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Columna
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Dos razones para la esperanza

El fin de año navideño resulta propicio a los balances. En ellos se puede cargar la mano en angelismo edulcorado o en un tan bienintencionado como injustificado optimismo. La realidad política, sin embargo, se nos aparece siempre entremezclada de aspectos positivos y negativos. El momento que hoy se vive induce a resaltar los primeros, evitando un bobalicón optimismo, en la confianza de que se multiplicarán en el futuro.

La catástrofe ecológica gallega ha tenido la contrapartida de una inesperada erupción de solidaridad, en otro tiempo impensable. En términos políticos ha tenido como consecuencia un crecimiento de la desconfianza con respecto a la eficacia de las instituciones a la hora de enfrentarse con situaciones difíciles. Incluso más peligroso que eso resulta el hecho de que pueda afectar a la credibilidad del conjunto de la clase política, sea cual sea el partido en que milite. En general, la oposición ha sido responsable, pero los cruces de la acusación como "mentiroso" debieran haber sido evitadas por las dos partes, entre otros motivos porque no creo que respondan a la estricta realidad.

La característica de lo obvio es que no necesita demostración. Por más que el Gobierno pretenda embestir contra la oposición o cambiar el centro de gravedad de la política trasladándolo a un tema nuevo -y justificado-, en realidad la opinión pública ya tiene asumido un juicio acerca de lo que ha pasado. Lo prueban las encuestas que, por vez primera en mucho tiempo, parecen situar al PSOE por delante en voto decidido, mientras la imagen de Aznar se resquebraja. Todo es reversible, pero no a medio plazo, y menos aún cuando se ponen las condiciones para evitarlo, sin un candidato cuyo perfil resulte definible y atractivo. Se puede taponar por algún tiempo una comisión de investigación, pero no ya en el Parlamento gallego, ni quizá en el Europeo. Sobre las espaldas de un partido que no ha sido capaz de reaccionar bien y a tiempo pesaran por siempre las cargas de leprosos políticos como Álvarez-Cascos y Matas, dimitan o no.

Pero lo positivo del panorama no consiste sólo en que se haya tomado buena nota de la actuación concreta de un partido, sino que se han revelado sus insuficiencias más fundamentales. El PP ha perdido hasta cualquier sombra de derecho a esgrimir la regeneración democrática cuando se ha comportado con los medios de comunicación con la delicadeza de Calígula: la comparación más pertinente sería aquella entrevista que TVE hizo en prisión a Sancristóbal durante la etapa socialista. Un Gobierno que pudo ofrecer un balance al menos mixto en el año 2000 constituye hoy la demostración palmaria de que difícilmente existe pócima más letal en la política española que la mayoría absoluta. Y basta que prosiga este talante del PP, entre mayestático e impertinente, para que la prueba se convierta en diaria.

Hemos aprendido de la calamidad, pero también se ha hecho patente que en Euskadi las cosas pueden mejorar. La manifestación casi unitaria del pasado domingo empieza a resucitar la posibilidad de colaboración de los partidos demócratas. Lo curioso es que esto suceda cuando la tesis de Mayor -Gobierno no nacionalista- parece cada vez más lejana y cuando la propuesta de Ibarretxe ha sumado pocas adhesiones. Si a estos datos le sumamos la indudable popularidad del lehendakari y el estancado o decreciente sentimiento nacionalista, todo induce a pensar que empiezan a darse las condiciones para un pacto (un Estatuto nuevo no sería otra cosa). La atención ahora debiera dirigirse hacia los que no han sido capaces de sumarse a la manifestación unitaria, como el sindicato ELA. Pero también a otros. ¿Están los electores de Batasuna dispuestos a moverse hacia un nacionalismo todo lo maximalista que se quiera, pero no violento? Sin establecer equidistancia alguna, ¿no resulta positivo que apunte la existencia en el PP de un sector más propicio a la colaboración unitaria? Pero, finalmente, lo más esperanzador es que ¡Basta Ya! haya acudido a la convocatoria ahora que las circunstancias y su flexibilidad lo permitían.

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