Un clásico revisado
Se siguen llamando Jim Hawkins y John Silver y uno es un chaval, el otro un viejo lobo de mar que ha perdido una pierna y una mano. Siguen viajando a bordo de un navío en busca de una isla en la que un mapa azaroso señala la existencia de un tesoro. Y siguen viviendo una compleja relación de admiración y traición, en un relato presidido por la idea de la iniciación de un joven a la edad adulta y sus dolorosos peajes... pero nada más tienen en común La isla del tesoro, la inmortal novela de Robert L. Stevenson tantas veces llevada a la pantalla, y este El planeta del tesoro, su revisada versión sideral.
Como se ve, Disney sigue con su aquilatada política de intencionado y fructífero saqueo a las mejores tradiciones narrativas europeas. Pero esta vez, a diferencia de La sirenita, Hércules o La bella y la bestia, por mencionar sólo algunas de las mejores muestras recientes de la factoría en este terreno, no se trata de llevar a la pantalla animada el texto literario como tal, sino en retocarlo lo suficiente como para, sin perder las virtudes originales de éste (y a fe que las tiene), hacer que aparezca bajo una nueva luz.
EL PLANETA DEL TESORO
Dirección: Ron Clements y John Musker. Intérpretes: filme de animación. Género: animación fantástica, EE UU, 2002. Duración: 95 minutos.
El resultado de este curioso lifting es cuanto menos chocante: el futuro grumete Hawkins es aquí huérfano de padre (reforzando esa tendencia a la orfandad del héroe que exhiben tantos filmes americanos para adolescentes: ¿un reconocimiento de que la figura paterna está hoy demasiado erosionada y devaluada en nuestro universo cotidiano?), el capitán Smollett deja su lugar a una capitana Amelia; Gunn no es el desquiciado superviviente en la isla, sino un Bio Navegador Electrónico, un robot... y por supuesto, los mares que surcan los fascinantes navíos dieciochescos están formados por el espacio infinito.
El resultado es una adaptación tan artera como, a la postre, interesante: traicionando el marco en el que la acción se desarrollaba en el pasado, se abren nuevas posibilidades para una estructura narrativa y unos caracteres construidos según el modelo stevensoniano, con las adendas típicamente disneyianas: véase el personaje de Morph, una mascota poliforme que monta disparatados sobresaltos con su sola presencia... en detrimento del siniestro loro original. Se hubiera podido hacer de otra manera, pero la adaptación no desmerece para nada el espíritu de la obra... por mucho que sus concesiones al gusto contemporáneo (la exageración del tesoro, la mano supersónica de Silver, la omnipotencia tecnológica de Hawkins) hagan en ocasiones peligrar el interés.
Babelia
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