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Una exposición en Nápoles reconstruye las últimas horas de Pompeya y Herculano

Esculturas y frescos dan cuenta de la riqueza de las ciudades desaparecidas bajo el Vesubio

La muerte sorprendió a los habitantes de Pompeya y Herculano un mediodía de agosto del año 79 después de Cristo mientras huían de la explosión del Vesubio, hasta entonces considerado una inocente montaña. Los restos fosilizados de las víctimas fueron descubiertos cargados de joyas, aferrando sacos de monedas, llaves y espadas. Los objetos, casi 700 con esculturas y frescos, y sus dueños son la piedra angular de la exposición Historia de una erupción. Pompeya, Herculano, Oplontis, que introduce al visitante, con ayuda de "efectos especiales", en un drama todavía vivo.

La muestra del Museo Arqueológico de Nápoles estará abierta hasta el 31 de agosto.

Dos cartas de Plinio el Joven, dirigidas a Tácito, relatan casi periodísticamente los trágicos sucesos del 24 y el 25 de agosto del año 79 después de Cristo, cuando la furia del Vesubio segó la vida de las dos ciudades, dejando, paradójicamente, el mayor legado de la antigüedad romana, que no ha dejado de arrojar tesoros (todos custodiados en el Museo Arqueológico de Nápoles) desde que fue descubierto hace más de dos siglos.

La muestra, organizada por los responsables de Cultura de la región de Campania y el ente autónomo que gestiona las ruinas de Pompeya, consigue "despertar" a la vida todas las joyas archivadas, que dan sentido y perspectiva a nuevos hallazgos, exhibidos por primera vez.

El acceso a la sala principal está precedido por una sobrecogedora reproducción en resina de los esqueletos juntos, fundidos en una masa común, encontrados por los arqueólogos en 1990 en una cavidad del puerto de Herculano. Esqueletos de ricos comerciantes, de artesanos, de matronas cargadas de joyas, de doncellas, de niños y de siervos que, no hay que olvidarlo, constituían las tres cuartas partes de la población de Pompeya (unos 8.000 habitantes en total), dedicada al comercio de vino y grano.

Esqueletos fundidos

La extraña escultura de los esqueletos fundidos, que trae a la memoria algún macabro museo del exterminio, acerca al visitante a la realidad de aquella ciudad, Herculano, en la hora terrible de su fin. Cada uno de los cadáveres, petrificado para siempre un día de agosto del primer siglo de nuestra era, llevaba consigo algún objeto revelador de su posición social, de su preocupación última en el momento de la fuga. Es el caso del siervo sorprendido con una llave de hierro en la mano, que ha sobrevivido casi perfecta, de la doncella adornada con anillos de oro y esmeraldas; de la dama joven que huía con un cesto repleto de monedas de oro, semifundidas por el soplo ardiente del volcán. Hay espejos de plata intactos, lámparas que algunos de los vecinos llevaban en la fuga para alumbrarse, y hasta un estuche con instrumentos quirúrgicos de un médico.

De las últimas excavaciones en la Villa de los Papiros de Herculano, procede una esplendida cabeza de Amazona y una escultura de Apolo. Inéditos son también algunos de los frescos deslumbrantes que decoraban el comedor de una de las villas recientemente desenterradas en Terzigno, en la periferia de Pompeya, y del espléndido edificio de Moregine, descubierto durante las obras de ampliación de la autopista Salerno-Nápoles. Una de las piezas más fascinantes es la caja fuerte de hierro decorado procedente de la villa de Lucius Crassius Tertius, en Oplontis, una pequeña localidad costera vesubiana, y el brasero de bronce encontrado en la casa de Menandro.

La muestra se inicia en la planta baja del museo, donde se proyecta un documental que reconstruye, con música y sonido, el despertar del volcán, cuya existencia nadie conocía. La última erupción del Vesubio databa de siglos atrás, antes de que surgieran Pompeya y Herculano y sus habitantes lo consideraban una plácida montaña más, plantada de vides. El único aviso de las furias telúricas había sido el terremoto que en el año 62 después de Cristo dejó maltrecha Pompeya. Nadie comprendió, por eso, qué significaba la columna de humo oscuro, que llegó a proyectarse a 30 metros de altura desde el cráter, lanzando piedras ardientes, y una lluvia de cenizas y detritus volcánicos sobre Pompeya. Junto al olor azufroso y los temblores de tierra, eran sólo el preludio de la erupción que destruyó buena parte de las casas de la ciudad, sepultando a sus habitantes bajo una gigantesca capa de piedras volcánicas y lava. La suerte de Herculano no fue mejor. Unas doce horas después de que el Vesubio atacara Pompeya, la columna de humo se desplomó hacia la tierra, y una nube ardiente, cargada de cenizas incandescentes se precipitó sobre Herculano. El tremendo calor hizo estallar los cuerpos, dejando sólo el esqueleto de las víctimas.

Una noche eterna

Los arqueólogos han recuperado hasta ahora más de 1.500 cadáveres petrificados en Pompeya y los alrededores de la ciudad. Durante mucho tiempo se pensó que los herculanos habían logrado ponerse a salvo, hasta que, excavando en las zonas del puerto, se descubrieron en 1990 hasta 300 esqueletos fosilizados. La muerte fue instantánea, pero tuvo un preámbulo angustioso en el que muchos tuvieron tiempo de desesperarse, como relata Plinio el Joven: "Muchos decían que no existen los dioses, que aquélla era la última y eterna noche del mundo".

Una copa de plata, expuesta en el Museo de Nápoles.
Una copa de plata, expuesta en el Museo de Nápoles.
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