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Columna
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La cerda, el alcalde y el mar muerto

Hay quien habla de tregua. Pero habría que hablar de impotencia. Y es bueno que nos acostumbremos. A ETA se le ha tenido por omnipotente e imbatible, pero parece que no era más que un mito interesado. Han bastado la firmeza democrática, el rigor policial y la movilización ciudadana para ponerle contra las cuerdas. Sólo falta el empujón final. Habría que ser un descerebrado para imaginar que mientras exista ETA estamos libres de peligro. ETA hará lo que pueda en cuanto pueda, y en su vocabulario hacer es matar. La buena noticia es que no puede. Seguimos viviendo bajo amenaza pero sin violencia. ¿Y no es motivo para alegrarse? Cómo estarán las cosas que el martes pasado ¡ni siquiera salieron los de SA en los informativos de ETB!

Pues bien, esta situación de bonanza por provisional que fuere invita a meterse en problemas de mayor enjundia. Como el de la cerda de Santo Tomás. Resulta que hay una ley por ahí que prohíbe la rifa de animales vivos, pero lo gracioso del asunto es que hasta el Ararteko ha tenido que meter baza para preocuparse de las condiciones en que podrá ser exhibida la cerda -exhibida, que no rifada- a fin de que no padezca estrés. Como era previsible, no se han hecho esperar las voces airadas quejándose de los sufrimientos que puede padecer la cerda, tanto por estar en un corralillo que dicen pequeño, por más que a simple vista parezca mayor que el de las cochiqueras y con mejor paja y más mullida, como porque puede sufrir ansiedad al sentirse observada por "seres de una especie distinta a la suya".

Unos seres, por cierto que son los que le alimentan, dicho sea sin ánimo de ofender, porque la están atiborrando y eso podría considerarse un acto de crueldad gratuita. Es como aquel pez que le comentaba a un colega que creía en la existencia de un Ser Superior que todos los días le cambiaba el agua de la pecera. Pero sentirse por encima de un animal, o sea superior, parece que no se lleva, por eso la voz airada le pide al alcalde Odón que se ponga en el lugar de la cerda, ya que lo importante es lo que piensa la cerda. Pues si de verdad es tan importante, ¿por qué no poner a la cerda en el lugar del alcalde? Seguro que, acostumbrada a la pocilga, hallaba argumentos definitivos para convencer a la oposición de la necesidad de más viviendas sociales. Además, a falta de poder rifar su voto, o comérselo para ser un poco más mayoría, siempre podría gruñir en vez de argumentar en los plenos. A menos que prefiera hozar, que es meter el hocico en lo menos recomendable.

No hay cosa más tonta que ponerse en lugar de los animales. Sobre todo porque no es necesario. ¿Acaso hace falta pensar como un mejillón o ser un percebe para saber lo mal que está la costa gallega con la marea negra? Al contrario, sólo al ponernos en lugar de los humanos podremos hacer que intervengan valores como la responsabilidad. Que es, ojo al parche, la madre del cordero en cosas como las cerdas de Santo Tomás, los alcaldes y los percebes. De hecho, en la Costa da Morte parece que todavía hay más responsabilidad que crudo. Empezando por la del propio barco cuyo nombre de Prestige sólo puede entenderse desde la retorsión moral que tendría por prestigiosa la excelencia en el vicio, porque los tenía todos, desde un casco para la chatarra hasta la sucesión de sociedades pantalla destinadas a diluir precisamente la responsabilidad, que no el fuel.

Pero una vez ocurrido el accidente, concurre otra serie de responsabilidades. Empezando por la que tendrá quien aconsejó hundir el barco y no remolcarlo a un puerto tranquilo donde bombear lo que de otra forma no es sino una bomba ecológica latente. Luego, habrá que examinar por qué no había un plan de emergencia para una zona donde transita cada día mucho peligro. Ni por qué no hay medios materiales ni se movilizan recursos humanos. Toda la atención que se le ha prestado al desastre ha sido más descriptiva que operacional. Claro que, si queremos hacer el percebe igual preferíamos mancharnos un poco de fueloil para evitar ser devorados en las mesas de la Navidad. Ahora bien si nos conformamos con ser lo que somos, unos cerdos, tenemos más que merecido nuestro san Martín. O nuestro Santo Tomás, que nos hará txistorra renegrida.

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