Estados Unidos se olvida de América Latina
Los países al sur del río Grande temen que un conflicto bélico sólo empeore aún más su difícil situación económica
Buena parte de los ciudadanos y dirigentes de América Latina opinan que nada tienen que ganar con una guerra contra Irak y sí mucho que perder, según transmiten distintas encuestas. Deterioro de la situación económica y financiera, aumento de la incertidumbre en los mercados, caída de la inversión y mayor conflictividad social son los principales temores que despierta la nueva aventura bélica en el golfo Pérsico. El rechazo a la guerra en una región que en el mapa queda muy lejos no es ajeno a un revival anti-yanqui en la calle y al sentimiento, entre ciertas élites, de que Estados Unidos, el poderoso vecino del Norte, se olvidó de América Latina.
"La percepción de los líderes es que América Latina no ha tenido la prioridad en la agenda de las grandes potencias, como Estados Unidos y la Unión Europea", dice José Antonio Ocampo, secretario ejecutivo de la CEPAL.
Dirigentes y ciudadanos consideran que nada tienen que ganar con una guerra
La economía es el arma que EE UU esgrime en su relación con Latinoamérica
Los gobiernos temen que un estallido bélico sólo contribuya a empeorar la difícil situación económica al sur del río Grande. Los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay) y los asociados (Chile y Bolivia) apoyan los esfuerzos de la ONU para preservar la paz. Chile y México, los dos únicos países latinoamericanos que se sientan actualmente en el Consejo de Seguridad, prefieren dar más tiempo a los inspectores en Irak y señalan que el uso de la fuerza debe ser el último recurso, pero la intensa presión de Washington puede alterar esta posición. Los presidentes Ricardo Lagos y Vicente Fox no parecen dispuestos a poner en peligro las relaciones preferenciales que, en el ámbito comercial, mantienen con Estados Unidos. El acuerdo de libre comercio entre Chile y EE UU, firmado en diciembre, está pendiente de la ratificación del Congreso norteamericano. El intercambio bilateral asciende a 6.000 millones de dólares anuales, a lo que hay que añadir la decisión chilena de comprar a Estados Unidos los aviones de combate F-16. Por su parte, México debe cuidar su mercado principal -más del 80% de sus exportaciones van al gran vecino- y el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).
Entre el 83% y el 85% de la población de Argentina, Chile y México ha dicho no a una intervención militar, según distintos sondeos difundidos recientemente. En la esfera diplomática, el pasado 7 de febrero los seis países miembros y asociados del Mercosur se reunieron en Santiago y apoyaron a la ONU. Dos días antes, los cancilleres emitieron una declaración en Montevideo en la que subrayaban que "el Consejo de Seguridad, como órgano responsable del mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, es el único con legitimidad para autorizar el uso de la fuerza". Sobre el papel, el presidente George W. Bush no tiene garantizado el apoyo de sus vecinos del sur, pero con tantos intereses en juego la situación es extremadamente volátil.
La realidad es que América Latina ha estado a pie de página en la lista de preocupaciones de la Administración norteamericana hasta que han empezado a sonar los tambores de guerra. Desde que asumió la presidencia, en enero de 2001, Bush sólo ha visitado tres países de la región: México, Perú y El Salvador. "Pocas veces las naciones de 'allá abajo' importaron algo a Estados Unidos, pero ahora importan menos que nunca", escribió el argentino Tomás Eloy Martínez. Basta recordar el último discurso de Bush sobre el estado de la Nación, en el que hubo una sola mención a América Latina.
El arma más poderosa que Washington esgrime hoy en su relación con América Latina se llama economía. Estados Unidos es el principal socio comercial y tiene una posición dominante en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros organismos financieros multilaterales, de los que la región depende en gran medida. El Grupo de Río, que aglutina a 18 naciones latinoamericanas, ha sido incapaz de lograr una posición común.
