial el valor de la moneda con respecto al dólar y al euro; la sostenibilidad de la deuda externa, la reanudación del crecimiento, el aumento de las oportunidades de empleo, una mayor penetración de mercados externos, un mejor nivel de vida de la población, con una sustancial reducción de la pobreza. Para ello, el Gobierno argentino tiene que adoptar la misma fórmula que parece tiene el de Lula: estabilidad macroeconómica y redistribución de la renta; las dos cosas a la vez, porque así como la inestabilidad es mala para la redistribución que se necesita, la falta de redistribución genera desequilibrios que hacen ingobernables a los países. El modelo ha sido implícitamente aprobado por el FMI con un préstamo de 9.300 millones de dólares.
El éxito de esta empresa en esta década sería vital para el futuro del continente
Estabilidad y redistribución deben ser los términos del gran pacto social
Estabilidad y redistribución deben ser los términos del gran pacto social que necesitan Brasil y Argentina para convertirse en países desarrollados. Los necesitados aceptan las medidas para estabilizar la economía y los ricos aceptan a cambio la redistribución. Y todos pactan un Gobierno y una forma de gobernar que haga posible estas cosas. La estabilidad exige disciplina fiscal, que tiene que ser definida en cada contexto, sin aplicar números mágicos o tabúes fiscales, con una priorización estricta del gasto público de lo que más contribuye al bienestar general a lo que sólo sirve a intereses especiales. Exige también un tipo de cambio creíble, respaldado por una política monetaria coherente y perseverante. Necesita un tipo de interés que ni penalice el ahorro ni dificulte la inversión, lo cual se puede lograr mejor si la moneda es estable. La redistribución exige, entre otras cosas, resolver el problema de los sin tierra, hacer cumplir las leyes impositivas -no haría falta cambiarlas-, reformar el sistema de pensiones públicas, por lo menos en Brasil, y revisar las prioridades del gasto social. Sólo harían falta el 9% del gasto social actual, unos 20.000 millones de euros, para dar de comer tres veces a todos los brasileños.
El desarrollo por medio del pacto social tiene la enorme ventaja de que implica a todas las partes y de que contribuye a levantar las economías con el esfuerzo de todos, lo que hace que la sociedad se "apropie" de los resultados económicos, los apoye y los defienda. Un pacto semejante se hizo para la reconstrucción de Europa después de la guerra. Las economías no sólo se reconstruyeron rápidamente, sino que generaron milagros de crecimiento. Al final todas las partes salieron ganando, como es de esperar de una verdadera negociación entre clases y grupos con intereses diversos.
¿Qué condiciones existen en los dos países para que se pueda llegar a este pacto? En Brasil hay un nacionalismo suficientemente fuerte como para evitar que el país caiga en una espiral de devaluaciones que lo aboque a renegar de sus compromisos internacionales y destruir la economía del país. Creemos que hasta los más exaltados partidarios de Lula se detendrían ante esta posibilidad. Argentina, como decía el ministro Lavagna a este diario (12 de junio), tiene una situación económica y social "muy complicada pero muy tranquila", y esto es bueno para que siga la recuperación. En el país se nota, después del cambio de Gobierno, un deseo de empezar de nuevo y una voluntad de hacer las cosas mejor. Han visto las orejas al lobo de la quiebra total y han salido huyendo del abismo. Los gobernantes de ambos países, Lula y Kichner, tienen un mandato de la parte de la población que más sufre para redistribuir la renta, pero tienen enfrente a intereses muy poderosos largamente establecidos. No hay más remedio que negociar, para lo cual tienen que establecer una buena medida de credibilidad con las partes y convencerles de que no tratan de destruir el sistema ni de dejarlo igual, sino de hacerlo más humano y más sostenible. Todo ello exige prudencia, apoyos, coaliciones, buen análisis de los involucrados, y medir bien sus fuerzas antes de dar pasos decisivos.
La reforma de las pensiones de los empleados públicos, que Henrique Cardoso no pudo llevar a cabo, va a ser la piedra de toque del poder y la habilidad política de Lula. Ya tiene su primera huelga por este motivo. La reforma del sistema monetario, el establecimiento de un régimen de tipo de cambio sostenible y renegociar la deuda son los principales retos que enfrenta Kichner en lo económico. Ambos necesitan convencer a los inversores internacionales de la solidez técnica de sus propuestas y a las mayorías pobres nacionales de su voluntad de mirar por los más débiles. Luego, sólo nos queda desearles mucha suerte para que triunfen en un contexto internacional complicado por la falta de crecimiento en los países ricos, el exceso de proteccionismo de productos en que Brasil y Argentina tienen ventaja comparativa, la atención de los Estados Unidos a otras partes del mundo y la preocupación de Europa con la ampliación de la Unión.
Luis de Sebastián es catedrático de Economía de ESADE, Barcelona.
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