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La salud de la economía

Éste es el título de un ciclo de conferencias organizado por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Cádiz, que se ubica en el antiguo edificio del Hospital Mora. En la celebración del centenario de esa vieja y noble institución sanitaria, parecía apropiado hablar de la salud de nuestra economía, tan agitada por la propaganda del "España va bien", cuando no de la "Marca España" de la que hablan nuestros próceres.

Cuando llegaron al Gobierno, estábamos en el comienzo de la recuperación tras la crisis del 93, pero los ciudadanos aún no eran conscientes de esta evolución. Ahora, cuando queda poco tiempo para que salgan, estamos en plena crisis, con tendencia a empeorar, pero los ciudadanos todavía no perciben la profundidad de la misma. Por eso, aunque mi intención era hablar de "emprendedores", traté de recordar a los universitarios y a los empresarios asistentes algunos de los síntomas que estamos viviendo, una vez concluido el ciclo alcista de la economía española.

Tenemos un nivel de inflación del 4%. Más del doble que nuestros principales competidores europeos de la zona euro y medio punto más que en 1996. Sin embargo, los salarios han evolucionado por debajo de la inflación a lo largo de todo el periodo. Por tanto, han sido un elemento que no ha contribuido al aumento de los precios. Paradójicamente, el Gobierno, que ha mantenido las retribuciones de los empleados públicos por debajo de los precios durante la época de bonanza, trata de ganar votos simulando una recuperación de poder adquisitivo en el año 2003, al tiempo que recomienda al sector privado contención salarial.

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Los tipos de interés son negativos, porque su fijación por el Banco Central Europeo sigue teniendo en cuenta la media de inflación de la zona euro, que está 1,7% por debajo de la española. Por tanto, los tipos de interés no han contribuido a la inflación, ni ahora ni en los años anteriores.

Nuestra productividad por persona ocupada está descendiendo en los últimos cinco años. La propia patronal afirma que lo hace desde 1998. Y a pesar de que se utiliza el argumento de la creación de empleo de los últimos años para explicarlo, no se considera que en ese periodo, que ya acabó, EE UU creaba empleo en mayor cantidad al tiempo que aumentaba la productividad por persona ocupada.

El crecimiento de nuestra economía es superior a la media europea en un 1%, lo que constituye una buena noticia relativa. Pero se oculta que ese mayor crecimiento del PIB equivale a la cantidad que recibimos de transferencias netas (fondos estructurales, de cohesión y Política Agrícola Común) que nos vienen del presupuesto de la Unión Europea. Aquella política de cohesión que negociamos y conseguimos en el 92, cuando merecimos el calificativo de "pedigüeños".

Han bajado los impuestos a las rentas de las personas físicas y a las rentas del capital, pero la presión fiscal por habitante ha aumentado. Esto significa que con tasas, precios de servicios públicos y demás indirectos, se está redistribuyendo renta al revés, para que paguen más los que menos tienen. Pero, además, este tipo de incremento de la presión fiscal contribuye al aumento de la inflación sea cual sea el comportamiento de los agentes económicos y sociales.

Las privatizaciones de las grandes empresas públicas, para entregarlas a los amigos y compadres, se anunciaban como la gran reforma liberalizadora de la economía, que iba a contribuir a mejorar nuestra competitividad y a devolver a la sociedad lo que era de esa sociedad. Pero lo que ha ocurrido, más allá de oscurantismos y enriquecimientos vertiginosos de unos pocos, es que la competencia no ha mejorado, sino lo contrario.

Las rebajas en telecomunicaciones, o en energía, que iban a derivarse de las privatizaciones, según las promesas electorales del PP, se han convertido en aumentos de precios relativos, pesando sobre las rentas más bajas y sobre la actividad de las empresas.

El oligopolio de oferta montado con las privatizaciones ha servido para controlar, por el mismo grupo, una parte sustancial del sector financiero y del audiovisual, completando así la verdadera intención de esta política "reformista". Control del poder económico, financiero y mediático. Si se rastrea la conformación histórica de la ahora famosa FAES, encontrarán a casi todos los actores de esta magna operación.

El prometido ahorro popular, a través del mercado de valores, se ha transformado en la mayor pérdida de ahorro de nuestra historia para los millones de españoles de a pie que creyeron este cuento.

Y, a propósito de cuento, las cuentas públicas son tan fiables como las de Enron. Según afirman la mayor parte de los analistas, nunca ha habido menos información disponible sobre los presupuestos, ni más oscuridad en las zonas de centrifugación del gasto. Se estima que el déficit real estará entre un 2,5% y un 3,5%, ciertamente alejado del cacareado déficit cero.

En conclusión, para no alargar la lista de despropósitos, que tenderán a aumentar en los próximos meses, esta modernización que llamaban "Marca España" nos ha situado a la cola de Europa en competitividad, porque también lo estamos en desarrollo tecnológico, acceso a la Red, productividad por persona ocupada, inflación, etcétera.

Naturalmente, estamos inmersos en una crisis global, la primera de la nueva era, que afecta a los países centrales en la Unión Europea, Japón y Estados Unidos. Y en la zona euro la amenaza de contagio al sistema financiero es superior a la de EE UU y más cercana a lo ocurrido en Japón.

Por tanto, aun habiendo hecho las reformas de las que se carece, pero de las que se presume, las cosas estarían mal, como en el resto de estas zonas. Esto significa que no toda la responsabilidad es del Gobierno, pero la inflación, la pérdida de competitividad o la mayor caída de las exportaciones son de cosecha propia.

Ahora, como contrapunto, sí cabría recordar que el crecimiento de la segunda mitad de los noventa tampoco era el fruto de un supuesto milagro personal de nuestros inspirados dirigentes, sino de una coyuntura global en la que nos insertamos, como otros muchos.

Y este entorno internacional no tiene visos de mejorar, a pesar de que el Grupo de los 7+1 nos diga que lo peor de la crisis ha pasado, después de afirmar durante dos años que no había crisis. No es creíble que lo peor de lo que nunca ocurrió esté pasando.

Con este cuadro por delante, con un presupuesto que no se creen sus autores en ninguna de sus cifras básicas y que contribuirá a profundizar el ciclo recesivo, el presidente del Gobierno descalifica cualquier opinión del líder de la oposición y lo manda a callar en el mejor de los estilos ásperos y autoritarios.

Y estas consideraciones se podrían ampliar al campo de la política exterior, de la territorial o de la capacidad de reacción ante situaciones de desastre, para concluir que es mucho mejor que estén tranquilos, para que no sigan creando problemas y ofreciéndose a continuación como la única fórmula salvadora para enfrentarlos. O para que cesen en su manía de apropiarse indebidamente de la Constitución -en la que poco y pocos creían- para mantener su extraordinario carácter incluyente.

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

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