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Reportaje:TENDENCIAS

El amor a la mierda

Si esto es el arte británico, el arte británico es una mierda conceptual', dijo el ministro de Cultura Kim Howells, tras haber visitado las obras de los finalistas del Premio Turner 2002, el más prestigioso de su país. ¿Una mierda conceptual? Incluso una mierda, a secas. La exposición londinense e internacional más relevante de los últimos tiempos fue Sensation, en 1997. En ella se presentó el movimiento de los Young British Artist (YBA), cuya máxima atracción se concentró en una obra de Chris Ofili que representaba a una Virgen María pintada con excrementos de elefante. A su lado, Mat Collishaw ofrecía el destrozo de un cráneo sangrante entre un lecho de greñas (Agujero de bala en una cabeza), y Ron Mueck presentó a su padre desnudo, amarillo y abatido, sobre una alfombra (Papá muerto). Otras aportaciones periodísticamente destacadas fueron la cabeza de un buey profusamente agusanada y el secretante interior intestinal de un cerdo.

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Dos años después, Sensation se instaló en el Brooklyn Museum, y el alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani, prohibió la entrada a los menores de 17 años no acompañados de personas mayores. Como consecuencia, acudieron más visitantes que a cualquier otra exhibición en los 175 años de existencia del centro. El arte británico, considerado retrasado y provinciano hasta esas fechas, pasó a ser estimado como vanguardista, y el Reino Unido fue la nación invitada en Arco 2001. El Premio Turner, patrocinado por Channel 4, está dotado con 30.000 euros, y, con la plataforma de la Tate Britain, es acaso el más conocido de Europa. Francia, envidiando su éxito y buscando recobrar la visibilidad internacional de sus artistas, instauró el Premio Duchamp el pasado año. En la actualidad, tanto la obra de Dominique González-Foerster, ganadora del Duchamp 2001, como los originales de los finalistas del Turner 2002 (Fiona Banner, Liam Gillick, Keith Tison y Catherine Yass) se encuentran expuestos al público hasta el 16 de diciembre y el 5 de enero, respectivamente. ¿Todos una mierda?

No todos son mierda ni tampoco se inspiran inexorablemente en la estética del desperdicio que inauguró Kurt Schwitters, pero ¿cómo eludir la obsesión actual por el desecho? Al estilo de Piero Manzoni, autor de la sonada instalación Mierda del artista, las deposiciones fecales de los creadores y los críticos de la última Documenta de Kassel, debidamente envasadas en forma de vibrador, se han reciclado en obras de arte al precio de 6.000 dólares cada una. Paralelamente, en la Red, Wim Delvoye, artista conocido por tatuar cerdos, expone una instalación con un estómago artificial que digiere comida y excreta zurullos. Zurullos que vende después en la Red envasados al vacío y debidamente certificados a 1,50 dólares la unidad. La web lleva por nombre www.cloaca.be.

¿Regreso a la fase anal? La basura ha alcanzado en nuestros días un estatus difícil de imaginar. Aparece en la publicidad de los periódicos, es el centro de las campañas públicas o en el máximo desarrollo tecnológico de las empresas. Cada vez más los detritus se encuentran en el centro de la preocupación, y no porque vayan a infectarnos o ensuciarnos, sino porque han logrado una elevada estimación. La revista Eseté, con el patrocinio, entre otros, del valioso centro de experimentación artística Arteleku, ha consagrado su número de otoño a la basura, ofreciendo una rica y oportuna información sobre su presencia en la poesía, la pintura, la moda, el cine o Internet.

Una interpretación freudiana

La basura no es la simple mierda que era. El mandato de no desperdiciar los desperdicios se ha convertido en un firme precepto de la contemporaneidad porque, si antes las basuras eran cosas sin rango que debían sortearse al pasar, ahora hay que tratarlas cara a cara y como un bien moral. Un bien tan apreciado que pronto quien lleve un coche, un vestido o unos complementos de materiales reciclados no dejará de hacerlo saber. Lo reciclado, al modo de lo natural, ha obtenido un valor ético igual, superior o equiparable a lo verdadero. Un valor añadido relacionado en varios sentidos con la misma salvación de las especies amenazadas, con las obras humanitarias hacia los excluidos o con la conciencia general respecto a la integración social.

