Sharon hace frente a la rebelión de los colonos y de parte de su Gobierno contra el plan de paz
Los servicios secretos israelíes temen que un atentado acabe con la vida del primer ministro
La imagen del primer ministro israelí, Ariel Sharon, dando la mano al jefe del Gobierno palestino, Abu Mazen, junto al presidente de EE UU, George W. Bush, tras 32 meses de Intifada y cerca de 3.500 muertos, está sacudiendo los cimientos de la sociedad israelí. El encuentro de Áqaba, donde se acaba de poner en marcha el plan de pacificación conocido como la Hoja de Ruta (cuya aplicación debe culminar en 2005 con la proclamación del Estado de Palestina), ha provocado la rebelión de amplios sectores de la derecha israelí, que ha empezado a movilizarse contra lo que considera una traición.
La contestación más dura contra Sharon surge de su propio partido, el Likud
"La Hoja de Ruta es el plan más peligroso que un Gobierno israelí haya aceptado nunca" afirma Pinhas Wallerstein, uno de los principales responsables del Consejo de Asentamientos de los Territorios. El Consejo agrupa a los 200.000 colonos instalados mas allá de la "línea verde", esa línea imaginaria, que separa Israel de los territorios palestinos, ocupados desde el fin de la Guerra de los Seis Días, en 1967. Wallerstein representa a los habitantes de 160 asentamientos legales, pero también a los 116 ilegales que se han ido levantando durante los últimos años.
Este dirigente colono, encargado de la región de Benjamín, con 25.000 habitantes e incrustada en la Cisjordania palestina, protesta de manera airada contra la aplicación de la Hoja de Ruta y dos de sus consecuencias inmediatas más importantes: el desmantelamiento de un número indeterminado de asentamientos "ilegales" y el reconocimiento de un Estado de Palestina, que deberá convivir con Israel.
La aplicación estricta de la Hoja de Ruta puede acabar suponiendo para este responsable colono la destrucción de su propia casa y el fin de un sueño político-religioso: el que ambiciona la construcción de un Gran Israel cuyos límites deberían enmarcarse entre el mar Mediterráneo y la orilla del río Jordán. Este proyecto, compartido por amplios sectores de la derecha nacionalista israelí, será para siempre inviable si se consuma el proyecto de reconocimiento de un Estado independiente para los palestinos, formulado en la cumbre de Áqaba.
Pinhas Wallerstein no está solo; junto a él se alinea de manera firme el movimiento colono, para el que la cumbre de Áqaba ha constituido "una ceremonia humillante en la que el Gobierno israelí ha celebrado su rendición al terror palestino". Los militantes y simpatizantes del movimiento colono se encuentran en estado de máxima alerta, esperando las consignas del Comité de Rabinos de Judea, Samaria y Gaza y dispuestos a enfrentarse a las fuerzas de seguridad y al Ejército, que han anunciado que esta semana empezarán el desalojo de los asentamientos "ilegales".
"Sharon es un traidor", se puede leer pintado sobre los muros a lo largo y ancho de los asentamientos, especialmente en las paradas de autobuses. Es un gesto claro de desafío que a muchos recuerda la excitación e incitación generada en Israel contra el que fuera primer ministro Isaac Rabin tras la firma de los Acuerdos de Oslo (1993) y que finalizó con su asesinato en noviembre de 1995. Los servicios secretos están profundamente preocupados por la vida de Sharon.
La rebelión es más amplia de lo que a simple vista parece. En este frente del rechazo participan además siete ministros de los 23 que componen el Gobierno de unidad nacional que preside Ariel Sharon. Estos siete miembros del Gabinete han venido manifestando en los últimos días, de manera más o menos pública, su oposición abierta al proyecto, a pesar de lo cual se niegan a dimitir. Ese movimiento podría dejar la plaza libre para que la ocupen los laboristas, actualmente en la oposición y más receptivos al plan de paz.
"¿Por qué no aprendimos la lección de Oslo, que ha finalizado con una matanza? ¿Por qué estamos repitiendo el mismo error?", se pregunta indignado el ministro de Turismo de Israel, Benny Elon, dirigente de la Unión Nacional, que, junto con el Partido Nacional Religioso, constituyen los sectores políticos más críticos con respecto a los acuerdos de Áqaba.
Pero la contestación más dura y más dolorosa contra Ariel Sharon parte de las líneas de su propio partido, el Likud. Hoy, domingo, esta formación ha convocado una gran convención en Jerusalén para discutir los resultados de la cumbre de Áqaba y el hecho de que el primer ministro se haya comprometido a aceptar la proclamación de un Estado de Palestina sin contar previamente con el beneplácito de su organización. El Likud nunca ha debatido sobre esta cuestión por temor a provocar una escisión en sus filas.
Los asistentes al congreso de hoy estarán pendientes de las justificaciones de Sharon, pero sobre todo de las palabras del rabino Moshe Feiglin, que lidera el sector más crítico y radical del movimiento Likud. En 1993, este dirigente se mostró ya violentamente en contra de los Acuerdos de Oslo, lo que le valió ser condenado a 18 meses de cárcel por el delito de sedición, al protagonizar numerosas protestas callejeras.
Feiglin firmó en 1994, junto con otros 26 responsables israelíes, una demanda contra los Acuerdos de Oslo, que fue finalmente recusada por el Supremo asegurando que la polémica no tenía naturaleza jurídica, sino política. Su influencia en el seno del partido nacionalista ha ido creciendo en los últimos años, consiguiendo abrirse un espacio entre los dos grandes clanes: el del ex primer ministro Benjamín Netanyahu y el del actual, Ariel Sharon.
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