Paz e intereses
La frase es de todos conocida y su paternidad pertenece a Franklin Delano Roosevelt, quien, para explicar el apoyo de Estados Unidos a la dictadura de Anastasio Tacho Somoza en Nicaragua a un miembro de su Gabinete, Henry Morgenthau, que le recordaba la catadura moral del nicaragüense, contestó: "Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Han transcurrido siete décadas y la historia se repite. Sólo varían el país, el dictador y el presidente. Como diría lord Palmerston, "sólo los intereses (en este caso los de Francia) son permanentes". Y los intereses de Francia recomiendan en estos momentos a Jacques Chirac echar un cable a Sadam Husein con la propuesta de dar más tiempo y medios a los inspectores de la ONU negando dos evidencias: que el Consejo de Seguridad nunca ha pretendido convertir a Unmovic en una sucursal de la agencia de detectives Pinkerton, sino en notario del desarme iraquí, y que el jefe de los inspectores, Hans Blix, ha declarado que lo que se precisa no son más medios, sino "la voluntad genuina de Irak" para desarmarse, cosa que, hasta el momento, no se constata.
Porque el desarme es como el embarazo. No se puede estar un poco embarazado, ni un poco desarmado. O se está o no se está. Cuando existe una voluntad real de desarme, como en el caso de Suráfrica y Ucrania, una escasa docena de inspectores y pocas semanas sirvieron para verificar la voluntad pacifista de los países en cuestión, incluso cuando, como en el caso de Suráfrica, se trataba de desmantelar el único programa balístico y nuclear existente en el continente africano. Resultaría admirable que Francia se pusiera a la cabeza de la manifestación en contra de una intervención militar en Irak si sus móviles fueran puramente altruísticos. Pero lo que resulta realmente dramático es que algunos políticos europeos, incluidos nuestros socialistas, se presten al papel de comparsas en la defensa de los respetabilísimos, pero no benéficos, intereses nacionales franceses.
Se puede aducir, y de hecho se aduce hasta la saciedad, que los Blair, Aznar, Berlusconi, Havel -(¡pobre Václav, antes faro de la progresía y ahora retrógrado!)-, Durão Barroso y el resto de los 18 líderes europeos que apoyan la posición de Washington son también comparsas, en este caso del malvado imperialismo estadounidense. Hay diferencias fundamentales. En primer lugar, ninguno de los países liderados por esos políticos tienen en Irak los contratos que Total-Fina-Elf y las compañías químicas alemanas, por no hablar de la rusa Lukoil y la compañía petrolera estatal china, han desarrollado a lo largo de los últimos 20 años con el régimen de Sadam Husein. En segundo, estos dirigentes, contrariamente a lo que es habitual en la mancebía del juego político, se juegan su futuro al defender una posición a contracorriente de sus respectivas opiniones públicas. ¿Es que 18 líderes europeos han enloquecido repentinamente y han decidido inmolarse políticamente en aras del reforzamiento y no la ruptura del vínculo transatlántico, vital, según acaba de declarar en Bruselas Kofi Annan, para la estabilidad y seguridad mundiales?
La carrera armamentística en el Próximo y Medio Oriente no supone, desgraciadamente, una novedad. Y el que esté libre de pecado, en uno y otro bando, que tire la primera piedra. Pero conviene recordar que hay un responsable del comienzo de la carrera nuclear en la zona. Y ese responsable no es otro que Francia. En los años cincuenta, el Gobierno socialista de Guy Mollet accedió a vender el famoso reactor de Dimona a Israel a cambio del apoyo del Estado hebreo a la invasión anglo-francesa de Suez (por cierto, detenida abruptamente por Washington). Y, en 1975, el entonces primer ministro francés, Jacques Chirac, gestionó y autorizó la venta del reactor Osirak a Sadam Husein -ahí están las filmotecas para comprobar los calurosos abrazos de los dos líderes-, después de que la Unión Soviética, sabiamente, se negara a complacer los deseos iraquíes de adquirir un nuevo reactor para sustituir al puramente experimental suministrado por Moscú anteriormente.
La defensa de las soluciones pacíficas a los conflictos es loable y debe ser apoyada por todos los medios. Pero resultaría mucho más convincente si en esa defensa no se intentara meter de matute la protección de los contratos con Bagdad. Como el propio Chirac acaba de declarar a la revista Time, "Francia no es un país pacifista".
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