Un memorial para la supervivencia
Hace pocas semanas Angle Editorial publicaba un libro, coordinado por J. Ros Hombravella y J. M. Jové, que me parece indispensable para discutir con solvencia el futuro próximo de esta Cataluña política, económica y culturalmente colonizada. El título ya explica algunas de sus intenciones Catalunya, societat massa limitada, pero quedan todavía más evidentes con los subtítulos de las cuatro partes en que se divide: Símptoma: estrés. Malaltia: atròfia. Virus: déficit fiscal, I, malgrat tot, tirem endavant..., Es pot tenir benestar sense Estat? y Aproximació a l'economia valenciana i balear. Afortunadamente, el libro está escrito por 18 especialistas, casi todos pertenecientes al campo de la economía y, por lo tanto, se centra en los problemas de nuestra estructura básica, la que ha de permitirnos la supervivencia o la que nos hundirá definitivamente por más voluntad civil que le echemos. Se trata del más completo memorial de greuges -eficazmente convertido en un memorial para la supervivencia- y tendría que ser una referencia ineludible para los ciudadanos y políticos catalanes y españoles si queremos superar el inútil bla-bla-bla al que las campañas electorales acaban por acostumbrarnos.
A pesar de que los textos corresponden a diversos autores, hay una continuidad muy explícita en la formulación de una tesis general: Cataluña está enferma y una de las causas de esta enfermedad es la sangría del déficit fiscal; a pesar de ello, los catalanes se las apañan para seguir manteniendo un cierto nivel, aportando esfuerzos a veces desmesurados ante resultados poco florecientes; pero la plenitud de desarrollo es imposible si no se modifican nuestras relaciones con España o las reducimos drásticamente hasta conseguir la libertad de las interdependencias y la autoridad de las decisiones, es decir un alto grado de soberanía. Ya sé que con estas frases escuetas no puedo resumir todo el contenido, porque en cada capítulo se abren matices e interrogantes que son sustanciales. Pero hay un tema respecto al cual no cabe ninguna duda. El lector del libro comprobará que el virus de la enfermedad es el déficit fiscal y que cualquier política -la que ahora está entretenida en reivindicaciones identitarias, folclóricas e, incluso, aisladamente culturalistas, a menudo enfocadas hacia el falso elitismo de lo provinciano- que no ataque este tema en profundidad es una política no sólo inútil, sino contraproducente.
El tema del déficit fiscal lo explica con suma claridad Esther Martínez García, aunque aparece también en todos los capítulos, especialmente en los textos de Ramon Tremosa y Joan B. Casas. Se precisan las famosas cifras multimillonarias en las que no voy a insistir ahora porque espero que todos los catalanes conscientes las conozcan de sobra, después de haberlas repetido tantas veces. Pero, además, al final del texto de Esther Martínez hay una aportación relativamente nueva, por lo menos en su precisión programática. Es una propuesta de mínimos para la supervivencia económica de Cataluña sin desprenderse del Estado español -encajándose en él, todavía con voluntad y esperanza-, pero modificando su estructura política y fiscal. Hay que definir un nuevo modelo de Estado, después de precisar el papel de un Gobierno central de un Estado descentralizado e integrado en la Unión Europea y qué recursos se requieren para ello. Hay que delimitar exactamente qué competencias deben encargarse al Gobierno central, aceptando asimetrías y libertad de elección por parte de determinadas comunidades. Hay que establecer nuevos parámetros en el reparto de los costes de financiación de estas competencias e instrumentar un fondo diferenciado para la solidaridad interterritorial. Todo esto parece sencillo y relativamente fácil, pero está muy lejos de lo que se practica y se ha practicado a lo largo de la democracia y la autonomía. Y queda la duda de si las cifras que con este diálogo reformista se conseguirían corresponderían a las necesidades reales de Cataluña, si los gobiernos de Madrid continúan ejerciendo su poder unilateral y mantienen su extravagante nacionalismo a ultranza.
Por esta razón quizá debemos considerar esta vía como ligeramente utópica. ¿Se pueden conseguir resultados fehacientes con este propósito dialogable? ¿No hace falta una ruptura previa que facilite la imposición de nuestras necesidades en términos políticos y de apoyo popular? ¿La libertad para elegir nuestras interdependencias -es decir la independencia de propósitos y decisiones- no será una exigencia indispensable y previa, por encima del esfuerzo para convencer y para lograr? Ni separatismo ni nacionalismo -dos términos anticuados y ya mancillados por la historia-, sino independencia, es decir, autodeterminación de las dependencias. Pero para ello hay que eliminar, primero, las ideas nacionalistas superficiales y acomodaticias que han marcado durante años la política autonómica. La independencia de decisiones y el ejercicio del poder empieza con la independencia económica.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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