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Reportaje:GUERRA EN IRAK | La situación en Bagdad

Las bombas golpean las casas de Bagdad

El Gobierno iraquí enseña a la prensa los barrios residenciales alcanzados. Decenas de heridos se recuperan en los hospitales

Francisco Peregil

Cada día caen miles de kilos de acero en Bagdad. Y cada mañana llegan nuevas remesas de heridos al hospital universitario de Alyarmu. Los iraquíes no han mostrado aún víctimas mortales. Pero cada mañana algún médico del hospital pasea entre niños, mujeres y ancianos heridos por las bombas y misiles. "Uno de los ataques de ayer cayó sobre un barrio muy cercano de aquí. Las ventanas del hospital se abrieron y tuvimos que meter a algunos enfermos en los pasillos", explicaba el director del centro.

Se ven caras de resignación y caras dolientes. Algunas de las pacientes no tienen ganas de atender a la prensa. Pero algún médico del hospital que hace de intérprete insiste. Y las preguntas siempre son las mismas: ¿a qué hora cayó el misil? ¿Dónde está su casa? ¿Qué edad tiene? ¿Qué edad tiene su hija? ¿Hay algún centro militar cerca de su domicilio? La respuesta a esta última pregunta siempre es que no, y casi siempre el paciente suele proclamar su fe en Sadam y en la victoria.

Entre los cascotes de la casa, las páginas del cuaderno escolar de un niño y un Corán
"Ahora vienen los americanos. Pero cuando este niño crezca les atacará a ellos"
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Cada mañana también, las autoridades iraquíes parecen dispuestas a mostrar a la prensa los estragos del bombardeo sobre la población civil. Tal vez jamás haya habido una guerra con tantos periodistas debajo de las bombas dispuestos a contar lo que pase. Por eso ayer eran cientos los fotógrafos, cámaras y redactores que acudieron primero al barrio residencial que las autoridades quisieron mostrar. Algunos vecinos en bata comentaban que escucharon las primeras bombas sobre las siete y media y, a partir de ese momento, la calle se convirtió en un infierno. "Sólo en esta calle cayeron seis misiles en menos de un minuto", comentaba el propietario de una vivienda.

Una de las casas mostraba el pozo abierto por la bomba, de cuatro metros de diámetro. Al descubierto quedaban las habitaciones con sus mesas y sus sillas. Derribadas las palmeras de la casa. Pulverizadas la mayoría de las paredes. Entre los cascotes, las páginas del cuaderno escolar de un niño y un Corán. "No hay razones para esta guerra", comentaba Ahman Hamid, uno de los vecinos, "salvo que quieren controlar nuestro petróleo".

"Para que veáis que los ataques no han sido tan quirúrgicos como se dice", comentaba uno de los testigos de la escena. Ninguno de los vecinos sabía si las bombas provocaron alguna muerte. Después, los autobuses llevaron a los periodistas a Akademia, un barrio completamente distinto, en las afueras de la ciudad. Casas humildes, agua estancada y mucho polvo por todas partes. En una de esas viviendas habitadas por una familia de cinco miembros, el proyectil entró, ensangrentó la alfombra y dejó sus chatarras por el suelo. Los dos niños que parecían vivir allí no hablaban inglés y miraban con ojos asustadizos. Un militar de unos cincuenta años era el que explicaba las injusticias de ese ataque. Unos cincuenta niños, mantenidos a distancia por un par de adolescentes armados con Kaláshnikov, aguardaba en la calle. De pronto, una mujer con una niña de unos tres años empezó a clamar contra las injusticias de ese ataque, y la multitud empezó a corear uno de los cánticos más repetidos estos días: "Con mi espíritu y con mi sangre defenderé a Sadam". Un adolescente alzó a un niño en brazos y gritó a los periodistas: "Ahora vienen los americanos a atacarnos a casa. Pero cuando este niño crezca irá a América y les atacará a ellos".

En la otra orilla del Tigris, en el barrio popular de Akademiya, la gente transitaba por el zoco apaciblemente. Los bombardeos sonaban a lo lejos en pleno día. Y cuando sonó la sirena que anuncia el final de los ataques, nada cambió en el barrio, todos siguieron haciendo lo mismo. Los comercios estaban abiertos, los bares y las oficinas de cambio de divisas, también. La guerra parecía no ir con ellos. Y una vez más, como en tantos lugares de Bagdad, al extranjero lo agasajan con sonrisas, lo invitan a comer a sus casas y no le dejan pagar la fruta que compra. Los niños se bañan en la orilla del Tigris y la ciudad se va cubriendo de humo negro, sin que le haya dado tiempo a recuperarse de la humareda del día anterior.

A las 20.10, hora peninsular española, de nuevo comenzó otro bombardeo. De nuevo, al minuto de la detonación, el sofá y la mesa comienzan a balancearse. De nuevo se escucha el silbido de los misiles atravesando el aire. Han sido como unos diez bombardeos breves pero intensos los que ha sufrido Bagdad a lo largo del día. La noche acaba de empezar.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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