Adiós a la alianza que fue
El canciller federal alemán ya se lo había comunicado a Tony Blair y a Jacques Chirac hace días. El ministro alemán de Exteriores, Joschka Fischer, se lo anunció a Colin Powell. Lo que algunos calificaron en su día de retórica electoral de Gerhard Schröder ("Ni participaremos ni aprobaremos nunca una guerra contra Irak") es desde esta semana no ya la postura de un Gobierno socialdemócrata alemán en apuros, sino la política oficial, solemnemente anunciada, de Francia y Alemania, los dos países más grandes y poderosos de la Unión Europea. Ambos exigen una nueva resolución del Consejo de Seguridad para cualquier intervención militar, ambos están ahora en el mismo y ambos anuncian votar en contra. Además, Francia cuenta con su derecho a veto como miembro permanente. Casi simultáneamente, sus representantes en la OTAN, acompañados por delegados de aliados menores, hacían añicos en Bruselas la agenda norteamericana para la demanda de ayuda de la Alianza Atlántica en la guerra.
Nunca se había llegado tan lejos, y todo indica que, igual que los preparativos y planes norteamericanos podrían haber superado ya el estado que impide la vuelta atrás -nadie puede ya, en su sano juicio, desear que dentro de un año Sadam Husein siga en el poder y entonces sí como un gran Saladino-, la Alianza trasatlántica como tal podría haber entrado ya en agonía irreversible. Los comentarios del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, descalificando a Alemania y Francia como la "vieja Europa", más o menos irrelevante y caduca frente a la parte joven del continente, sólidamente partidaria de esta Administración norteamericana y sus métodos que adivina en Polonia y otros países del Este, son un insulto menor. Peores son las amenazas surgidas ayer de su entorno que amenazan a Alemania, Francia, Rusia y a todo el que no participe en la guerra con quedar marginados de beneficios e influencia en la región en la fase de reconstrucción y acceso al crudo.
No es la primera vez que surgen de Washington amenazas tan obscenas sobre la repartición del supuesto botín de guerra. Ni la primera vez que se intriga ante los candidatos a la integración contra la Unión Europea. Pero es un paso más en la ruptura total de formas que Washington adopta con sus aliados. Si nuestra comunidad de valores transatlántica se debilita, nuestra comunidad de formas parece haberse diluido.
Mucho daño ya está hecho. Otros podrían quizás limitarse aún si en Washington fueran capaces de ejercer la paciencia de la que presumía Bush hace meses, si se pudiera desterrar un cierto estilo en esa Administración que irrita más con la palabra que con hechos al cuerpo electoral europeo. Pero es difícil ser optimista. Porque, por desgracia, estos caracteres sencillos que ayer acusaban en el Congreso de los Diputados a Bush de actuar "sólo por petróleo" se equivocan. Es petróleo, pero mucho más ideología y grandes dosis de presbiterianismo militante y militar. En ocasiones letales.
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