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AMENAZA DE GUERRA | El debate en España
Columna
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Tucídides en Irak

Explica Francisco Rodríguez Adrados en su introducción a la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides cómo el interés histórico se nota ya en la poesía épica posthomérica, que organiza la leyenda en sentido cronológico, mientras el interés continúa centrándose en conservar la gloria de los héroes. Pero aclara enseguida la aportación diferencial de Tucídides cuya historia deja de ser el mero encomio de un pasado mítico para ocuparse de un presente glorioso y miserable a la vez, contado por su valor ejemplar. Por eso, subraya la originalidad de que para nuestro autor la envidia de los dioses perdiera la condición de motor del acontecer histórico a favor de las acciones y reacciones de la psicología y la inteligencia humana. Perteneciente a la aristocracia ateniense, pueden rastrearse en Tucídides precedentes sofísticos, el más importante el de la doctrina de la fuerza y la conveniencia como factores políticos decisivos. Así se manifiesta en el diálogo de Melos recogido en el libro V, que es donde queríamos llegar para esclarecer la situación respecto a la actual cuestión de Irak.

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Antes debemos detenernos en un estudio reciente, de 1947 (Thucydide et l'imperialisme athénien), donde Madame de Romilly fija las leyes de los grandes conflictos internacionales a partir del texto de la guerra del Peloponeso. Para ella son tres los principios que afectaban al imperialismo de Atenas, pero puede advertirse que aún continúan vigentes para cualquier otro. Según el primero, el país que tiene un imperio es detestado por aquellos sobre quienes lo ejerce, es decir, que resulta excesivo pretender al mismo tiempo tener el poder y suscitar el afecto de aquellos a los que se domina. El segundo, enuncia la insaciabilidad del imperio, que siempre ambiciona más. Una característica que también se predica de los individuos. El tercero, asegura la tendencia del más fuerte a imponer su voluntad, a buscar únicamente su conveniencia, sin atender a la idea de justicia, un concepto que sólo entra en juego como referencia ante rivales de poder en alguna medida comparable. Porque los pueblos imbuidos de poder se inclinan a considerar honrosas las cosas que les agradan y justas las que les convienen.

Claro que esta mecánica de apariencia inexorable puede atenuarse en aras de la moderación connatural a quienes como Pericles tenían un ideal del Estado edificado sobre hombres más libres y más cultos, capaces de llenar de sentido su lucha. Reconozcamos que Pericles tenía razón al hacer frente a Esparta y que sus planes de una victoria sin brillantez a largo plazo y basados en la mayor capacidad de Atenas eran exactos, aunque sus sucesores, al carecer de la conciencia de lo que defendían y de sus dotes de gobernante, sólo supieran reclamar la unidad en nombre de algo tan insuficiente como la ambición. Transgredir la norma de no ceder ante los iguales, comportarse razonablemente ante los más fuertes y ser moderados ante los menos poderosos argumentaban los atenienses que equivalía a renunciar a la prosperidad. Pero sus interlocutores, los melios, parecían rechazar la idea de que lo que allí se les ofrecía como conveniente fuera una garantía de seguridad y que el honor de rechazar ese yugo sólo les traería el infortunio.

Quien quiera entender que entienda, porque sería muy arriesgado señalar con mayor precisión. Pero, mientras tanto, Aznar se ofrece sólo dispuesto para el homenaje y la adhesión incondicional, se declara convencido, con la fe del carbonero, en actitud de recitar incansable los papeles recibidos de los fundamentalistas del presidente Bush, dispuesto a exigir el voto de los diputados del PP en la sesión de hoy en el Congreso, sin que Pericles se deje ver por parte alguna. Dice Aznar que quiere sacar a España del rincón de la Historia y ponerla en su sitio, un sitio del que parece tener una idea sobredimensionada. Se ha encerrado a solas imbuido de la razón de la que se cree asistido. Para quienes no la comparten sólo tiene palabras de descalificación y quisiera inutilizarlos a todos como parte de la anti España y del comunismo declarado intrínsecamente perverso. Ha olvidado aquella sabiduría todavía vigente que considera preferible a las imposiciones el intento de "hacer que los demás se salgan con la nuestra".

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