La metamorfosis
Aquellos que subestiman a George Bush y ven en él únicamente a un patán belicoso dejan de lado un aspecto mucho más sugestivo de su persona, particularmente visible en sus relaciones con políticos españoles: la capacidad para modificar el comportamiento de quienes entran en contacto con él. Un primer ejemplo, apenas desembarcado en España con ocasión de su primer viaje, fue la mutación experimentada por el entonces ministro de Exteriores Piqué, convertido de inmediato en uno de esos muñequitos que mueven la cabeza al darles cuerda. Pero el caso más grave ha afectado a nuestro presidente de Gobierno. Quizá no se trató de un error cuando Bush le cambió de entrada el nombre llamándole "Anzar". A partir de entonces, nuestro presidente dejó de ser un político europeo normal y corriente para convertirse en un instrumento mecánico de la política y de las intenciones del líder americano. No es sólo que secunde todas las decisiones estratégicas de Bush, sino que ha pasado a ser su fiel mandadero, asumiendo como si fueran propias las iniciativas tendentes a desmontar la estrategia de los adversarios europeos de la guerra (carta de los ocho) y recorriendo sin fortuna las capitales cuyos mandatarios no comparten el espíritu guerrero de Washington. La metamorfosis ha comenzado a surtir sus efectos en la impostación de voz al modo tejano y alcanzó justa correspondencia en la exaltación institucional de que fuera objeto por el hermano de Bush.
Más allá de los aspectos humorísticos del episodio, su contenido resulta a primera vista inexplicable. Guste o no, nada tiene de extraño que un jefe de Gobierno conservador adopte una actitud de seguimiento respecto de EE UU en la crisis, votando a su lado en el Consejo de Seguridad de la ONU. Resulta, en cambio, preocupante que ese vasallaje se revista de beligerancia y de un protagonismo de guardarropía. "Será maravilloso", dijo el hermano de Bush, pero no es fácil adivinar qué maravillas va a producir una relación asimétrica en la que todas las decisiones son adoptadas en la Casa Blanca y donde las contrapartidas a alcanzar de tanta lealtad son más que dudosas. Una rueda de prensa a dos en el rancho de Bush de nada sirve para realzar la imagen exterior de España, y otro tanto ocurre con el papel de furgón de cola en la firma de la proposición belicista presentada al Consejo de Seguridad. Entre tanto, los efectos negativos de tan espectacular subordinación se dejan ver uno tras otro. Un gorila desaprensivo como Chávez sienta las bases de una actitud hostil a España que es incapaz de mostrar frente a EE UU. Tarik Aziz manda señales de amenaza. La frialdad de las recepciones ofrecidas por Fox en México y por Chirac en París rozan el desprecio: en el segundo caso, el saludo del presidente francés hacía recordar el que hiciera días atrás al tirano Robert Mugabe. En una partida como ésta, nadie respeta al peón que es movido por otras manos y se presenta con arrogancia, fingiendo una autonomía de la que carece.
Hasta esta crisis, España era una potencia secundaria, integrada en la difícil construcción de Europa, pero muy respetada, con excelentes relaciones en el mundo árabe y en Latinoamérica, precisamente por la independencia y mesura de sus iniciativas. Ahora esa posición se encuentra comprometida. Si las perspectivas de una política exterior común de Europa eran ya complejas, lo resultan mucho más después de la fractura causada por la carta que encabezó "Anzar". No se trata de una simple incidencia, pues ha quedado de manifiesto que frente a los países partidarios de esa acción exterior propia, se alzan, con nuestro hombre al frente, quienes ponen por encima de todo "el vínculo trasatlántico", esto es, la dependencia de EE UU. Ello conduce a un inevitable deterioro en las relaciones con un mundo árabe que desde tiempos de Franco veía en España a un país amigo, convertido hoy en vanguardia de la inminente cruzada. Y en el marco latinoamericano, ¿para qué contar con España si se sabe que es la voz de Bush? La reacción de la opinión pública en México ha sido un indicador de esta evolución general deplorable, que por la vía del deterioro de las relaciones con París puede afectar asimismo a la lucha contra nuestro terrorismo realmente existente, el de ETA. Menos mal para España que la torpeza infinita de Sadam echa una mano a quienes buscan la guerra a toda costa.
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