El chapapote se pega a Fisterra
La gente se encarama al promontorio del faro para observar con prismáticos la evolución de las manchas de fuel
Los prismáticos pasan de mano en mano en el faro de Finisterre. Una lengua plateada se distingue a la perfección a unas cuatro millas del Cabo, alargándose cientos de metros mar adentro en dirección Sureste. La mancha del Prestige, cubierta por una fina película de agua, refleja el cielo cubierto de nubes. "Pero no se engañe, cuando la vea de cerca, cuando llegue a las playas y las rocas, comprobará que es un chapapote asqueroso, como de medio metro de grosor, que se pega por todas partes", afirma el responsable de la Hospedería O Semáforo con los binoculares en la mano. ¿Y cuándo va a llegar, ya que está tan cerca? "Eso nadie lo sabe, pero todos estamos seguros de que entrará, quizás esta noche, quizás mañana", explica con un punto de resignación José Traba, alcalde de Fisterra.
"Esta gente ha venido a mirar, y encima hay quien dice que no es para tanto lo ocurrido"
"Las corrientes nos lo van a meter en Muxía. Esto es un embudo que lo chupa todo"
El engrudo del vertido principal del Prestige ya lame la Costa da Morte. Galicia toca a rebato porque la avalancha se toca con la mano.
Traba se ha encaramado al promontorio del faro de Finisterre para seguir la mancha. A su lado está el patrón mayor de Fisterra, José Manuel Martínez. Ambos miran con preocupación la evolución del largo churrete de fuel. Por segunda vez en 15 días, el vertido tóxico amenaza sus costas y su modo de vida. "Habrá que ver cómo evoluciona, si el viento sigue o cambia y cuánto fuel pueden absorber los barcos, pero nosotros ya nos estamos preparando, ya que pensamos que por un lado u otro va a entrar", asegura Martínez.
Los preparativos antivertido son evidentes. Dos de los barcos succionadores de la flota internacional trabajan contrarreloj sobre la mancha. La entrada de la ría Fisterra está guardada por el barco noruego Far Scout. En el puerto aguarda el buque belga Zeebrugge con dos kilómetros de barreras depositadas en el muelle y listas para ser tendidas en cualquier momento. Una barricada de plástico naranja cierra el puerto de Corcubión. Carnota ensaya un producto químico que despega el chapapote de las rocas por calentamiento. Una avalancha de voluntarios llegados de todas partes de España ha tomado Muxía para limpiar lo que venga, ahora sí, apoyados por el pueblo, y no sólo por la apreciada señora Flora, que tanto los cuidaba. Muxía estaba hoy cuajada de afiches pidiendo a los vecinos comida, bebida y comodidades para los limpiadores desinteresados.
El vertido, fraccionado y disperso, aún no ha tocado tierra. Ni siquiera en la playa de Mar da Fora, la más cercana a la mancha que puede verse desde el faro de Fisterra. Una cuadrilla de 10 operarios de Tragsa, la empresa encargada de limpiar el engrudo, sigue sacando la negrura antigua de la arena blanca, repleta de bolas de alquitrán que siguen la línea de la bajada de marea. Un frailecillo, un ave de pico rojo que gusta de aguas lejanas, yace recubierto de fuel junto a un rastrillo. Los contenedores para recoger la porquería se ven por todos lados. Son inconfundibles porque llevan esta inscripción: "Peligroso para el medio ambiente. Derrames de hidrocarburos y arenas contaminadas con fuel".
"La mancha se espera para esta noche o mañana, pero aquí aún hay mucho que quitar porque el fuel está por capas", señala Laureano Martínez Días, un marino de 34 años que lleva una semana quitando chapapote por un jornal de 36 euros (57 euros los domingos). Se ven los estratos: una capa de crudo, una de arena, otra más de crudo y una nueva de arena. Cosa de las mareas. La espuma de las rompientes, el borrego que le llaman los marinos de aquí, a veces se ve oscura, como una oveja negra. "Eso es que la mancha se acerca", insiste Martínez.
Y se arrima tanto a tierra que en el cabo Tuoriñán apenas está a una milla. "Yo lo tengo claro: en cuanto pase Touriñán las corrientes nos la van a meter en Muxía, porque esto es como un embudo que lo chupa todo", se lamenta Juan Boa, mientras vende dulces a los cientos de personas que se han acercado al santuario de Nuestra Señora de la Barca, en Muxía, en una especie de peregrinación para ver los estragos que el primer embate del Prestige dejó en las rocas donde se cría el mejor percebe, ése que estaba reservado para recogerlo en Navidad. "Esta gente ha venido a mirar y encima hay quien dice que tampoco es para tanto lo que ha pasado", afirma Boa junto a su furgoneta rotulada con el nombre El Murciano. Su acento es de un gallego que tira de espaldas.
Cunde el fatalismo pero la gente no se rinde. Un grupo de marineros y armadores de Sardiñeiro y Corcubión se parapetan bajo la chapa de un contenedor maltrecho. "Estamos aquí para preparar aparejos y pescar el chapapote", afirma Manolo, un marino a quien todo lo que le han contado sobre el cómo y el porqué del naufragio del petrolero le parece un cuento chino. "El plan es éste", afirma en otro punto el patrón mayor de Fisterra: "Si en la ría entran manchas dispersas, los pesqueros van a salir a por ellas para arrastrarlas a un punto determinado donde intentaremos sacarlas".
En el puerto esperan amarrados 35 barcos de Sardiñeiro y Corcubión listos para zarpar en cualquier momento. A Jesús, que como Manolo no da su nombre porque no quiere líos, le resulta curioso el plan. "¿Qué vamos a coger la mancha por arrastre? Porque si viene viento eso se salta todo", asegura. El viento ha aflojado. "No creo que pase de fuerza cuatro, pero seguro que luego van los políticos y te dicen que es de seis u ocho y que por eso no pueden trabajar los barcos; un cuento", sentencia el marino Serafín.
¿Y esos troncos de madera que están ahí? Los marineros se ríen: "Ésos son cuatro de los 200 troncos esos de 20 metros de largo y 30 centímetros de grosor que cayeron al mar el mismo día que naufragó el Prestige. Pero eso no le hace nada a un petrolero. Mira, ese barco, el del patrón mayor, el que tiene esa mancha de fuel en la proa, pasó el otro día por encima de uno y no le pasó nada", asegura Manolo. Hay otra media docena arrumbados en los muelles de Fisterra.
El fatalismo cunde. "Esta noche o mañana nos va a llegar" es la frase al uso entre pescadores, percebeiros, mariscadores... Al caer la noche, se fueron a casa a soñar que la mancha no va a entrar. "Si pasa el cabo Vilán, el Villano, eso ya se va a alta mar porque la tierra se mete para adentro y este viento la va a echar a alta mar", dice Juan Boa en Muxía. Pero no se lo cree ni él. Aquí no se engañan: llevan siete desgracias como ésta. Y la mancha para ellos, aunque refleje el cielo, no tiene nada de bello ni de sublime, esa palabra que según los filósofos define la belleza de los desastres. Las manchas están por todas partes. Y la noche traerá más.
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