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Fernando Savater se venga del tiempo en su libro autobiográfico

El autor repasa en 'Mira por dónde' 50 años de la vida política, cultural y social española

Se pudo ver ayer de Fernando Savater su lado alegre, lúdico, irónico y, por si fuera poco, bastante optimista. Presentó sus memorias Mira por dónde (Taurus), narradas desde la nostalgia de su infancia en San Sebastián ("la época más feliz de mi vida"), y afirmó que las ha escrito como "una venganza contra el tiempo". El afán didáctico de este filósofo que nunca pensó serlo también asoma en las casi 400 páginas autobiográficas: "Me sorprende la desmemoria colectiva que vivimos y por eso intento contar a los jóvenes el precio que cuestan las cosas". Con un estilo literario muy próximo al periodismo, sus memorias contienen medio siglo español de historia social, política y cultural.

"Con escolta me siento limitado, es como una enfermedad que me obliga a unas limitaciones, pero siempre he hecho lo que he querido"
"La esperanza y la desesperanza son dos formas de entreguismo y yo me muevo en una especie de pesimismo activo"

Las memorias Mira por dónde, subtituladas Autobiografía razonada, de Fernando Savater (San Sebastián, 1947), son también una decidida apuesta por vivir el presente. "Lo más importante es disfrutar del momento. Uno de los mayores engaños es vivir absolutamente presos entre el pasado y el futuro, alguien obsesionado con lo que va a acumular en el futuro, cuántos electrodomésticos tendrá... y, cuando llega el final, ha estropeado su vida presa del pasado y el futuro. Me horroriza la gente que hace proyectos", afirmó ayer este pensador, enormemente vitalista y locuaz, durante la presentación del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Cuando se le menciona su sentido festivo de la vida, frente a esa imagen fija y casi única de tenaz luchador contra el terrorismo, responde rápidamente: "¿Veis cómo la gente no vive el presente? Llevo metido en política dos años, y han bastado para que se olviden de mi carácter dicharachero, y ya sólo me ven como alguien que únicamente habla de Arzalluz".

Estas memorias son un desmentido a esa foto fija: en ellas aparece un niño que vivió una infancia feliz y despreocupada en San Sebastián, que a los 12 años se traslada con su familia a Madrid; tras su paso por el colegio de El Pilar se convierte en un universitario al que la muerte de su amigo Enrique Ruano le abrió los ojos. "Era muy amigo mío y, quizá si no hubiera ocurrido aquello, yo no me hubiera implicado tanto en la lucha antifranquista, no con tanta vehemencia". Tanta entrega le llevó a la cárcel. Después emerge el escritor y profesor que se mete de lleno en la movida. Sus "euskobatallas por la libertad" marcarán sus últimos años de actividad política. Sin duda, la muerte de Franco fue el acontecimiento que más influyó en los de su generación. "La muerte de Franco fue un buen momento. Se lanzaban los dados otra vez para ver qué ocurría, se repensaba el mundo otra vez".

Y metidos en política, alguien le dijo que no se explicaba su actual postura antinacionalista: "En este libro cuento el cambio de posiciones respecto al nacionalismo después de la transición, cuando se pensaba que había una deuda histórica con los nacionalismos y que había que compensar ese maltrato derivado de la homogeneización. Fue ridículo. Con el paso del tiempo se vio que el nacionalismo no avanzaba, se quedó enquistado. Y se convirtió en una especie de entretenimiento político para izquierdistas sin ideas. Y en lugar de ser una doctrina con una visión del mundo de derechas, se convierte en una enfermedad senil para izquierdistas".

Savater negó que el hecho de llevar escolta le haga actuar con menos libertad. "Uno deja de ser libre cuando no te atreves a hacer lo que quisieras por miedo a las consecuencias. Me siento limitado, tengo una especie de enfermedad que me obliga a una serie de limitaciones, pero siempre he hecho lo que he querido".

-¿Y de dónde saca tanta energía, tanto optimismo?

-¿Y de qué sirve no ser optimista? Como explico en mis memorias, transformo el sentimiento trágico de la vida, unamuniano, en el sentimiento cómico de la vida. Tanto la esperanza como la desesperanza, en el fondo, son ganas de no hacer nada. La esperanza son ganas de dejar pasar el tiempo; también la desesperanza que provoca eso de que "no hay nada que hacer", "el mundo está fatal...". Tanto una como otra son dos formas de entreguismo y yo me muevo en una especie de pesimismo activo; como no creo que las cosas se resuelvan solas, echo una mano.

El origen de estas dilatadas memorias ("que no tienen moraleja") está en una carta que escribió a su madre cuando enfermó de Alzheimer. "En el momento en que tuvimos que ingresarla, mis hermanos y yo pasamos una época dura, culpabilizadora, y esa carta fue una especie de diálogo de lo que nos pasaba. Y entonces pensé: ¿por qué no hacer un balance general, una especie de itinerario que fuera, en lugar de Lo que el viento se llevó, Lo que el tiempo se llevó".

Parafraseando a Marguerite Yourcenar, el tiempo es para Savater un escultor que esculpe y destruye a la vez. Y sus memorias, que no tienen un final feliz, "están inspiradas en lo que el tiempo hace con uno".

Fernando Savater, ayer, en el Círculo de Bellas Artes.
Fernando Savater, ayer, en el Círculo de Bellas Artes.MANUEL ESCALERA

Igueldo y un porrito

En sus memorias, Savater habla de lo divino y lo humano, aunque quien vaya en busca de chascarrillos se quedará frustrado. Habla de drogas, de las que ya pedía su despenalización hace 20 años. "Hoy se vive una gran superstición: la relación de una sociedad hipermedicalizada con las llamadas drogas. Esto indica hasta qué punto la gente no es libre de aceptarse como es", decía ayer. En el libro relata que lleva muchos años de complicidad con el tabaco y el alcohol: "Supongo que me estarán matando, pero les agradezco su parsimonia en el asesinato y que, mientras tanto, me entretengan". Dice lo mismo de la "simpática" marihuana: "Un porrito antes de irse a la cama con alguien grato sigue haciendo maravillas, incluso a edades tan provectas como la mía".

No, no. Llegados a este punto, que nadie se imagine que cuenta sus aventuras sexuales. "Es en lo único en lo que se me nota que soy joven. La mayoría de las mujeres con las que he estado están vivas, y no son una legión".

Sobre su fama de provocador, dice: "La Zarzuela -el recinto hípico, no el palacio- es lo único que yo salvaría de Madrid en caso de un bombardeo nuclear".

En algún momento, este buen comilón hizo también pinitos culinarios. "Me dio un poco por la cosa ridícula de la literatura gastronómica, pero me di cuenta de que los pensadores del pienso son insoportables".

Otra cosa es ser donostiarra: "Aun cuando volver a mi txoko es arrostrar los mayores riesgos, todavía siento una absurda bocanada de optimismo al reencontrarme con la bahía y con Igueldo".

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