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Catalanismo para acertar

Un latiguillo con tintes de falacia recorre desde hace meses el devenir político catalán. Lo propagan quienes sostienen que vivimos tiempos de involución autonómica y malestar conceptual: si lo primero es falso, lo segundo no pasa de ser un eslogan que ni sus patrocinadores aciertan a rellenar. Ambos forman parte de una inercia que combina la falta de otros recursos políticos con el escalofrío que causa intuir, casi tener la certeza, que una etapa política está a punto de terminar en Cataluña.

Quienes hablan de involución autonómica tienen el deber político, la obligación moral y la exigencia ética de señalar concreta y específicamente las realidades que motivan su apreciación. Será difícil -ellos lo saben- que lo encuentren porque nada ni nadie amenaza o cuestiona la capacidad política y de autogobierno de Cataluña; por ello, cuando se les pregunta en qué ha retrocedido Cataluña son incapaces de responder.

Necesitamos un catalanismo integrador, no excluyente, que busque sumar nuestras peculiaridades a España

Puede que sí estemos ante un tipo de estancamiento. No porque se haya quebrado la voluntad política de dar contenido a la autonomía de Cataluña, sino porque el nacionalismo ha agotado su modelo y no sabe qué le asusta más, si ese agotamiento de su reduccionismo reivindicativo o sentir que ha llegado la hora definitiva de asumir las responsabilidades derivadas del ejercicio del autogobierno reclamado. Quizá el estancamiento, en el sentido de no evolución, sea el vocablo que mejor define la realidad presente del nacionalismo catalán.

Lo cierto es que no ha evolucionado, todo lo contrario, el planteamiento político empeñado en identificar catalanismo con nacionalismo a base de articular un silogismo tan falaz como empobrecedor: el catalanismo es bueno; sólo es catalanismo lo practicado por los nacionalistas; luego el nacionalismo es lo mejor para Cataluña. Sin duda, los nacionalistas ejercen el catalanismo, pero ni son los únicos, ni el suyo es necesariamente el mejor. Cataluña necesita realizar una apuesta decisiva de futuro, que nos permita seguir encabezando la revolución de la nueva sociedad del conocimiento, como fuimos pioneros en la modernización de España en el pasado.

Como es lógico, hay que exigir y garantizar la capacidad de expresar, exponer, propugnar, con la legítima intención de que los ciudadanos elijan el modelo propio frente al de los demás. A lo que no tenemos ningún derecho, y quienes nos dedicamos a la actividad política menos que nadie, es a atribuirnos una exclusiva que no nos otorga la sociedad, como hacen los nacionalistas. Además de ilegítima, tal pretensión es miope y por tanto empobrecedora para nuestras capacidades colectivas de enfrentar la realidad.

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El catalanismo político no puede ni debe ser cosa del pasado. Es necesario que tome aires de futuro, por el bien de Cataluña, es decir de los catalanes, pero también en bien del conjunto de España; esto es, de todos los españoles. Necesitamos un catalanismo integrador, no excluyente, que busque sumar nuestras peculiaridades, el llamado hecho diferencial, a las del resto. No necesitamos -ya sobra- exagerar todo aquello que nos diferencia y aleja de España.

Sin entrar en el debate de sus ventajas e insuficiencias, es incuestionable e irreversible que vivimos en un mundo caracterizado por lo global. Los retos que nos plantea son muchos, variados y algunos bien difíciles, pero me interesa resaltar uno: la necesidad de armonizar la preservación de nuestra identidad, de nuestra voluntad de ser y seguir siendo, concebidas en su sentido más amplio, con el imparable desafío que deriva de fenómenos tan variados como la irrupción tecnológica y científica o los flujos migratorios. Nos aguarda la ingente tarea de integrar a los que vienen e integrarnos nosotros en la nueva realidad.

