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CLÁSICOS DEL SIGLO XX: UNA INVITACIÓN A LA LECTURA

Una voz crítica en el paraíso

Mijaíl Afanasievich Bulgákov nació en Kiev, en el Imperio Ruso, en 1891. Estudió medicina y durante la Primera Guerra Mundial sirvió como doctor en el frente. Allí se aficionó a los narcóticos, lo que le llevó a escribir Morfina. El triunfo de la revolución en 1917 no fue bien recibido ni por él ni por su padre, profesor de teología.

En 1920, Bulgákov abandonó su carrera médica para dedicarse a la literatura y se trasladó a Moscú, donde encontró empleo en el departamento literario del Comisariado Popular de Educación y colaboró en varios periódicos. Su novela La guardia blanca comenzó a aparecer por entregas el el diario Rossiya en 1925, pero el periódico fue clausurado al poco tiempo. Ese mismo año las autoridades impidieron la publicación de Corazón de perro, una sátira feroz de la Rusia soviética disimulada bajo la apariencia de una historia de ciencia-ficción.

Bulgákov llegó a tener tres obras suyas montadas al mismo tiempo en tres teatros diferentes de Moscú en 1928, entre ellas, Los días de los Turbín, una polémica adaptación de La guardia blanca. Era un autor con tirón popular que contaba además con el aprecio de los escritores de su generación. Pero su obra resultaba indigesta para la dictadura estalinista: en 1930 se le prohibió publicar más libros. Tras dirigir una carta al Gobierno pidiendo permiso para emigrar, Stalin lo empleó en el Teatro de las Artes de Moscú, donde ya había colaborado bajo la dirección de Konstantin Stanislavski, a quien Bulgákov satirizará despiadadamente en su Novela teatral.

Entre 1928 y 1940 escribió su obra maestra, El maestro y Margarita, que no vio la luz hasta que en 1966 las autoridades comunistas ordenaron publicar una versión mutilada por la censura. La versión íntegra no apareció hasta 1973. Bulgákov había muerto en Kiev en 1940, se había casado tres veces y, a pesar de que fue constantemente reprimido por el régimen soviético, resultó ser de los pocos escritores de su generación que nunca fue deportado a Siberia. Quizá porque su éxito popular y su valentía prácticamente suicida, plasmada en sus Cartas a Stalin, impresionaron al dictador.

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