Guerra y democracia
Según la última tesis de moda en Washington, los europeos sólo son pacifistas porque no disponen de los medios militares para tener otra estrategia. Y los estadounidenses, cuyo presupuesto de Defensa es superior a la suma de los de los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad, tienen la carga de ser los policías del mundo y la responsabilidad de establecer en todas partes, únicamente por medio de sus armas, la democracia. Por lo que, al mismo tiempo, hacen el juego a sus rivales futuros, Europa y China, todavía más competitivos porque no tienen que financiar su propia seguridad. Esta tesis es atractiva: el poder militar estadounidense impidió que Hitler muriese de viejo en el poder y devolvió la democracia a toda Europa. También provocó, en gran medida, la caída de la URSS, agotada por la carrera de armamentos. Y más recientemente, liberó a Afganistán y a Yugoslavia de la dictadura, mientras que Europa no se dotaba de ningún medio militar para intervenir o para responder a un ataque terrorista.
El presidente Bush saca de ello una conclusión mesiánica: ya que todos los hombres sueñan con vivir en Estados Unidos, o como en EE UU, su misión es expulsar a los monstruos que todavía les oprimen. Y, dado que la seguridad de EE UU no puede quedar garantizada mientras existan dictaduras, también tiene interés en derrocarlas, bajo los aplausos de los pueblos liberados. Los europeos tienen razón al responder que esta tesis tendría más peso si no prosperasen tantos dictadores impuestos y apoyados por el Pentágono. Y añaden que no basta con bombardear una nación para instalar en ella la democracia de forma duradera. Además, tras eliminar a los dictadores, es necesario establecer unas instituciones y unas prácticas sociales como aquellas que Occidente ha tardado siglos en construir en sus países y para las que nunca pensó en preparar a sus ex colonias.
Porque todo nos devuelve a la colonización. Los europeos sufren el complejo del colonizador. Los estadounidenses, el del colonizado. Los primeros tienen el pesimismo de los dominadores venidos a menos. Los segundos, el optimismo de los nuevos ricos. Los unos y los otros olvidan que, para la historia, cargarán juntos con la responsabilidad de la pobreza de la otra mitad del mundo, a la que hasta ahora han saqueado alegremente de forma concertada. Lo que está ocurriendo en Afganistán, donde el tráfico de drogas se ha reiniciado con renovados bríos, y lo que se prepara en Irak, donde se anuncia una formidable anarquía administrativa y alimentaria, ofrece una buena ilustración de ello: tras una guerra realizada por los estadounidenses, los europeos son requeridos para financiar la reconstrucción económica y política de la región. Si lo hacen, habrán tenido el papel de "tropas indígenas" para el Ejército estadounidense. Y si se niegan, compartirán la responsabilidad de la desgracia de las víctimas. Sea cual sea el resultado de sus disputas de hoy, los ricos de este mundo se salvarán o perecerán juntos. Es urgente que lo recuerden.
Jacques Attali es escritor y ex asesor de François Mitterrand.
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