En ese contexto, ¿qué sentido tiene un catalanismo de sustrato introspectivo, encerrado en sí mismo? Un modelo que sueña con retornos ¿a qué?, ¿a cuándo? Probablemente a lo que nunca existió. Además, ningún pasado, por brillante que fuere, asegura el porvenir. El camino más seguro hacia el fracaso de mañana es seguir perdiendo tiempo, esfuerzos y energías en polémicas y disputas estériles. Y hay bastante de eso en la insólita pretensión nacionalista de reivindicar, casi exigir para sí mismos la exclusiva de la defensa de los derechos y las aspiraciones de Cataluña. Propósito que, en un incalificable ejercicio de oportunismo, los socialistas catalanes secundan a base de extremar todo cuanto aquéllos llegan a patrocinar.

Nuestro catalanismo es una opción y una apuesta de futuro, también de compromiso, con nosotros mismos y con los demás. Con nosotros para que nuestra ejecutoria política, el ejercicio de nuestras enormes capacidades de autogobierno, redunde en beneficio de los que vivimos y trabajamos aquí. Y ello quiere decir más, mucho más, que la simple reivindicación. Sobre todo, quiere decir volcar todo lo que nos caracteriza, pero también lo que nos es común al resto en resolver los problemas cotidianos de las personas, impulsar las capacidades para enfrentar los trascendentes retos que tenemos por delante; en pocas palabras, procurarnos el mejor futuro que seamos capaces de construir.

No sólo cabe, sino que Cataluña necesita un catalanismo renovado que hunda sus raíces en lo mejor del catalanismo fundacional, cuya prioridad esencial encierre el doble propósito de devolverle un liderazgo, más perdido que arrebatado, que sirva tanto a quienes vivimos y trabajamos aquí como al resto de España y, por qué no, a esa Europa que entre todos vamos construyendo poco a poco, convencidos de que juntos nos va bien y, a poco que acertemos, juntos nos irá todavía mejor.

tornos ¿a qué?, ¿a cuándo? Probablemente a lo que nunca existió. Además, ningún pasado, por brillante que fuere, asegura el porvenir. El camino más seguro hacia el fracaso de mañana es seguir perdiendo tiempo, esfuerzos y energías en polémicas y disputas estériles. Y hay bastante de eso en la insólita pretensión nacionalista de reivindicar, casi exigir para sí mismos la exclusiva de la defensa de los derechos y las aspiraciones de Cataluña. Propósito que, en un incalificable ejercicio de oportunismo, los socialistas catalanes secundan a base de extremar todo cuanto aquéllos llegan a patrocinar.

Nuestro catalanismo es una opción y una apuesta de futuro, también de compromiso, con nosotros mismos y con los demás. Con nosotros para que nuestra ejecutoria política, el ejercicio de nuestras enormes capacidades de autogobierno, redunde en beneficio de los que vivimos y trabajamos aquí. Y ello quiere decir más, mucho más, que la simple reivindicación. Sobre todo, quiere decir volcar todo lo que nos caracteriza, pero también lo que nos es común al resto en resolver los problemas cotidianos de las personas, impulsar las capacidades para enfrentar los trascendentes retos que tenemos por delante; en pocas palabras, procurarnos el mejor futuro que seamos capaces de construir.

No sólo cabe, sino que Cataluña necesita un catalanismo renovado que hunda sus raíces en lo mejor del catalanismo fundacional, cuya prioridad esencial encierre el doble propósito de devolverle un liderazgo, más perdido que arrebatado, que sirva tanto a quienes vivimos y trabajamos aquí como al resto de España y, por qué no, a esa Europa que entre todos vamos construyendo poco a poco, convencidos de que juntos nos va bien y, a poco que acertemos, juntos nos irá todavía mejor.

Dolors Nadal i Aymerich es portavoz del PPC en el Parlament de Catalunya.

Dolors Nadal i Aymerich es portavoz del PPC en el Parlament de Catalunya.

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