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Columna
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¿Qué fue de Lula?: 100 días de gobierno

Joaquín Estefanía

La invasión de Irak lo ha expulsado de la centralidad mediática. Y sin embargo, Lula está a punto de cumplir los primeros 100 días al frente del Ejecutivo de Brasil, esa medida de tiempo a partir de la cual empieza el fuego cruzado de las críticas y se acaba la virginidad política de un gobernante. No es de extrañar que Lula haya preferido trabajar en un ambiente de neblina, mejor que la luz directa de miles de focos con la que empezó su mandato.¿Qué objetivos se trazó el primer día del año y qué ha conseguido Lula? De los primeros había uno instrumental y otro finalista; el primero era recuperar con urgencia la confianza de los inversores privados y de las instituciones financieras multilaterales, sobre todo del FMI. El finalista, para la obtención del cual necesitaba ese ambiente de confianza, lo expuso muy gráficamente: lograr que al cabo de su legislatura todos los ciudadanos brasileños pudieran hacer tres comidas al día; es decir, exterminar el hambre, poner en práctica con eficacia el Programa Hambre Cero.

Lula está consiguiendo la normalidad financiera, lo que no es poco teniendo en cuenta que pese a su abrumadora victoria en las urnas no dispone de la mayoría suficiente en las cámaras legislativas, por lo que ha de negociar cada proyecto de ley. A veces, las mayores dificultades no provienen de los grupos de oposición sino de la opinión de la línea más izquierdista del Partido de los Trabajadores (PT). Hace escasos días logró una victoria muy significativa en este terreno al lograr tanto en el Congreso como en el Senado el apoyo mayoritario para presentar un proyecto de ley sobre la autonomía del Banco Central, cuestión clave en la carta de intenciones firmada con el FMI para que este organismo le siga ayudando crediticiamente. Téngase en cuenta que el principal factor de estrangulamiento de la economía brasileña, habiendo varios, es el dificilísimo manejo del pago de la deuda. El antecesor de Lula, Fernando Henrique Cardoso, había dado en la práctica esta autonomía al Banco Central, pero no estaba protegida legalmente. Al buen recibimiento que tuvo el nombramiento de Henrique Meirelles (un banquero privado que en su juventud había pertenecido al trotskismo) como banquero central se le unirá pronto la autonomía de la autoridad monetaria.

La reacción de los mercados fue espectacular: el real se revaluó respecto al dólar (un dólar equivale a 3,28 reales) y el riesgo país -que mide lo que de más ha de pagar Brasil para obtener financiación, por los hipotéticos riesgos políticos, económicos y sociales de quien concede los préstamos- se redujo al nivel más bajo en un año.

La autonomía del Banco Central tiene dos valores; en sí misma y por lo que significa de capacidad de negociación de Lula. Esto último es importante si se tiene en cuenta que las siguientes prioridades socioeconómicas del presidente brasileño son impulsar una reforma de las pensiones públicas (las de muchos funcionarios, civiles y militares, son escandalosas en un país que no ha superado las hambrunas y que figura en el primer puesto de las calificaciones de desigualdad en el mundo) y la reforma fiscal.

Una de las contrapartidas de esa negociación tiene que ver con el Programa Hambre Cero y con la parte social de su política económica: subida del salario mínimo en un 20%. Esta medida, imprescindible, tiene importantes costes en gasto público y de impulso inflacionista. Otra de las contrapartes de la ayuda del FMI es que Brasil obtenga un superávit fiscal primario (que ingrese más de lo que gaste, sin tener en cuenta el pago de los intereses de la deuda), y que reduzca la cultura de la inflación, que este año puede superar el 10%. Todo ello en un ambiente económico de escaso crecimiento del Producto Interior Bruto; se prevé que el de este año superará por poco el 2%, un porcentaje con el que es casi imposible reforzar las medidas redistributivas básicas de Lula.Por ello es por lo que se dice que si Lula ha conseguido convencer a los mercados, la parte social de su programa es todavía difusa. Como siempre, la más difícil.

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