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Reportaje:

La selectividad 'paraliza' el país

Los habitantes de Corea del Sur se ponen un día al año al servicio de los aspirantes a universitarios

Cuando los 655.000 jóvenes que hace un mes se sometieron a la prueba de selectividad recibieron la semana pasada los resultados, muchos sueños se vieron cumplidos y otros se rompieron. Pero para todos fue el fin de una etapa que vivió su clímax el pasado 6 de noviembre, cuando el país cumplió el ritual anual. "Doce años acaban de repente en un día", dice Choi. Ese día de cada año Corea del Sur se pone al servicio de los aspirantes a universitarios.

Los empleados de las empresas se incorporan una hora más tarde al trabajo para reducir los problemas de tráfico y evitar que los estudiantes lleguen tarde a los 870 centros donde se celebra el examen; más de 4.000 patrullas policiales se ponen a disposición de los aspirantes rezagados; los ayuntamientos incrementan la frecuencia del transporte público y los aviones no pueden despegar ni aterrizar, ni los coches tocar el claxon, durante las pruebas de comprensión oral. Frente a los locales donde se examinan sus hijos, las madres rezan.

Los comerciantes también se apuntan a la fiebre colectiva que invade esos días Corea. Distribuidores de teléfonos móviles, empresas de cosméticos y restaurantes han ofrecido descuentos en noviembre a los alumnos que se presentaron al test.

Corea del Sur tiene 1,7 millones de universitarios, sobre un total de 11,9 millones de estudiantes, para una población de 48 millones. Es un país en el que durante siglos las oposiciones representaron la principal vía para reclutar funcionarios, y donde aprobarlas constituía el medio más honorable para el triunfo, el título universitario es símbolo de posición social.

La importancia de la prueba es tal que los profesores encargados de prepararla son recluidos durante un mes en un hotel, vigilados por un centenar de policías, y sus llamadas telefónicas grabadas para evitar cualquier filtración. No salieron de su aislamiento hasta 10 minutos después de comenzar el examen. Un examen que, según Son Min, "sólo vale para entrar en la Universidad, no para aprender". "Es muy competitivo, pero es justo. Porque los que trabajan duro pueden entrar en las mejores escuelas", añade Choi Hak-su mientras se aleja alegremente por el campus de la Universidad pequinesa.

Choi Hak-su tiene 21años. Hace ya tres que se presentó por primera vez al examen de selectividad de su país (Corea del Sur), el temido CSAT. Quería estudiar matemáticas en la Universidad Hanyang. Sobre un máximo de 400 puntos logró 276. No pudo entrar. Pedían 330. "Yo era muy malo en matemáticas, pero mi padre eligió", dice. Al año siguiente volvió a inscribirse con el objetivo de cursar Turismo y Gestión Hotelera en la Universidad Dongguk. "También decidió mi padre", dice. Su puntuación subió a 314, pero necesitaba 350. De nuevo se quedó en la calle.

El año pasado, tras llevar tres meses preparando el tercer intento, abandonó y se dedicó a aprender chino. Y en febrero pasado se instaló en Pekín para profundizar el estudio de un idioma con el que espera trabajar como guía con los cada vez más numerosos chinos que viajan al extranjero. "Un amigo de mi padre tiene una empresa de turismo", dice sonriente.

Choi, tocado con una gorra de béisbol, montado en una bicicleta y acompañado de dos amigos coreanos, vive días de oro en la Universidad de Lengua y Cultura de Pekín, lejos de la influencia paterna y de la obsesión en que se convierte cada año el examen de selectividad para cientos de miles de estudiantes y sus familias en Corea.

Atrás ha quedado el recuerdo de aquellas jornadas de estudio maratonianas en busca de los puntos que abren las puertas de las mejores universidades. "Si entras en una de las más prestigiosas, puedes lograr un buen trabajo y ganar mucho dinero", dice Son Min, de 21 años, otro coreano que estudia Economía y Comercio en Pekín. "Por eso muchos estudiantes si no logran la puntuación necesaria, se vuelven a presentar al año siguiente". El test cubre cuatro secciones principales (lengua coreana, matemáticas, ciencias naturales y sociales, e inglés) y otra para una segunda lengua extranjera.

La gran obsesión

La educación lo es todo para los coreanos. En un país que ha basado su desarrollo en la formación de sus ciudadanos, los padres emplean verdaderas fortunas en clases particulares. El gasto de Corea del Sur en educación asciende al 6,8% del PIB, más que ningún otro país de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), frente al 6,7% de Suecia y Dinamarca. De ese porcentaje, el 2,7% corresponde a formación privada. La obsesión llega a tal punto que el precio de las viviendas varía según la proximidad a los colegios que logran que sus alumnos tengan las mejores puntuaciones en la selectividad. Para hacer frente al examen, muchos padres cargan todos los días a sus hijos con hasta media docena de clases privadas, un negocio que el año 2000 ascendió a siete billones de won (5.800 millones de euros). "Hay alumnos que tienen clases a las siete horas, antes de ir al colegio, y a la salida van a más cursos privados. Y después de cenar estudian hasta la una de la mañana. Duermen cinco horas", dice Choi Hak-su. Muchas familias están enviando a sus hijos a estudiar al extranjero para evitar esta fuerte competencia.

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