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AMENAZA DE GUERRA | El despliegue militar
Columna
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Pacifismo y agresión

Nadie discutirá el hecho de que la Administración del presidente George Bush no ha generado precisamente facilidades a los gobiernos de sus aliados que comparten o comprenden la necesidad de una intervención militar en Irak. Desde hace cerca de un año la retórica del presidente Bush y sus colaboradores más allegados parece directamente diseñada para provocar el rechazo de las opiniones públicas a sus planes. Han sido tan celosos y eficaces en ello que ahora el griterío antiamericano amenaza con impedir todo debate racional sobre la situación en la que se encuentra el mundo en esta primera grave crisis del milenio cuyas consecuencias serán, eso ya está claro, dramáticas y profundas. Incluso si no hubiera intervención, que la habrá con práctica seguridad. Quién no lleva ya pegatina de "No a la guerra" es un peligroso fascista que bebe petróleo y no piensa más que en matar niños iraquíes. En España, como siempre, el entusiasmo anticartesiano es especialmente virulento. Como en Alemania. También en ese sentido somos los "prusianos del Mediterráneo".

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La intención de Washington de intervenir en Irak para desarmar a Sadam Husein, lo que equivale en la práctica a acabar con su régimen es, sin duda, inmensamente controvertida. Primero porque la megapotencia mundial se muestra, por primera vez desde el fin de la bipolaridad, decidido a actuar como lo que es, defendiendo lo que considera sus intereses y sin importarle que puedan estar en conflicto con los de otros países, aliados incluidos. Sin duda su política es unilateral, tiene una componente religiosa-mesiánica que da mucho miedo y rebosa desprecio hacia los débiles que, en el mundo de hoy, son todos menos ella. Los exabruptos hacia los supuestos tímidos de carácter y faltos de espíritu se suceden. El insulto del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, al nombrar a Alemania con Cuba y Libia como los únicos que realmente se oponen a su política es tan sólo el último, aunque con la especial vileza de la que hace gala este personaje.

Sin embargo, no deja de ser gracioso ver como quienes descalifican a Bush y a los norteamericanos en general de ser muy simples, hacen gala de unánime simpleza, adoptan la misma actitud de superioridad moral de cualquier comunidad metodista de la América profunda y se niegan a entender nada. Porque se puede discutir por qué Washington ha marcado a Irak como prioridad y amenaza más inminente y no a Corea del Norte que tiene armamento nuclear. Lo que difícilmente puede negarse es que Sadam Husein ha tenido y tiene armamento químico y biológico y que la debilidad de la comunidad internacional al permitir a Irak pasarse 12 años violando la obligación de desarmarse ha tenido efectos desastrosos e incitado a otros países, véase Corea del Norte, a conseguir armas con las que intimidar y chantajear a otros.

Por supuesto, es cierto que Washington no piensa sólo en esas armas. También tiene intención de reordenar en su interés toda la región de Oriente Medio, donde enemigos y antiguos aliados comienzan a ser difícilmente distinguibles entre sí, donde está la mayor parte del petróleo mundial y donde las sociedades fracasadas ante la modernidad suponen cada vez un campo más fértil para amenazas contra las sociedades abiertas. Bush y su gente están convencidos de que pueden hacerlo, que es el momento y que no utilizarlo supondría una terrible dejación de los deberes de defender la seguridad y el bienestar de su nación. Otros somos más escépticos. Y muchos creen que la intervención puede incendiar toda la región y generar muchas más amenazas que las actualmente insistentes. Los riesgos son inmensos, tanto en actuar como en no hacerlo. Se puede estar a favor o en contra y expresarlo, pero conviene que se intente comprender al otro siempre, quizás con más razón si es quien determina lo que habrá de suceder. Si no, el pacifismo se convierte en agresión contra quienes creen, con la misma buena fe, que a los asesinos hay que pararles los pies con algo más que manifestaciones o "inspecciones mientras haga falta". Como recordaba el rabino de Berlín hace unos días, "los campos de concentración no los liberaron manifestantes". Menos aún los pacifistas que pedían en Londres en 1939 "No a la guerra" con Alemania.

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