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La economía marca las nuevas relaciones entre Rusia y China

Putin y Hu analizan en Pekín la cooperación energética y la lucha contra el terrorismo

Pilar Bonet

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, de 50 años, comienza hoy una visita a China en la que, por primera vez desde el congreso del Partido Comunista Chino, tratará a su nuevo secretario general, Hu Jintao, de 59, y a los dirigentes de la generación ascendente, que tienen buen dominio de la economía, pero peor conocimiento del ruso que el septuagenario presidente Jiang Zemin y sus coetáneos. Ambos líderes explorarán las posibilidades comerciales bilaterales.

La décima cumbre ruso-china desde la desintegración de la URSS, en 1991, culmina un año de fluidos contactos, durante el cual los dos grandes vecinos (el país de más habitantes y el país de mayor extensión del mundo) han perfilado sus prioridades para el nuevo siglo. Los intereses comunes incluyen la expansión del sistema energético ruso en las regiones asiáticas y del Pacífico, la colaboración antiterrorista sobre el telón de fondo de la presencia estadounidense en Asia Central y la cooperación económica bilateral. Esto último, abarca tanto la posibilidad de una mayor sofisticación del intercambio comercial y de interacción como la migración laboral en las regiones fronterizas de Siberia.

En julio de 2001, Putin y Jiang Zemin firmaron un histórico tratado de buena vecindad, amistad y cooperación con el que pusieron fin a la larga historia de pretensiones territoriales entre los dos países. La casi totalidad de los 4.200 kilómetros de frontera común está demarcada, aunque quedan por solventar las diferencias sobre dos pequeños tramos, según el ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Ivanov. El contencioso actual se reduce a 55 kilómetros en la frontera occidental.

El dinamismo de la economía china y el clima de cooperación de los años noventa han dado un nuevo impulso a los proyectos de cooperación energética. Hoy por hoy, la red de oleoductos, tan diversificada en la parte occidental de Rusia, es prácticamente un desierto en Siberia Oriental. Más allá de Angarsk, en las cercanías de Irkusk, en el lago Baikal, el transporte de petróleo se realiza por ferrocarril, lo que permite un abastecimiento máximo de dos millones de toneladas al año a las regiones orientales rusas.

Oleoducto

Rusia y China llegaron a un acuerdo político en 2000 para la construcción del oleoducto y a un acuerdo concreto, que fue suscrito por empresas implicadas en el proyecto en septiembre. El Gobierno ruso debe decidir aún entre una ruta norte, que discurriría por territorio ruso hasta el Pacífico, y una ruta sur, que iría hasta Dazin, en el interior de China.

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La primera (3.765 kilómetros, 5.000 millones de dólares de coste) supone la salida de Rusia en solitario al mercado de crudo del Pacífico y el desarrollo de la infraestructura energética de las regiones más orientales del país. La segunda (casi 2.500 kilómetros y 1.700 millones de dólares de inversión) aboca a una mayor integración regional con China, ya que el proyecto, que estaría listo para 2005 y que inicialmente podría transportar 20 millones de toneladas de crudo al año, tendría carácter bilateral, ya que Pekín se opuso al paso del oleoducto por Mongolia.

En el terreno del gas, el monopolista ruso Gazprom ha formado, junto a la compañía Shell, un consorcio inversor que negocia con los representantes chinos para construir y explotar un gasoducto Este-Oeste. China, que obtiene 20.000 millones de metros cúbicos de gas al año, necesitará 140.000 millones de metros cúbicos para 2020. La explotación de los yacimientos de Kovyktinsk, en la región de Irkutsk, permitiría a Rusia suministrar a Pekín una cantidad de gas equivalente a la producción actual, según el experto Vsevolod Ovchínnikov.

Rusia y China son miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que fue fundada en 1996, y que incluye además a Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán. La OCS no ha completado aún el proceso de registro como organización internacional que sus dirigentes anunciaron en junio en San Petersburgo. Las declaraciones de intenciones para luchar conjuntamente con el terrorismo y la creación de un centro antiterrorista en Bishkek (Kirguizistán) son aún bastante vagas y se producen en un entorno donde la iniciativa ha sido tomada por EE UU y los miembros de la coalición internacional que operan en Afganistán con apoyos logísticos en tres de las repúblicas centroasiáticas ex soviéticas (Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán). Los portavoces rusos no han sabido explicar en qué se distingue (o cómo se articula) el esfuerzo terrorista mancomunado con China del que se realiza en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva de la Comunidad de Estados Independientes, también con un centro antiterrorista en Bishkek.

China ha mantenido una actitud más reticente que el Kremlin ante la presencia norteamericana en Asia Central, e incluso se ha inquietado por las relaciones de Moscú con la Alianza Atlántica. La imagen del águila bicéfala rusa ha sido empleada tradicionalmente para explicar los juegos de equilibrio que el Kremlin realiza entre la dimensión occidental y oriental de Rusia. A la visita de George W. Bush a San Petersburgo sigue el viaje de Putin a Pekín. Sin embargo, la política del Kremlin desde el 11 de septiembre va más allá y, aunque la relación de Moscú con Pekín puede tener algo del contrapeso clásico a la relación Moscú-Washington, en ella hay también elementos nuevos de integración conjunta en el mundo global. Esto se aplica también a Pekín, que ha aprovechado las negociaciones de ingreso de Rusia en la Organización Mundial de Comercio, para pedirle a Moscú que abra sus fronteras a la mano de obra china.

Rusia sigue temiendo la expansión pacífica por Siberia, pero también está preocupada por el creciente despoblamiento de sus regiones orientales. Este asunto, junto con los graves problemas económicos de aquella zona fronteriza con China, ha sido tratado esta semana por Putin en el Consejo de Seguridad. La discusión sobre el establecimiento de cuotas de emigración reguladas para la mano de obra china es cada vez más seria en Rusia. Mientras tanto, las estimaciones de los expertos sobre el número de chinos que viven ilegalmente en las regiones asiáticas rusas divergen y van desde 300.000 a varios millones. Los expertos también divergen en sus apreciaciones sobre el efecto de la presencia china para la estabilidad política rusa.

Putin y Jiang Zemin, el pasado julio en San Petersburgo
Putin y Jiang Zemin, el pasado julio en San PetersburgoREUTERS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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