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Reportaje:

En la incómoda corte del 'zar' Putin

El presidente ruso ejerce de anfitrión entre los líderes mundiales mientras los ciudadanos sufren las consecuencias de la cumbre

San Petersburgo

Vladímir Putin camina bajo las bóvedas doradas de la catedral de San Isaac y le siguen los grandes del mundo. Están Cherie y Tony Blair, quien abraza efusivamente al líder ruso, como abraza a Romano Prodi y a Jean-Francois Chrétien, pero no a Jacques Chirac ni a Gerhard Schröder. Éste entra en la iglesia acompañado del japonés Junichiro Koizumi. Silvio Berlusconi gira solo, con una guía bajita que le hace torcer el cuello de modo increíble para que vea los frescos del techo. George W. Bush todavía no había llegado a San Petersburgo.

"Christus resurexit", clama el metropolitano Vladímir, para recibir a la corte internacional reunida en este primer acto de las celebraciones del tricentenario de la ciudad, y sus palabras encuentran un inmediato eco tronante en la antífona que entona el coro. Putin no se inclina ni hace remilgos al clero.

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Por un momento, la escena conecta naturalmente con la grandiosa pintura de la última época de los zares que se expone en el vecino Museo Ruso. Quedan los gestos del poder, aunque privados de la confianza en uno mismo que da la sucesión dinástica y de otros signos de aquellos tiempos. Quedan también las masas rusas que contemplan el ir y venir de las caravanas por unas calles tan cortadas al tráfico normal que más de un ciudadano ha tenido serios problemas para encontrar un camino hacia su casa cuando cae la noche. Muchos lamentan que el dinero de estos fastos no se haya dedicado a necesidades más urgentes.

Entre la masa, numerosos turistas confinados en las aceras, porque tanto el Museo del Ermitage como el aeropuerto de la ciudad permanecen cerrados todo el fin de semana para atender mejor a los líderes.

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Cerca de un millar de periodistas de todo el mundo siguen desde una distancia incluso mayor que la generalidad del público estas celebraciones pensadas para el ojo corto de la televisión y el protagonismo exclusivo de Putin. De acuerdo con las peculiares normas de los servicios de seguridad rusos, presenciar un acto de media hora de duración, como el de la catedral, consume buena parte del día, ya que es obligatorio presentarse al menos cuatro horas antes.

Para asistir a las 11.30 de hoy a un encuentro con la ministra de Exteriores, Ana Palacio, los organizadores rusos exigieron que los periodistas españoles estuvieran en el hall de su hotel a las 5.30, que, por cierto, son las 3.30 de la madrugada en España. La rueda de prensa principal que hoy tenía previsto dar Putin con el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, estaba abierta a sólo 155 periodistas, y las de los distintos líderes quedaban reservadas para sus respectivos medios nacionales.

Es posible que no haya mucho que escuchar, porque cuando José María Aznar anunció que suspendía su encuentro con la prensa en San Petersburgo, antes de cancelar todo el viaje por causa del atentado en Navarra, algunos de sus colaboradores razonaban que no lo hacía para no tener que responder a más preguntas sobre el siniestro militar de Turquía, sino porque el evento ruso tampoco daba para más comentarios. En cualquier caso, es claro que los usos informativos de la corte de Putin están muy lejos de los europeos.

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