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Reportaje:CATÁSTROFE ECOLÓGICA

La mancha de la desconfianza

El recelo marca el recorrido entre todos los frentes abiertos en la lucha para acabar con el fuel vertido en Galicia

Francisco Peregil

Un mes después de que comenzara la diarrea del Prestige la costa gallega sigue en pie de guerra. Queda claro que la marea negra es el gran enemigo a batir. Pero la gente que lo combate no siempre se fía de las autoridades competentes. En teoría, la batalla es de la de todos a una. Más de 3.300 voluntarios y 3.600 militares trabajan en labores de limpieza. En teoría, la coordinación y la cooperación desde que la mancha es detectada en el mar por los aviones o por las naves de limpieza hasta que acuden los barcos de los marineros a por ella... y después, desde que la mancha se escapa de los barcos, hasta que llega a la costa y aparecen los voluntarios, llega el camión, la recoge y la conduce al vertedero o a la refinería de Repsol en A Coruña... en teoría la cadena debería ser tan precisa y diáfana como aparece en el gráfico que ilustra el artículo. Pero cuando se desciende a pie de playa, las cosas son ligeramente distintas.

Muchos de los barcos que salen a limpiar no se fían de los datos de la torre de control
"Mire ese barco: como cobra por día, y no por toneladas recogidas, está ahí parado"
Una mujer en Ons: "Si tengo suerte, se acabará esto en diez años. Si no, no llegaré viva a verlo"
El fuel llega a una planta de Repsol donde hay que tratarlo para quitarle la arena y la sal
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Entre 16 y 19 barcos y otros tantos aviones, según los días, surcan el aire y el mar cada día en busca de manchas. Lo que encuentren se lo comunicarán al centro de operaciones de la torre de control de A Coruña, el lugar donde José María Aznar pronunció ayer su conferencia en la visita a Galicia. En teoría, los barcos de los marineros que salen también en busca de manchas han de comunicárselo a uno de los 13 capitanes marítimos repartidos por la costa gallega, y éstos, a la torre de control.

Después hay dos barcos franceses, dos holandeses, uno alemán, otro belga, dos británicos, uno noruego, uno danés y dos italianos dispuestos a succionar manchas allí donde les manden. Y si la mancha es pequeña para ellos, la torre de control decidirá cuántos barcos de pescadores se necesitan y de qué cofradía tienen que salir. "Lo que perseguimos", señalaba ayer en la sexta planta de la torre un portavoz del gabinete de crisis creado por el vicepresidente Mariano Rajoy, "es que no acudan un día 100 barcos a por una mancha y al otro día no vaya ninguno. Aunque la versión oficial del Gobierno es que los pescadores siempre tienen razón, la realidad es que hay que racionalizar los recursos".

El resultado de todo ello es que cada día se suele comunicar la aparición de unas ochenta manchas, que se publican en la página de la Xunta (www.ccmm-prestige.cesga.es). Y a veces, los aviones descubren no sólo manchas, sino a un barco que aprovechando la coyuntura suelta aceite y fuel en el mar. Eso ocurrió el viernes, aunque la torre de control se niega a dar el nombre del barco.

En teoría, la batalla contra la marea, un mes después del naufragio, debería ser así: veo, aviso y vienen. Pero la desconfianza en la competencia y transparencia respecto a las autoridades marca todo el proceso. Ha llegado hasta tal punto el recelo de los marineros hacia la Administración que en cada vuelo de reconocimiento que hacen los dos helicópteros de la Consejería de Medio Ambiente buscando manchas por la costa va montado un miembro de la cofradía de pescadores. "Así nos aseguramos de que nuestros informes tienen absoluta seguridad ante el sector", confiesa Fernando Novoa, director del Servicio de Buscadores Marítimos, de la Consejería de Medio Ambiente y tripulante de uno de los helicópteros.

"Yo salgo muchas mañanas en uno de los dos helicópteros que tenemos en la consejería" continúa Novoa. "En cuanto vemos una mancha grande nos ponemos encima de ella y lanzamos un bote de humo naranja. Y así avisamos a los barcos. El humo dura unos quince minutos en el aire. También llamamos a los barcos mediante la emisora. O le pasamos la información a la torre de control".

La torre es un edificio en forma de H donde se encuentran los cerebros de la operación. Hay técnicos del instituto francés CEDRE, mandos del Ejército belga, responsables del servicio de protección civil de Alemania, expertos internacionales en fugas de fuel... Desde la torre se procesa toda la información que llega minuto a minuto, día a día, de los barcos, los aviones, los partes meteorológicos. Y cada día se establece la estrategia a seguir.

Antes de que Aznar nombrara jefe del gabinete de crisis a Mariano Rajoy, las reuniones de control se celebraban en la Delegación del Gobierno. El delegado, Arsenio Fernández de Mesa, fue una de las pocas caras visibles del PP los primeros días del naufragio. Mientras la prensa y las radios hablaban de las cacerías de Manuel Fraga y de Francisco Álvarez Cascos, el delegado se esforzaba por acudir a todas partes, dar la cara en los medios y reunirse con los técnicos. Pero tras la llegada del equipo de Mariano Rajoy a la Coruña, el delegado fue retirado de la primera línea de frente. De poco sirve llamar a su gabinete de prensa para conocer la evolución de la mancha. Siempre remiten a la torre de control que ayer visitó Aznar.

