_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Periferias

Quizá uno de los cambios más notables ocurridos en España en los últimos veinte años es que las cosas han dejado de ocurrir sólo en Madrid y Barcelona. Eso no significa forzosamente que durante este tiempo y a causa del desarrollo autonómico se haya producido un fenómeno centrífugo: curiosamente, la comunidad que más ha crecido y se ha desarrollado es la madrileña y en ella residen hoy, por ejemplo, muchas más sedes de multinacionales que hace veinte años, cuando aún se repartían con Madrid, Cataluña y el País Vasco.

Pero lo cierto es que, mientras Madrid crecía, el resto de España dejaba de ser un desierto. Basta, por ejemplo, con leer las páginas de sociedad de la edición nacional de este periódico para caer en la cuenta de que, con creciente frecuencia, se hacen hallazgos relevantes en hospitales y universidades de lo que antes se llamaba provincias. Y estas cosas no ocurren sólo en el campo de la ciencia y de la técnica: recientemente asistía a una excelente representación de ópera y, al echar mano al libreto, descubrí sorprendido que el montaje no venía de un teatro del Este de Europa, sino del viejo Villamarta de Jerez. Así están los tiempos.

La semana pasada un enfermo de diabetes comenzó a producir insulina gracias a un trasplante de islotes pancreáticos realizado en el Hospital Carlos Haya de Málaga, en una operación pionera en España. Hasta hace no mucho, la noticia habría estado en que algo así se hubiera hecho fuera de los grandes hospitales madrileños o barceloneses. Hoy, afortunadamente, no le sorprende a nadie: el Carlos Haya hace unos tres años que superó la cifra de los mil trasplantes de riñón y en él trabajan unos equipos que tienen un ganado prestigio internacional. Situaciones similares se dan en el Reina Sofía de Córdoba, en el Virgen del Rocío de Sevilla y en tantos otros.

Sobre los cimientos, en mucho casos, de los viejos hospitales levantados por el franquismo se terminó vertebrando nuestro sistema público de salud. En algunos casos, como en Málaga, no se cambió ni el nombre, a pesar de que, por la saña que ponía en sus bombardeos, el piloto Carlos Haya no trae muy buenos recuerdos a los que sobrevivieron al asedio de la ciudad durante la República.

Cuando se entra en uno de esos viejos hospitales, sorprende que se pueda hacer medicina de vanguardia en escenarios tan inapropiados. Allí el celo de los científicos convive con la desidia burocrática que parece incapaz de dar solución a los problemas más simples, como lograr poner asientos suficientes en las zonas de espera o hacer funcionar el traslado de los enfermos en ambulancias de modo racional.

Pero, a pesar de todo, las cosas funcionan. La universalización y potenciación del sistema público de salud en los años ochenta ha sido una de las causas de que ahora las cosas no sólo ocurran en Madrid y Barcelona. También ha tenido que ver con el fenómeno la proliferación de nuevas universidades -a pesar de la innegable mediocridad de muchos departamentos-, teatros o conservatorios. Así se han creado ambientes fértiles que propician campo suficiente para muchas ambiciones profesionales. El tedio provinciano ha muerto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_