Los lobos del mar
La UICN coordina desde Málaga la protección de los tiburones en el Mediterráneo
Según datos de la FAO, las flotas pesqueras de todo el mundo capturan cada año más de 800.000 toneladas de tiburones, lo que supone unos 100 millones de individuos de diferentes especies. Desde comienzos de los años noventa este tipo de capturas se han incrementado en un 20% y no parece que, a corto plazo, vayan a decrecer, entre otros factores por las múltiples aplicaciones que tienen diferentes partes de este animal, desde sus aletas hasta el hígado o los cartílagos.
España contribuye de manera significativa a esta actividad. En el balance del 2000 los tiburones capturados por la flota española superaron las 77.000 toneladas, cinco veces más que el tonelaje registrado en 1990 y casi el 10% del total anotado en todo el mundo. Estas cifras nos sitúan, a escala planetaria, en un destacado segundo lugar, tan sólo superados por Indonesia (111.973 toneladas) y muy por delante de países como Japón (33.072 toneladas) o Estados Unidos (30.935 toneladas).
Una parte significativa de esta actividad se lleva a cabo en aguas del Mediterráneo, en donde habitan 86 especies de tiburones. Los hay de gran tamaño, como el tiburón peregrino, que alcanza una longitud de entre 9 y 10 metros, y que es fácil de ver en las costas de España, Francia y oeste de Italia durante los meses de primavera y verano. También abundan los pequeños tiburones, como el cazón o la pintarroja, cuya presencia en la cocina y la dieta andaluza los convierten en capturas muy apreciadas por la flota artesanal.
Ya sea de forma intencionada o accidental, numerosos tiburones caen en las redes y anzuelos de los pescadores andaluces. De hecho, revisando, por orden de importancia, las capturas de la flota artesanal que opera en la bahía de Cádiz, los tiburones aparecen en cuarto lugar, por detrás de los pulpos pero por delante del choco.
La intensa presión pesquera que padece este grupo animal, no sometida a ningún tipo de limitación, puede resultar nefasta, advierten los especialistas, debido a las peculiares características de estos animales. Como ocurre con otros grandes depredadores, que apenas cuentan con enemigos naturales, sus estrategias de reproducción se basan en un crecimiento muy lento (por lo que su madurez sexual puede retrasarse más allá de una década), escasa fertilidad, procesos de gestación igualmente dilatados y escaso número de crías.
En estas circunstancias, cuando sus poblaciones se ven diezmadas por la sobrepesca o la contaminación, tardan mucho tiempo en recuperarse. Algunas especies han visto cómo, en pocos años, sus efectivos mundiales se reducían en un 80%, colocándose así al borde de la desaparición. De hecho, la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) incluye en su lista roja a 17 especies de tiburones amenazados de extinción, y el pasado noviembre se consiguió incorporar a dos de estas especies (tiburón blanco y tiburón peregrino) en la nómina de animales amparados por el convenio CITES que regula el comercio internacional de especies amenazadas de extinción.
En Europa, sólo Malta dispone de legislación específica para la protección de algunos tiburones. La Comisión Europea, por su parte, propuso el pasado verano la adopción de una serie de medidas encaminadas a frenar la sobrepesca de tiburones. En particular, las autoridades de Bruselas quieren prohibir la práctica, muy extendida, de cortar las aletas de los tiburones (de gran demanda en determinados mercados) y despreciar el resto del animal. Dicha prohibición se aplicaría tanto a los barcos que faenen en aguas de la Unión Europea como aquellos otros que, bajo bandera de alguno de estos países, operen en cualquier caladero del mundo. Este tipo de pesca sólo se aceptaría en el caso de obtener un permiso especial y siempre que se aprovecharan otros elementos del tiburón. La norma está aún pendiente de aprobación.
Pero quizá la iniciativa más importante para lograr la conservación de los tiburones mediterráneos sea la que ha puesto en marcha la UICN desde su Centro de Cooperación del Mediterráneo, con sede en Málaga. Los especialistas de este organismo están evaluando el estado de las diferentes especies en los múltiples caladeros de este mar, datos con los que ya se ha elaborado un borrador de lista roja regional, en la que aparecen aquellas especies que se encuentran en una situación más comprometida. Al mismo tiempo se están negociando estrategias con los responsables de la conservación y gestión de la pesca en los países ribereños, de manera que todo este esfuerzo pueda ordenarse en un plan de acción amparado por la Convención de Barcelona que, desde 1975, impulsa el compromiso de los países mediterráneos en diferentes acciones relacionadas con la conservación de este mar.
Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es
La farmacia del mar
Las especies animales y vegetales que habitan en el medio marino se han convertido en uno de los principales recursos a los que acude la industria farmacéutica en busca de nuevos tratamientos para enfermedades de tan compleja solución como el cáncer. Los tiburones no escapan a este interés y, de hecho, un buen número de capturas están orientadas a la obtención de productos con interesantes aplicaciones en el campo de la medicina.
El hígado de tiburón contiene un aceite muy rico en vitamina A, mucho más fácil de asimilar que la obtenida mediante procesos artificiales. Al mismo tiempo, el cartílago de los tiburones contiene una sustancia que inhibe el desarrollo de los vasos sanguíneos, de manera que puede utilizarse en el tratamiento de algunos tipos de cáncer al lograr que los tumores no puedan desarrollarse por falta de riego sanguíneo.
A pesar de todo, la mayor parte de las capturas buscan aprovechar las aletas, muy apreciadas, desde el punto de vista gastronómico, en la mayor parte de los países asiáticos. Mientras que un pescador en la India obtiene unos 12 euros por cada kilo de aleta que pone en el mercado, un plato de sopa elaborado con este elemento se paga en un restaurante de Hong Kong a unos 100 euros.
En el Mediterráneo, los tiburones apenas suponen un peligro para los bañistas. En España el último ataque se anotó en 1993 cuando un bañista sufrió graves lesiones en un pie al ser mordido por un pequeño tiburón cuando nadaba a unos 200 metros de una playa de Valencia. En Andalucía la única referencia se remonta a 1986, cuando un windsurfista fue atacado en Tarifa, a unos 300 metros de la costa, por un tiburón blanco, que lo hirió de gravedad en una pierna.
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