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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vientos, tempestades

No hacía falta esperar a las terribles imágenes que van llegando de Irak para saber que la guerra es el horror, el mal, lo contrario de la civilización. Pero ahí están los 15 civiles destrozados por dos bombas en un mercado de Bagdad. Y los otros destrozos, los que produce entre nosotros, en las relaciones políticas, en la sociedad. Basta con observar cómo la crispación se ha apoderado de la sociedad española, y no únicamente de sus políticos. Los ataques a sedes del Partido Popular, las agresiones a sus dirigentes o los desbordamientos de las manifestaciones contra la guerra, pacíficas hasta ahora, así como actuaciones policiales claramente desproporcionadas, son pésimos indicios de que la guerra contamina también nuestra vida civil.

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Dos bombas causan una matanza de civiles en un mercado de Bagdad

Pero la denuncia de los incidentes no puede ocultar algunos datos inobjetables de la realidad. El primero de todos es la propia guerra, a la que el Gobierno de Aznar se ha asociado en un clima de absoluto rechazo por parte de la opinión pública y sin otro apoyo parlamentario que el de su propia mayoría absoluta, en la que se ha bunquerizado. Esta decisión provoca especial rechazo entre los jóvenes españoles, educados afortunadamente en un espíritu incompatible con las confusas razones últimas para una guerra ilegal e inmoral. Los hábitos de prepotencia y desprecio de cualquier oposición cultivados por el Gobierno en sus siete años de camino sin obstáculos han añadido mayor distancia entre la percepción que tiene el Gobierno de sí mismo y la que tiene la sociedad española, generando así una crispación de alta intensidad alrededor de un PP angustiado por sus malas perspectivas electorales y de un presidente del Gobierno que parece haber perdido contacto con la realidad.

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La guerra impuso ayer en Bagdad su cruel principio de realidad: en un mercadillo de la capital iraquí quedó borrada toda ilusión de diferencia entre objetivos militares y civiles, mientras que en Basora la estrategia bélica conduce a una catástrofe civil. En su comparecencia ante los diputados, Aznar siguió hablando ayer asépticamente de "intervención" donde hay guerra, sin una sola muestra de piedad ante los horrores. Peor aún: preocupado tan sólo de golpear a la oposición, confundiéndola con los alborotadores violentos. Con este estilo, que le han reprochado incluso sus antiguos socios de CiU, es imposible recomponer ningún consenso, ni en política exterior ni en nada.

El acuerdo en la UE, exhibido de nuevo por Aznar, es de mínimos. Pero la UE puede ser una buena base para la propuesta de PSOE y CiU, que plantearon convertir la actual misión militar española en una "flotilla humanitaria" bajo disciplina europea. La oposición acierta en su rechazo a que los tres barcos españoles y sus 900 soldados terminen su singladura bajo mando de una administración angloamericana en Irak. La UE se ha pronunciado, como Aznar ayer, por un "papel clave de la ONU durante y después de la crisis". Pero en una maniobra de ocultación similar a la que precedió la guerra, Aznar no dijo qué pasaría si EE UU, como parece, no lo acepta. ¿Se plegará a los deseos de Bush o empezará a rectificar, como le pidió Zapatero?

Nadie puede decentemente poner en duda los términos utilizados por Zapatero para condenar las agresiones y actos de intimidación contra sedes y dirigentes del PP de los últimos días. Pero Aznar y la bancada popular lo hicieron. No es extraño en un partido que incluso desde el Gobierno es incapaz de dominar su afición a la piromanía. De ninguna otra forma pueden interpretarse las palabras gravemente irresponsables y frívolas de Javier Arenas ante el Grupo Popular en el Senado. Insinuar paralelismos con el clima previo a la guerra civil, hablar de coalición social-comunista y nacionalista, y mezclar en todo ello los planes de reforma estatutaria de Maragall, perfectamente legítimos en nuestro marco constitucional, merecen una repulsa rotunda. No es extraño que en este clima de desvarío un Anasagasti desaforado se dedique a disparatar contra el Rey por haber recibido al líder de la oposición, y no a los demás grupos.

A la frivolidad y al autismo puede añadirse el complejo de persecución. Todo es empeorable. Pero no es verdad que todo lo que está pasando responda a un plan socialista para derrocar al Gobierno. Zapatero aclaró ayer que no piensa pedir elecciones anticipadas, como hacen muchas pancartas, y recordó a Aznar las cosas que decía hace justamente 10 años cuando unos estudiantes de la Autónoma de Madrid abuchearan al entonces presidente González.

Confundir las consignas y los insultos demagógicos de algunas pancartas con la oposición o insinuar que ésta tiene alguna responsabilidad en los actos de violencia, tal como hizo ayer Aznar, es parte del desorden mental en el que se ha instalado el Gobierno desde hace unos meses. Como dijo ayer Aznar, quien siembra vientos recoge tempestades. Aplíquese el refrán. Después de haber embarcado a este país en una guerra sin el aval del Consejo de Seguridad, es a él a quien corresponde dar pasos decisivos para cortar esta espiral en la que nos ha metido a todos a un año de hacer mutis por el foro.

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