El problema es que muchos de los combatientes que salen cada mañana a perseguir el chapapote apenas se fían de la información que sale desde la torre. Hasta el lenguaje que utilizan es distinto. Cuando en la torre se habla de pequeñas manchas, muchos marineros hablan de "galletas", y cuando el equipo de Rajoy -quien en su comparecencia de dos horas ante los diputados del Congreso hace 10 días no usó ni una sola vez la expresión marea negra- usa el término "la tercera gran mancha", los marineros hablan de la "tercera marea negra".

"Nosotros nos fiamos de lo que vemos, no de lo que nos dicen los aviones", señala José, un marinero de 28 años, en la cofradía de Portonovo, en la ría de Pontevedra. La gente sigue optando por organizarse ella misma. ¿Que las barreras oceánicas de Salvamento marítimo, de dos metros de altura no impedirán que la marea entre en la ría? Pues ahí está la redera Chelo Martínez, en Bueu, la ría de Pontevedra, coordinando un equipo que ya ha fabricado más de 2.000 metros de barrera, con garrafas de gasolina, con corchos, con boyas... "Humanamente ya no se puede hacer más. Hemos trabajado muchos días sin descanso de sol a sol, y a lo mejor, para nada".

Cuando aparece una mancha grande en el mar, van los barcos succionadores a por ella. Si se les escapa a los succionadores, entonces acuden las planeadoras cercando las manchas con sus redes, la pastorean como a ovejas negras y las inmovilizan hasta que llegan los barcos de mejillones o de la sardina para cargarlas y llevarlas a puerto. Pero la desconfianza hacia la Administración no desaparece tampoco en esa parte del frente.

Isaú Simes Gil es dueño del barco de cerco Cristo da Laxe en Cangas. Suele esperar a que las planeadoras salgan cada mañana, que les informen de dónde está la mancha y después llega él con el Cristo da Laxe y la carga. Su hermano Elías usa su barco O Merezco para transportar a los voluntarios que acuden desde Boeu a la isla de Ons para limpiar las costas.

Cuando pasan ante un barco succionador llaman al periodista para que suba al puente. "Póngase aquí y mire ese barco. Ése y otros barcos como ése son los que se van a llevar los euros. Dicen que vienen a succionar. Pero ése lleva parado ahí todo el día. Y ahí no hay mancha. Si les pagaran por tonelada recogida ya vería cómo recogían. Pero les pagan por día y ya ve usted lo que hacen. Parado. Y eso que hoy hace buen tiempo. Cuando hay olas de dos metros ya tienen excusa porque dicen que se les parten las tuberías de succionar si las echan al agua. Y después se atreven a decirte dónde tienes que ir con tu barco. En mi barco mando yo y hago lo que quiero. Aquí, los que de verdad están dando la cara son los marineros con sus chalanas y planeadoras, que había que verlos los primeros días en la isla de Ons jugándose la vida porque las olas rompían contra las rocas, y ellos quitando el chapapote de las rocas".

El fuel que recogen los barcos succionadores en alta mar va directamente a la refinería de Repsol en A Coruña. ¿Gana dinero Repsol con eso? "Ni pierde ni gana", señala Natacha Crespo, jefa de Calidad Ambiental de la Consejería de Medio Ambiente. "Ya cuando ocurrió la catástrofe del barco Mar Egeo en estas costas intentaron venderle el fuel derramado a Repsol y la compañía dijo que ellos compraban su producto en el mercado, que si querían dárselo, de acuerdo, pero que no pagarían un duro por él. Porque ese fuel que se recoge del mar hay que tratarlo a fondo para quitarle la arena, la sal y todo lo que trae del mar, y ese tratamiento es caro".

El fuel que se recoge en las playas o en las planeadoras, más mezclado con peces y otros frutos del mar, se vierte en dos balsas que se han construido en la localidad de Caracha, a media hora de A Coruña por autopista. La primera impresión que uno se lleva al ver a los camiones descargando en las balsas es que está viendo una imagen fantasmagórica de El señor de los anillos. Un plástico como el capote de un gigante se balancea en el aire, sostenido por una grúa, da vueltas como si bailara una danza macabra y va soltando gotas negras. Así más de veinte minutos.

"Eso se hace para separar los plásticos y los contenedores del fuel líquido", relata Natacha Crespo, técnica de la Consejería de Medio Ambiente. "La gente ha recogido el fuel como ha podido, mezclándolo todo. Pero ahora estamos intentando mentalizar a los marineros y voluntarios de que el proceso se abarata y se agiliza mucho si el líquido llega por un lado y los sólidos por otro. Así, el líquido irá para la refinería y los sólidos para la empresa de cerámica propietaria de estos terrenos donde hemos construido la balsa. Ese fuel sólido lo mezclan con arcilla, lo meten a 1.300 grados y fabrican un residuo inerte que sirve de material de relleno en las obras".

