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La dimisión del secretario del Tesoro abre la primera crisis del Gobierno de Bush

El presidente quiere evitar que el fracaso en la economía eclipse los éxitos de su mandato

Enric González

George W. Bush hizo estallar ayer la primera gran crisis de su Gobierno. Las dimisiones del secretario del Tesoro, Paul O'Neill, y del asesor económico de la Casa Blanca, Lawrence Lindsay, forzadas ambas por el presidente, demostraron el fracaso de la política económica durante la primera mitad de su mandato y abrieron, en cierta forma, la carrera de Bush hacia la reelección en 2004. La economía será, en adelante, la máxima prioridad. El presidente quiere evitar que le ocurra como a su padre, derrotado en 1992 pese a su popularidad y a la victoria en la guerra del Golfo, por sus dificultades para gestionar las finanzas.

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La carta de dimisión de Paul O'Neill era escueta y no hacía referencia a los motivos de su retirada: "Por la presente dimito como secretario del Tesoro. Ha sido un privilegio servir a la nación en estos tiempos difíciles. Le agradezco la oportunidad". Eso era todo. El Departamento del Tesoro hizo saber que seguiría de forma interina en su puesto "durante unas semanas", hasta que fuera nombrado un sucesor.

La incapacidad de O'Neill para entenderse con los parlamentarios republicanos, cada vez más escorados hacia la derecha, no era ningún secreto. Como prueba de la mala relación, cuando el Congreso quiso conocer las perspectivas económicas tras los atentados del 11-S, convocó al presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y al que fue secretario del Tesoro con Bill Clinton, el venerado Robert Rubin. O'Neill no fue invitado. También era público el enfrentamiento del secretario con las principales instituciones de Wall Street. El máximo responsable de la economía estadounidense y del dólar carecía de todo sentido de la diplomacia, hablaba con una franqueza brutal y con frecuencia sus declaraciones causaban sobresaltos en los mercados financieros. En ese sentido, fue candidato al cese prácticamente desde el mismo día que ocupó el cargo.

El detonante de la crisis pudo ser, según distintas fuentes cercanas a la Casa Blanca, la oposición de O'Neill a una segunda ronda de reducciones de impuestos. Desde la rotunda victoria republicana en las elecciones parlamentarias del 5 de noviembre, Bush y su estratega electoral, Karl Rove, decidieron que convenía hacer definitiva la primera rebaja fiscal de 1,3 billones de dólares, inicialmente aprobada por un periodo de 10 años, y ampliarla con reducciones adicionales en impuestos como los que gravan las sucesiones o las plusvalías bursátiles. Para O'Neill, que ya era escéptico sobre la primera rebaja (aunque consiguió que el Congreso la aprobara en menos tiempo del previsto), las nuevas medidas iban a agravar el creciente déficit presupuestario sin procurar ningún estímulo adicional a una economía renqueante.

"Ideas nuevas"

La dimisión del asesor de la Casa Blanca, Lawrence Lindsay, creador del primer plan de reducción de impuestos y creyente en toda rebaja de la presión fiscal sobre los más ricos, no parecía estar directamente conectada a la de O'Neill. Bush estaba insatisfecho con Lindsay porque exigía "ideas nuevas" que el asesor era incapaz de proporcionar. El presidente hizo coincidir ambos ceses en un mismo día para demostrar su propósito de impulsar un cambio total en la cúpula de las autoridades económicas y, probablemente, para que el impacto de la noticia quedara atenuado por la oleada de informaciones procedentes de Irak.

La doble destitución planteaba una doble pregunta: quiénes serían los nuevos responsables de la economía y cuál sería la nueva estrategia. Sobre los posibles aspirantes a la Secretaría del Tesoro, ayer circulaban los nombres de Charles Schwab, acaudalado propietario de una compañía que facilita la compraventa directa de acciones por parte de particulares, y del senador tejano Phil Gramm, ex presidente del Comité de Banca del Senado y amigo personal de Bush. Schwab sería bien visto por las instituciones de Wall Street y representaría una vía moderada. Gramm, que en una campaña electoral utilizó la frase "todos los pobres de este país están gordos" para defender la supresión de subsidios y programas de ayuda, trabajó en el programa económico del ex presidente Ronald Reagan y encarna posiciones ultraconservadoras.

La futura estrategia económica está en el aire, como, en cierta forma, lo estaba la anterior. La Casa Blanca no sabe qué hacer con el dólar, que debería devaluarse de forma controlada para evitar un colapso imprevisto (bastaría una interrupción de los flujos de capital exterior para provocarlo) y que, visto el gigantesco doble déficit comercial y por cuenta corriente, no puede mantener la fortaleza monetaria que caracterizó la era Clinton. El crecimiento del déficit y del desempleo, que, según los datos publicados precisamente ayer, alcanza ya al 6% de la población activa, inducen al pesimismo. Y, sin embargo, en noviembre de 2004, los electores juzgarán a George W. Bush según la tradicional pregunta: ¿estamos mejor o peor que hace cuatro años?

El presidente George W. Bush (derecha) y el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, en una foto de archivo.
El presidente George W. Bush (derecha) y el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, en una foto de archivo.REUTERS

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