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Columna
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Castellano y la legionela

Cada vez que se declara en Alcoi una epidemia de legionela y la Consejería de Sanidad convoca una rueda de prensa para explicar los pormenores, encuentro en los periódicos una foto del consejero Serafín Castellano sonriendo. Siempre me pregunto qué llevará a este hombre a sonreír en circunstancias tan poco favorables. En su lugar, cualquier directivo mostraría la pesadumbre del fracasado, rehuyendo a los fotógrafos. O, al menos, procuraría ofrecer una imagen compungida que le reconciliase con los ciudadanos. Ocho brotes de legionella en poco más de tres años, casi 300 afectados y varios fallecidos, deberían ser unas cifras suficientes para inducir a la modestia a cualquier político. En cambio, Castellano muestra un desparpajo, una seguridad y un dominio de la situación que desconcierta a sus opositores. En esto, se advierte que el consejero ha estudiado con provecho el manual de estilo que Eduardo Zaplana impuso a su Gobierno y que tantos éxitos les ha comportado.

Sería injusto no reconocer que la conducta de Castellano ha variado durante estos años. Algo hemos avanzado desde aquellos primeros brotes, en que negaba su existencia porque en una Comunidad Valenciana gobernada por el Partido Popular no se producían epidemias. En las últimas ocasiones, sin embargo, el consejero ha actuado con indudable presteza: ha reconocido el problema y se ha mostrado contundente en sus actuaciones. Ahora bien, no podría afirmar si esa contundencia ha servido para algo o ha sido, por así decirlo, una contundencia retórica, pensada para las páginas de los periódicos.

Porque lo cierto es que cuatro años después de producirse el primer brote de legionela en Alcoi, las cosas están, más o menos, como el primer día: seguimos sin conocer el origen de la epidemia y no sabemos como combatirla. Sólo hay un hecho cierto: ésta sobreviene en cuanto sube unos grados la temperatura y comienzan a funcionar las refrigeraciones de las industrias. Durante los últimos años, el Gobierno ha ordenado estrictos protocolos; ha publicado decretos ordenando esto y lo otro; se ha constituido un comité de expertos, con personas de reconocida solvencia profesional y científica, para estudiar el caso; se han efectuado auditorías en las fábricas... El resultado de este enorme, variado y costoso esfuerzo es, al día de hoy, cero. La legionela sigue paseándose por las calles de Alcoi en cuanto asoma el buen tiempo.

Esta incapacidad del Gobierno para enfrentarse a la epidemia ha producido un fenómeno curioso, un fenómeno que, sin duda, explica el éxito que el Partido Popular goza entre nosotros. Ante cada nuevo brote de legionela, lejos de aumentar, disminuye la indignación de los alcoyanos, y, en la actualidad, su presencia se considera tan común como la gripe. Naturalmente, nadie se rebela ante la gripe, ni responsabiliza al Gobierno de su aparición. Esto es, más o menos, lo que sucede en Alcoi con la legionela. La ineficacia de Serafín Castellano ha logrado que los alcoyanos acepten la epidemia como un suceso natural natural, propio de la ciudad. Cuando un político logra que lo extraordinario alcance categoría de usual, a mí me parece que puede darse por satisfecho. Quizá por ello hayan premiado a Castellano con un puesto preferente en las candidaturas del Partido Popular. El hombre se lo merece.

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