"Que no nos vengan con que se encarece el proceso o se deja de encarecer", replicará horas después José, un marinero de Porto Novo. "Para nosotros sí que se encarece, que estamos recogiendo esto sin que nos den un duro cuando deberíamos estar pescando en nuestra ría".

La primera balsa construida, de 4.000 metros cúbicos, se llenó el miércoles. La otra, de 25.000 metros cúbicos, se comenzaría a llenar el jueves. Todo un plástico negro cubría el suelo de arcilla donde se había hecho la hondonada. Parecía como si fuesen a echar algo muy valioso y a envolverlo después como un regalo. "No estaría mal envolverlo y enviárselo al armador con un mensaje cariñoso", comenta la jefa de Calidad Ambiental de la Consejería de Medio Ambiente.

Si la mancha, como un organismo vivo, consigue burlar a los aviones, helicópteros, barcos succionadores, barcos de cerco y planeadoras, entonces se planta directamente ante las lechugas, las legumbres y los pimientos que Victoria Lobs plantó a 10 metros del mar, en un paraje como de dibujo animado. Victoria nació hace 58 años en una casa humilde como sacada del dibujo de un niño que quiere pintar una casa junto al mar, con sus gallinas, su mesita redonda de piedra, sus bombonas de butano en la puerta, su huertecito de dos metros cuadrados. En la isla de Ons, ahora que sólo viven siete familias, rodeada de mar.

Teresa aprendió a jugar a pescar y a nadar frente a su casa. Los hijos ya se fueron al otro lado de la ría y vuelven cada verano, y son los nietos los que aprenden a nadar ahora frente a su casa. Hasta hace un mes Teresa hacía lo que toda la vida ha hecho: con un palito de un metro, una tanza y un trocito de alambre en forma de clavo pescaba pulpos de hasta 10 kilos. Y si no, cogía sus jaulas, y a menos de cincuenta pasos de su cocina pescaba nécoras o centollos que cocinaba ese mismo día o mandaba a vender. Ahora, la mancha se le ha instalado frente a su casa. Varada en una playa próxima hay como una morcilla negra de siete metros de largo y medio de diámetro. La morcilla la recogerán los voluntarios. Pero las rocas, frente a su casa, seguirán negras por mucho tiempo. "Si tengo suerte, eso se terminará en 10 años, y si no, pues no llegaré viva a verlo", lamenta Victoria.

"Y gracias a los militares y a los voluntarios que me llevan quitada mucha mierda de aquí". Ellos quitan las manchas por la mañana y por la tarde vuelve a aparecer, como una broma de mal gusto. "Pero pala que quitemos, pala que no vuelve al océano", comenta un militar.

De la pala al cesto, del cesto, al camión, de allí al vertedero y vuelta a empezar. El barco, a 3.500 metros de profundidad, no deja de enviar galletas.

"Paciencia, que esto va para largo"

En la caseta de protección civil del muelle de Bueu (Pontevedra), Suso Rodríguez, ha colgado el teléfono un rato. "No paran de llamar voluntarios de toda España. Esto es increíble. Si lo dejo no podremos charlar ni un segundo. Te llaman hasta grupos organizados de trescientas personas para venir este fin de semana. Y ya no tenemos capacidad para acoger a más gente. Hay que concienciarse de que esto a lo mejor va para largo y a esa gente la podremos necesitar más adelante".

Mientras habla llega un vecino del pueblo para apuntarse y lo primero que le dice al entrar al responsable de protección civil es: "No me digas que no, ¿eh? No me digas que no". "Si dejásemos entrar a todos los que se quieren apuntar esto sería un parque de feria el domingo", comenta Suso Rodríguez.

A un minuto de allí, el patrón de la cofradía del pueblo, José Manuel Rosas Otero, comentaba el jueves: "Durante siete años yo he conseguido aquí muchas cosas para los marineros. Y con un método muy sencillo: cada cosa que lográbamos, cada mejora en la lonja o en el pueblo, la medalla yo se la colgaba al ayuntamiento del PP. Aquí hay que estar a bien con quien gobierne. Y he votado al PP alguna vez, no voy a negarlo. Pero con esto ya se lo he dicho a Fraga: se han portado como unos inútiles. Y que no se les ocurra venir ahora aquí".

No se va a dar esa situación. Aznar ya anunció ayer desde la torre de control que no pensaba bajar a las playas. Visto de cerca, el chapapote tiene una consistencia muy distinta a la que se aprecia en las fotos y en la tele. Lo cuenta Marta Lores, voluntaria en una playa cercana a Sanxenxo: "Cuando llegan los marineros de limpiar el mar les limpiamos la cara con aceite y les quitamos el traje porque algunos llegan sin fuerzas."

En las trincheras contra el chapapote la buena voluntad se contagia. "Hace una semana vino un cámara de Antena 3. Al día siguiente vino otra vez, pero ya sin cámara. Había pedido días libres y venía a ayudar", comentaba un bombero voluntario que trabaja en la isla de Ons.

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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