Blair logra frenar una investigación pública sobre las armas de Irak
Los laboristas, salvo 11 diputados, apoyaron al primer ministro en el Parlamento
Tony Blair vivió ayer en los Comunes uno de esos días que empiezan a ser pura rutina, días de mucho ruido y pocas nueces. Después de una mañana de acalorados debates sobre el papel jugado por el Gobierno al tratar los informes de los servicios secretos sobre los arsenales del régimen de Sadam Husein, la Cámara rechazó por abrumadora mayoría una propuesta para poner en marcha una investigación independiente. El Partido Laborista, con la excepción de 11 diputados rebeldes, se alineó con Blair.
Los Comunes rechazaron por 301 votos a 203 una propuesta de los liberales-demócratas a favor de poner en marcha una investigación judicial. La propuesta tenía el apoyo también del Partido Conservador, los nacionalistas galeses y los rebeldes laboristas. Pero Blair obtuvo un apoyo abrumador de su propio partido, pese a que los antiguos ministros Robin Cook y Clare Short se sumaron al coro de críticos contra el primer ministro y más de medio centenar de laboristas han firmado una moción pidiendo que se hagan públicos todos los documentos manejados por el Gobierno a la hora de decidir su intervención en Irak.
Los bancos laboristas, que se están convirtiendo en uno de los puntos calientes para Blair a medida que avanza la legislatura, prefirieron guardar las armas pesadas para otra ocasión y se limitaron a criticar al primer ministro para dar por buena su propuesta de que sea el Comité de Inteligencia y Seguridad el que investigue la actuación del Gobierno. Se trata de averiguar si el Ejecutivo exageró o no las informaciones que recibió de los servicios secretos sobre el arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam Husein para ganarse así el apoyo de una reticente opinión pública acerca de la invasión de Irak.
Blair se comprometió ayer a hacer públicas las conclusiones de ese comité, pero tanto la oposición como buena parte de la opinión pública estiman que esa investigación no aclarará nada porque trabaja en secreto, responde ante el primer ministro y no ante la Cámara y somete a censura sus conclusiones antes de publicarlas. La Cámara realizará su propia investigación, de manera pública pero limitada, a través de la comisión de Exteriores.
Críticas de los conservadores
El primer ministro tuvo que tragar quina en el debate de la mañana. En esa ocasión las críticas no procedían de radicales desprestigiados, como el laborista George Galloway, sino del hasta ahora muy moderado y muy cercano al Gobierno en esta materia, el líder de la oposición, Ian Duncan Smith, que le exigió que explicara a qué "elementos golfos" de los servicios secretos se había referido horas antes el ministro John Reid al denunciar que las acusaciones contra el Gobierno eran un montaje aislado. O el también moderado y prestigioso Kenneth Clarke, uno de los pocos tories que se han opuesto a la invasión de Irak, que echó en cara a Blair su argumento de que la razón para ir a la guerra sin una segunda resolución del Consejo de Seguridad era que la amenaza de un ataque con armas de destrucción masiva era tan inmediata que no se podía esperar más tiempo.
Robin Cook le pidió que se disculpara por una de las inexactitudes difundidas por el Gobierno para justificar esa amenaza: que Irak había conseguido uranio enriquecido en África. Blair se fue por los cerros de Úbeda.
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