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CLÁSICOS DEL SIGLO XX: UNA INVITACIÓN A LA LECTURA
Columna
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La picaresca del mal

La novela española más divulgada de todos los tiempos junto con El Quijote, como suele decirse de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, sufre la animadversión de editores y censores. En el peregrinaje del manuscrito por las editoriales, su autor cita tres ejemplos de rechazo: existen dificultades de papel (Revista de Occidente); usted es joven y puede cambiar de oficio (Afrodisio Aguado); de su libro no se venderían más allá de diez o doce ejemplares (Ediciones Cigüeña). Hay entusiastas del manuscrito como José María de Cossío, pero antes de que prosperen sus recomendaciones a otros editores se cruza el joven médico Rafael Aldecoa, hijo del militar fundador de la Editorial Aldecoa, radicada en Burgos, de cuya imprenta salen los primeros ejemplares el 7 de diciembre de 1942: "Aparece La familia de Pascual Duarte", escribe entonces Cela. "Se acabó el divagar".

Nadie podía anticipar la impresionante carrera de la novela. La elogian en los periódicos de la época Enrique Azcoaga, Juan Sampelayo, Miguel Pérez Ferrero y Eugenio Suárez, entre otros. También hablan bien de ella Ernesto Giménez Caballero y Pío Baroja, que al conocer de qué va se ha negado a prologarla: "Porque no quiero ir a la cárcel", argumenta. Pero estos comentarios no impresionan al gran público. "Se habían tirado 1.500 ejemplares -confiesa el editor- y a los tres meses no habíamos vendido más que unos cuantos". El impulso que subvierte esta tendencia surge de las ondas británicas: la BBC reseña la novela y en la editorial Aldecoa de Burgos comienzan a llover los pedidos hasta el punto de agotar la edición. Ya con la segunda en la calle, la censura la prohíbe.

Esta intervención no era imprevista. Nadie ignoraba las dificultades para publicar en el incipiente franquismo una novela con varios asesinatos, entre ellos el de la madre del protagonista. El editor Aldecoa había sugerido a Cela cambiar la escena del cementerio donde Pascual Duarte asiste al entierro de su hermano y fuerza a la que será su mujer: "Se me va a echar encima la censura", alegó. "De la censura me encargo yo", respondió categóricamente Cela. Como colaborador del departamento, Cela debía de conocer a sus compañeros y quizá pensó que podía impedir la negativa frontal o los cortes a su libro. Mas si eso le sirvió para editar la novela tal como él la escribió y recibir el espaldarazo de Juan Aparicio, importantísimo portavoz del Régimen, no evitó que la policía retirara ejemplares de las librerías. Por eso las ediciones siguientes se hicieron en Latinoamérica.

A partir de la cuarta edición, La familia de Pascual Duarte lleva un prólogo de Gregorio Marañón. En él, y seguramente para conjurar las descalificaciones morales que arrastraba la novela, el doctor dice de ella que "es tan radicalmente humana que no pierde un solo instante el ritmo y la armonía de la verdad; y la verdad jamás es monstruosa ni inmoral". Novela con aureola de escandalosa, que en un primer momento se calificó de "tremendista", como si esta etiqueta implicara una calificación literaria, recibe con el paso del tiempo juicios más ponderados: Gonzalo Sobejano la clasifica en la corriente del realismo existencial, por oposición al social. "Pascual Duarte, con su sentido fatalista de la vida y su sujeción a los dictados del instinto", asegura José Domingo, "es el fruto sombrío de una miseria de siglos". De este modo, el personaje cobra categoría de arquetipo y se abre a una consideración más amplia: "La responsabilidad de ese mal que envenena a nuestro personaje", afirma Eugenio de Nora, "no puede imputarse a persona alguna concreta: debe referirse a una estructuración colectiva defectuosa, a una injusticia genérica de la que la miseria, la ignorancia, la brutalidad (y en último extremo el crimen) se derivan". Algo en lo que también Marañón había insistido: "Pascual Duarte es una buena persona, y su tragedia es -y por eso es tragedia sobrehumana- la de un infeliz que casi no tiene más remedio que ser, una vez y otra, criminal; cuando pudiera haber sido, con el mismo barro de que está hecho, el vecino más honrado de su lugar extremeño".

La crítica literaria sitúa la obra en la tradición de la novela picaresca -Lazarillo y Buscón, preferentemente-, el romance de ciegos de Baroja o Valle y el trágico ruralismo de los dramas de García Lorca. El profesor Ignacio Soldevila matiza esta adscripción: "La estructura narrativa lo aleja de ella, puesto que el relato en primera persona interioriza el drama en la voz del acusado, frente al chafarrinón grotesco y bidimensional del relato o el cartelón de feria. Al contrario, la más sutil de las ambigüedades se apodera del relato y da al protagonista narrador perfiles contradictorios". Y el doctor Marañón incide en algo demasiado olvidado: "Hay en esta biografía mucho de típico, de local, de nacional; pero lo más universal es con frecuencia lo que se llama típico".

No era el primer libro de Cela, pero sí su primera novela, con la que iniciaba la carrera hacia el Nobel: ha sido el único novelista español del siglo XX en alcanzar ese reconocimiento que no consiguieron, entre otros, Galdós, Valle-Inclán y Baroja. Cela nació en Iria Flavia en 1916 y murió en Madrid en enero de 2002. Tenía 25 años cuando escribio La familia de Pascual Duarte. Hace, pues, 70 que se publicó esta novela, y ya no constituye un aliciente su material escandaloso; es la palabra narradora y vertebradora de este texto la que prevalece sobre su argumento. Léanse las primeras páginas, donde el narrador evoca su pueblo y su casa, y se comprenderá que esta novela no sobrevive como crónica de crímenes, ni por ser una epopeya ibérica más o menos ejemplar, ni por significarse contra la literatura de exaltación imperial.

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