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Columna
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Una cierta angustia

Andrés Ortega

Pasan demasiadas cosas raras a la vez, y esta sensación de que un mundo se nos va y no sabemos cuál viene está generando cierta angustia general. Probablemente hemos de convivir con ella en lo que sigue siendo una transición larga, cuyos próximos años pueden estar marcados por el tipo de imperialización de Estados Unidos; el proceso decisivo, aunque convulsivo, de modernización (que no occidentalización) del mundo árabe (y musulmán); la transformación de China, y el pulso que van ganando las fuerzas sin control al Estado.

El 11-S sembró la semilla de la inseguridad en Estados Unidos que se transmitió al resto. Parafraseando a Marx, se puede decir que, en la anterior década, EE UU se había limitado, como los europeos, a gestionar el mundo, y ahora quiere transformarlo. Pero hoy está claro que EE UU tenía un buen plan de guerra en Irak; pero carecía de un plan de posguerra. Bush en guerra, de Bob Woodward, revela una tremenda improvisación por parte de la Administración en Afganistán, mientras que The mission, de Dana Priest, refleja que los que sobresalen son los jefes de los mandos militares de EE UU en el mundo, auténticos virreyes.

Como indicara Moises Naïm en la X Conferencia Fernández Ordóñez, los Gobiernos están perdiendo la guerra contra cinco procesos criminales transnacionales interrelacionados cuya dimensión se ha multiplicado en los años noventa: el tráfico ilegal de drogas, de personas, de armas, de dinero y de copias de productos. A lo que cabe sumar el terrorismo global. Al Qaeda, sea red o, como la llama Naïm, una "franquicia", ha demostrado que sigue viva. Esta vez, los terroristas suicidas de Casablanca provienen de esos barrios pobres a los que no llega el Estado, pero sí los servicios de bienestar de los movimientos integristas. Nunca en el mundo tantos han vivido tan bien, pero tampoco tantos tan mal, ni la diferencia entre unos y otros -especialmente entre el Norte y el Sur en el Mediterráneo- ha sido tan abismal. No es una situación estable. Y cuidado con que la guerra contra el terrorismo no derive en guerra contra la inmigración.

Los ciudadanos tienden a percibir que el Estado les protege menos. No sólo se nota en el crecimiento de los servicios privados de seguridad, sino también en el incierto futuro de las pensiones, lo que contribuye a la ansiedad de esa generación ahora en el poder que ve con preocupación su jubilación en un horizonte de 10 a 15 años, con los sistemas públicos de pensiones en peligro, y cuando los ahorros privados en Bolsa han perdido casi un 20% de su valor en los últimos tres años. Se decía que el euro débil era un problema y reflejaba la debilidad de Europa, y ahora su fortaleza también es reflejo de la fuerza de EE UU. Y si antes de la guerra de Irak se esperaba que después la economía internacional se recuperara, no ha sido así. Mientras, la neumonía atípica vuelve a mostrar la mayor vulnerabilidad que supone la globalización. El SARS podría llegar a producir en China una apertura interna, como el accidente de Chernóbil llevó a la glásnost en la Unión Soviética. Pero también puede ser la espita que haga estallar al país y a la región. ¿O llegará antes un Chernóbil estadístico si resulta que China no está creciendo a la velocidad que dice (7% anual)? Quizás le salve la debilidad del dólar.

Todo esto puede parecer deshilachado. En realidad, es una madeja. Y, pese a las apariencias de imperio para poner orden, lo que domina es la angustia ante un nuevo desorden, aunque las grandes potencias no se hagan ya la guerra entre ellas. Quizás tenga razón ese analista anónimo en Internet que se asombra de lo que ha cambiado el mundo "cuando el mejor rapero es blanco; el mejor jugador de golf, negro; Suiza ha ganado la Copa de América; Francia ha acusado a EE UU de arrogancia -¡Francia!-, y ha habido una guerra y Alemania no ha querido participar en ella".

aortega@elpais.es

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