Endebleces de una película de hierro
La conversión en cine de El señor de los anillos, la célebre cosmogonía novelesca de Tolkien, ofrece en su segunda entrega, Las dos torres, las dos caras de una ambivalencia, casi una inconsecuencia. Por un lado, es cine estructural y estilísticamente más elemental que el de la primera entrega, La comunidad del anillo, pero paradójicamente es esta menor consistencia formal, este lado facilón del discurso, lo que le permite alcanzar mayor viveza y trepidación.
Si La comunidad del anillo se movía sobre opciones dramáticas rebuscadamente modernas, Las dos torres se adentra en los cauces del viejo cine itinerante. Y lo hace sobre la cadencia primitiva, poco evolucionada pero muy eficaz, del juego de relevos llamado, en la jerga del oficio del cine, de acciones paralelas. Porque, en Las dos torres, el adentramiento de los personajes de La comunidad del anillo en los ámbitos de la Tierra-media y su dispersión en los laberintos de Mordor y Rohan desunen y dispersan a los hilos de la aventura, lo que obliga a la cámara a saltar de un hilo a otro, acatando la lógica novelesca del mientras tanto, es decir, haciendo cine de armazón no fílmica, un filme que es nada más que fiel y hábil ilustración comprimida del libro, por lo que la película sólo existe como sombra de ese libro y no como verdadero cine. Está en la esencia del cine ir siempre más allá -o, con más precisión, por otro lado- de su desencadenante literario. Y si añade que en Las dos torres hay un comienzo en el que leemos entre imágenes "continuación" y un final en que sin decirse se dice "continuará", se sanciona y rubrica lo dicho.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. LAS DOS TORRES
Dirección y guionista:: Peter Jackson. Fotografía: Andrew Lesnie. Intérpretes: Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen. Género: aventuras. EE UU, 2002. Duración: 181 minutos.
Ampulosidad y fatiga
Pero, y de ahí la paradoja, esta reducción del filme a ilustración del libro -que quita mordiscos de identidad fílmica a Las dos torres- es, en cambio, lo que da a su flujo un poco más agilidad que su precedente. Porque, aun siendo esta segunda aventura de Frodo y sus amigos cine de factura opulenta, pero de lenguaje fílmico pobre, Las dos torres engancha, embauca y se ve bien, pese a que el ampuloso y mareante vuelo de la cámara hacia angulaciones imposibles; el juego retórico del texto -de por sí enfático pero, para colmo, apoyado en músicas que convierten a Wagner en autor de boleros- y el exceso de trama argumental, tan veloz y comprimida que sobrecarga la retentiva del espectador; éstos, y otros similares rasgos de endeblez de este puñetazo de seudocine de hierro, fuerzan a que la vertiginosa sucesión de sucesos y de inventos visuales haga espesa a la pantalla y la secuencia se vuelva más y más fatigosa a medida que la acción se adentra en el frondoso bosque de la leyenda de Tolkien.
Babelia
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