El panorama económico, político y social de la región no invita al optimismo. Por segundo año consecutivo el crecimiento del PIB por habitante fue negativo (-1,9). "La región acumula ya media década de bajo crecimiento en una coyuntura económica internacional adversa", señala la CEPAL en el Balance Preliminar de 2002. Subió la transferencia de recursos financieros netos al exterior en una magnitud no alcanzada desde los años ochenta (39.000 millones de dólares, equivalentes al 2,4% del PIB regional, la mitad de los cuales se explica por Argentina), se deterioraron los términos del intercambio en todas las economías a partir de 1998 con la excepción de las exportadoras de petróleo (Argentina, Ecuador, Colombia, México, y Venezuela) y la inflación trepó hasta el 12%. Los incrementos en la prima de riesgo de los títulos de deuda pública externa contrarrestaron con creces los menores tipos de interés internacionales. La relación entre la deuda externa y el PIB se disparó hasta llegar al porcentaje récord de un 45% del PIB regional. La pobreza aumentó en siete millones de personas en toda la región.
Políticamente, América Latina se debate entre la inestabilidad de los gobiernos y el ascenso de corrientes políticas que cuestionan el llamado Consenso de Washington, como las que representan el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el venezolano Hugo Chávez, el ecuatoriano Lucio Gutiérrez o el boliviano Evo Morales. La esfera social presenta el peor balance del modelo económico imperante en la última década. Las revueltas populares acabaron con presidentes en Ecuador y Argentina y en baños de sangre, como el estallido violento que acaba de producirse en Bolivia.
Si hay guerra contra Irak, aumentará el precio del petróleo en un contexto económico mundial recesivo. En América Latina, Chile y las naciones de Centroamérica y Caribe son las más vulnerables a una subida de precios provocada por una eventual destrucción de los pozos iraquíes. México, Argentina y Venezuela son exportadores netos, mientras que Brasil produce cerca del 80% de sus necesidades. El Gobierno de Lula da Silva apuesta por el desarme de Irak sin guerra y defiende el papel de Naciones Unidas para resolver la crisis. En una carta enviada al secretario general de la ONU, el presidente brasileño ha propuesto una reunión de todos los países contrarios a la guerra. "Las consecuencias de la guerra para los mercados emergentes sería inmediata", ha declarado el ministro de Exteriores, Celso Amorim. En Argentina, el dirigente que se ha alineado abiertamente con Bush es el ex presidente y hoy candidato Carlos Menem (peronista), tal vez el líder más proamericano de todo el continente. Menem envió dos buques a la zona de conflicto cuando la guerra en el golfo Pérsico.
Brasil y Argentina están entre los países más vulnerables, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El primero ya mostró su vulnerabilidad el año pasado al aproximarse las elecciones presidenciales y con el avance en las encuestas del candidato Lula. El elevado endeudamiento público (en gran medida, fruto de la reestructuración bancaria apoyada por el Estado en años anteriores), que está parcialmente en dólares y es a corto plazo o está indexada a los tipos de interés, coloca a Brasil en una situación de alta volatilidad ante lo que ocurra en Estados Unidos. La dolarización, y sobre todo las deudas, es uno de los factores de mayor riesgo para los países emergentes. El ejemplo más claro es Argentina, que tiene su deuda externa en dólares y una buena parte de la doméstica. Venezuela no ha tenido éxito en el control del tipo de cambio y de los flujos de capital. Uruguay está en una situación complicada por tener una economía fuertemente dolarizada. Y Ecuador tiene el dólar como moneda nacional.
El secretario ejecutivo de la CEPAL advierte que la guerra entraña en primer lugar el peligro de una nueva desaceleración en Estados Unidos y los países industrializados. "El riesgo más grave es para América Central y la cuenca del Caribe, que se verán directamente afectadas a través de las importaciones norteamericanas". Históricamente, el petróleo ha tenido un efecto negativo en las economías industrializadas, pero en América Latina el alza de los precios del crudo puede tener un efecto positivo, según Ocampo, "porque es una región globalmente exportadora: el bloque andino, México, Trinidad y Tobago y Argentina".
Parecería que el aumento de los precios del crudo debería favorecer la situación de los pueblos de países exportadores. "No es así", tercia el sociólogo José Seoane, coordinador del programa Observatorio Social de América Latina, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). "Hemos visto que el aumento de las materias primas en el mercado internacional beneficia a las empresas transnacionales".
En opinión de Seoane, "hay un rechazo y cuestionamiento frontal a la guerra por parte de los movimientos sociales de América Latina, que quedó de relieve en el foro de Porto Alegre. El consenso contra la guerra es también un consenso contra la militarización social en América Latina".
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