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Tribuna:LA CUMBRE DE SALÓNICA
Tribuna
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Europa-EE UU: la principal baza

Unidos, somos considerados por el resto del mundo como los intérpretes de una gran visión cargada de sabiduría; divididos, saldremos perdiendo. Hemos leído con satisfacción una declaración común aprobada por un grupo bipartito de personalidades estadounidenses de relieve que subraya la importancia de las relaciones transatlánticas (Le Monde, 15 de mayo de 2003). Compartimos la opinión de que, incluso tras el final de la guerra fría, la Alianza Atlántica renovada sigue siendo el principal pilar de la colaboración entre Europa y Norteamérica, al igual que creemos que las premisas para una intensa colaboración trasatlántica son una Europa estable y una Unión Europea sólida y dinámica. En particular, estamos de acuerdo con la conclusión de la declaración según la cual ni EE UU ni Europa son omnipotentes; ambos necesitarán ayuda para garantizar su seguridad física y económica, por no hablar de las amenazas fuera de sus fronteras. Esta ayuda se busca, con toda lógica, entre países con los que tenemos mucho en común. En consecuencia, sean cuales sean nuestras respectivas posiciones, nos incumbe a todos convertir la renovación de la colaboración trasatlántica en una prioridad urgente.

Los miembros de la UE tienen en común unos intereses y unos valores
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La existencia de una Europa unida no hubiese sido posible sin el papel decisivo desempeñado por EE UU, quien nos ayudó a vencer al totalitarismo: los europeos nunca lo olvidarán y aprecian el apoyo aportado por EE UU a la Unión, en especial en ese momento decisivo de su historia. Por tanto, los estadounidenses siempre serán bienvenidos en Europa. A finales de la década de los cuarenta, los padres fundadores de Europa previeron la creación de una unión a largo plazo entre europeos; este proyecto está inspirado en las lecciones de la historia y en la voluntad de que la guerra entre países europeos no sea posible nunca más. Ahora que los europeos han unido fuerzas en la UE y han creado un mercado y una moneda únicos, existe amplio consenso para que el proceso de integración avance aún más. Aunque cada país europeo sea único y esté orgulloso de serlo, los miembros de la UE tienen en común unos intereses, unos valores y un estilo de vida.

La Convención Europea es la expresión de nuestra voluntad de proseguir por esta vía; tiene como cometido definir el papel de Europa en el siglo XXI y crear una verdadera comunidad política. Se trata de un paso de enorme importancia y confiamos en su éxito, en especial en lo que concierne a la definición del papel internacional de Europa, teniendo por objetivo un orden mundial justo y equitativo. Confiamos igualmente en el apoyo de EE UU a este proyecto, porque va en la misma dirección que los intereses de Occidente en su conjunto. El proceso de integración europea está basado en la democracia, la libertad, la economía de mercado y la solidaridad social, en la aplicación universal de los derechos humanos y en una conciencia aguda de los múltiples problemas que pueden desestabilizar a la comunidad internacional: la división Norte-Sur, el medio ambiente, la propagación de las armas de destrucción masiva, la lacra del terrorismo como amenaza para todos nosotros, el crimen internacional y el narcotráfico. Los europeos consideran que estos problemas sólo pueden ser abordados en un marco multilateral, como el que ofrece Naciones Unidas. Para lograrlo, la cooperación entre EE UU y Europa y un compromiso duradero son condiciones necesarias.

Ahora, la UE es una realidad. No ha sido creada en oposición a EE UU y trabajará en estrecha colaboración con este país. Nuestro principal socio al otro lado del Atlántico debe hacer frente desde hace varios años a una realidad con dos facetas: por un lado, tratar con una pluralidad de países con una buena disposición hacia él y, por otro, con las instituciones europeas. Con estas últimas, negocia todo un abanico de cuestiones que van desde el comercio internacional hasta la competencia. Esta realidad está todavía inacabada, pero pronto un actor europeo de pleno derecho será la referencia principal en las relaciones trasatlánticas. El papel de cada país europeo en la política internacional seguirá siendo importante, pero la UE, como depositaria de los intereses comunes y de una visión compartida, incrementará su tamaño y su peso. Estamos convencidos de que el desarrollo de una defensa europea eficaz no pone a la OTAN en un compromiso; por el contrario, reforzará a la OTAN si ambas orillas del Atlántico lo desean firmemente.

Nuestros valores y nuestros objetivos políticos primordiales son los mismos que los de EE UU. Los principales problemas internacionales no pueden ser resueltos sin un compromiso común entre EE UU y Europa; ningún problema es irresoluble si le hacemos frente juntos. El hecho de ser conscientes de ello puede reforzar la política de cooperación trasatlántica. La próxima cumbre entre la UE y EE UU debe ser la ocasión para reflexionar sobre un programa común y ambicioso relativo a las tareas que hay que llevar a cabo sobre la base de una fuerte complementariedad. Creemos que, en especial con la llegada de una nueva generación de líderes políticos en Europa y en EE UU, debemos sacar fuerzas del pasado e inspirarnos en él, pero también mirar hacia el futuro: por tanto, debemos concentrarnos en los desafíos y las amenazas del siglo XXI que exigen un compromiso total y conjunto. Norteamérica y Europa son los depositarios de la democracia y de la libertad. Juntos, seremos capaces de compartir estos valores con el resto del mundo. Uniendo nuestras fuerzas, aseguraremos una mayor estabilidad a la comunidad internacional y más dignidad a todos los hombres. El abandonar estas relaciones tan valiosas en la era de la globalización sería un grave error para estos países que establecieron unos estrechos vínculos hace 50 años, cuando la interdependencia apenas existía. Aunque no sea la primera vez que la colaboración trasatlántica plantea interrogantes en ambos bandos, los desacuerdos a corto plazo nunca han prevalecido sobre el núcleo de valores e intereses comunes que siguen definiendo al mundo occidental.

En relación con la guerra de Irak y debido a las desavenencias que se pusieron de manifiesto tras el 11 de septiembre de 2001, la unidad del mundo occidental está ahora abiertamente en tela de juicio. El debate se ha endurecido. Algunos observadores y algunos sectores de la opinión pública lo han simplificado exageradamente al transmitir la idea de que los estadounidenses vienen de Marte y los europeos de Venus. Estamos comprometidos desde hace años en la cooperación transatlántica y nos negamos a creer que el Atlántico se ensancha. Los estadounidenses y los europeos han tenido desacuerdos en el pasado y puede que los vuelvan a tener en el futuro. La cuestión es saber si estos desacuerdos afectarán a los problemas básicos o se limitarán a asuntos concretos que podamos resolver. Respondemos con convicción que las democracias de EE UU y Europa están unidas por unos valores. No pueden tener éxito si una se aísla de la otra, y todavía menos si se enfrentan. Trabajando juntas sobre la base de sus raíces comunes y sus objetivos compartidos, así como con respeto mutuo, nunca discreparán respecto a las cuestiones esenciales. Unidos, seremos considerados por el resto del mundo como los intérpretes de una gran visión cargada de sabiduría; divididos, saldremos perdiendo. Nos corresponde a nosotros sacar el mejor partido de esta importante baza.

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