De diversas maneras, lo excrementicio se ha convertido en un tesoro imposible de cuantificar con las medidas de la razón. Ocurre como en el mundo freudiano en su narración de la fase anal del niño. En ese niño, entre los 18 meses y los 4 años, la actividad anal adquiere, según Freud, unas fuertes connotaciones libidinosas. Pero lo importante, a efectos de la situación actual, es lo siguiente: en una primera etapa de esa fase anal el placer procedería de la eliminación de los excrementos, pero después, en una segunda etapa, el placer se obtiene también de su retención.

La retención del excremento conllevaría la afirmación de la propia voluntad y una manera expresiva de ganar la admiración y el afecto de los padres, que se alegran con la limpieza. ¿No ocurrirá lo mismo con el reciclaje? ¿No provendrá hoy la obsesión por no desparramar los desperdicios del deseo de dar gusto a la madre Naturaleza? En ese caso, el reciclaje se convierte en una ofrenda casi sagrada. Una ofrenda que la cultura puerilizada de nuestros días realiza a imagen y semejanza de la infancia freudiana.

'El niño', escribe Freud en 1917, 'no experimenta repugnancia alguna por sus excrementos, a los que considera parte de su propio cuerpo, se separa de ellos contra su voluntad y los utiliza como primer regalo con el que distingue a aquellas personas a las que aprecia particularmente'. En ese tiempo infantil, los excrementos son el niño o del niño y sacarlos del cuerpo es una donación, una muestra de amor (como la donación del semen en la fase adulta) que sólo se ofrece a los seres elegidos.

Fuentes sucias y reciclaje

Es decir, igual que hace, de su parte, un puñado de grandes marcas para clases acomodadas, tales como Home & Planet, Crate & Barrel o Restoration Hardware, que presumen de ofrecer artículos elaborados con fuentes sucias como las chatarras, los sacos usados y los trapos. Igualmente, los diseñadores californianos George Hansen y Susan Deputy promocionan desde hace poco una línea de accesorios (bolsos, cinturones, hebillas, collares) con la certificación de ser elaborados a partir de telas viejas, y, en São Paulo, los hermanos Humberto y Fernando Campana colectan basuras en las calles para construir muebles caros y especiales, después fotografiados por revistas como Vogue o Wallpaper.

Una importante ventaja de estas piezas recicladas es que son, en efecto, exclusivas: ninguna puede considerarse igual en su composición y en sus tonos a la que adquiriera otro cliente. Las bolsas Freitag, de Suiza, confeccionadas con harapos, se venden muy bien gracias a que todas se diferencian inequívocamente entre sí.

La palabra freitag significa viernes en alemán, y unos grandes almacenes que vendieron otras de imitación fabricadas en China, llamaron a las suyas Donnerstag (jueves) sin que pudieran desbancarlas, sencillamente porque no poseían la verdad sustantiva de lo roñoso. Las freitag se venden ya incluso en las boutiques de museos, como en el Museum of Contemporary Art (MOCA) de Los Ángeles, y su colección ha dado origen a un libro, además de a un completo desarrollo en Internet (www.freitag.ch).

No se trata, por tanto y tan sólo, del arte británico en boga y ante el Premio Turner. Lo valioso es ahora una mierda. O viceversa. A esta luz, la opinión del ministro de Cultura británico se revela anacrónica y, de hecho, oscurantista.

Una nación, una moda, una empresa, una manifestación de arte no parecen de nuestro tiempo si no se toman en serio la inmundicia. En una etapa anterior del sistema capitalista, un país era más que otro en atención al mayor número de toneladas de basuras que producía. Ahora, lo que de verdad importa es la alta cantidad de bazofia que asimila.

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