El Museo de Orsay rescata del olvido en París la edad de oro del daguerrotipo
La historia la escriben los vencedores. En todos los dominios, no únicamente el político y militar. Por eso la fotografía y el cine también parecen ser cosa de anglosajones, de George Eastman, Thomas Alva Edison y David W. Griffith y no de Nicephore Niepce, Louis Jacques Mandé Daguerre, Louis Lumière o Georges Méliès, personajes que hoy conviene relegar al rango de "precursores" y a los que les faltó el toque de genio que permite convertir una idea en mina de oro. El museo parisino de Orsay se ocupa estos días y hasta el 17 de agosto de uno de ellos, de Daguerre (1787-1851), y de su extraño invento, el daguerrotipo.
Contada o escrita desde París la historia es distinta. Niepce tomó la primera fotografía en 1829. El tiempo de exposición duró ocho horas y el resultado dejaba mucho que desear. Niepce pensaba en el grabado y en la posibilidad de reproducir la imagen hasta el infinito. Daguerre, que se sentía pintor, pensaba en la obra única y quizás de ahí que inventara, en 1836, esos extraños daguerrotipos de los que ahora se presentan más de 300. La técnica, basada en la caja oscura, se obtenía a partir de la luz que entraba por el objetivo sobre una placa de cobre cubierta de una capa de plata. Esa plata era sensible a la luz gracias a un baño de vapores de yodo que se le daba a la placa como máximo una hora antes de ser utilizada y la imagen resultante se fijaba para la eternidad con la ayuda de vapores de mercurio y de hiposulfito de sosa.
Mucha química pues, mucha artesanía e imposibilidad de sacar copias de unas imágenes mucho más detalladas que las de Niepce y que necesitaban de un tiempo de exposición corto, de unos pocos segundos. En 1839, el científico François Arago presenta y defiende ante la Academia de Ciencias el hallazgo de Daguerre. El resultado es que el inventor recibirá, hasta el fin de sus días, una pensión del Estado y, a cambio, el procedimiento puede popularizarse. Entre 1840 y 1850 el mundo se llena de daguerrotipistas y daguerrotipos. Baudelaire escribirá al respecto que "la sociedad inmunda se apresuró, como un único Narciso, a contemplar su trivial imagen sobre metal".
Pero el Museo de Orsay nos permite descubrir un buen número de panorámicas de paisajes. La revolución de 1848 ve nacer el periodismo gráfico y tres daguerrotipos nos muestran la calle Popincourt ocupada por las barricadas, la carga de las tropas del general Lamoricière y 3.000 muertos después. Y junto al periodismo, la pornografía. El daguerrotipista Jacques-Antoine Moulin será condenado en 1851 precisamente por vender esas imágenes. Otros colegas venden, en cambio, imágenes de mujeres negras desnudas y en ese caso nadie habla de pornografía y sí de aportación etnográfica.
Quedan también los retratos de los grandes (Delacroix, Balzac, Hugo o Dumas), y las microfotografías obtenidas con la ayuda de un microscopio solar, que aumenta entre 200 y 400 veces una gota de sangre.
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